Opinion

No es soplar y hacer botellas

Se ha producido un remezón en el gabinete ministerial y como era de esperarse los ataques van desde cuestionar la idoneidad de los funcionarios, hasta buscar trinos y mensajes enviados hace años para poner en tela de juicio la educación y las buenas costumbres, como las entiende la élite, de los nuevos dignatarios. Para entender los cambios hay que saber que lo que el Presidente quiere es ejecución y para este efecto ha puesto a personas en quienes confía para llevar a cabo muchas de las cosas que aún quedan por hacer.

En el caso de la educación, en campaña Petro prometió, entre otras cosas, la facultad de ciencias de la salud de la Universidad Distrital con sede en Bosa. Esto requiere mucho trámite burocrático como la elaboración y presentación del proyecto al Consejo Académico de la Universidad, luego al Consejo Superior, posteriormente organizar una visita de pares académicos quienes dictaminarán sobre la viabilidad técnica, académica y financiera para su aprobación.

Luego viene la construcción de la sede, la dotación con los equipos necesarios y el nombramiento de la planta de personal docente, administrativo y asistencial para poner en funcionamiento la nueva facultad que de ser factible implicaría por lo menos unos tres programas académicos: Medicina, Enfermería y alguna de las terapias propias de las ciencias de la salud.

Todo este proceso lleva tiempo y se entiende la desesperación del presidente Gustavo Petro cada vez que pregunta por los avances de sus programas. Esa es la razón por la cual nombró como ministro de educación a Daniel Rojas quien anteriormente dirigía la Sociedad de Activos Especiales SAE donde se destacó por sus resultados. Ahora, seguramente le corresponderá pisar el acelerador a fondo para ejecutar obras en colegios y universidades públicas, que el Presidente pueda mostrar como parte fundamental del cambio por el que votamos la mayoría de colombianos.

Las críticas que se le hacen al nuevo ministro, se centran en su falta de experiencia en materia educativa y los gurús del buen gobierno se rasgan las vestiduras porque, dicen ellos, lo que demuestra Petro con este nombramiento es su desprecio por la educación. No pues, tan preocupados. Lo critican también porque usó una palabra ‘malparida’ en un trino y en otro tildó de ‘bobo hijueputa’ a un gobernador y con un insulto similar a Rodolfo Hernández, hoy condenado por corrupción, pero añorado por la godarria colombiana que lo quería de presidente.

Que se utilice lenguaje soez no es aconsejable en ningún debate, porque un mal lenguaje puede deslegitimar un buen discurso. Sin embargo, acudir a una cicatera revisión de mensajes y convertir en noticia como si se tratara de documentos desclasificados, es una muestra de la hipocresía, en el país que aplaude expresiones como ‘le doy en la cara marica’ o ‘esta llamada la están oyendo esos hijueputas’ porque quien las pronunciaba era un sujeto con mucho poder. Esos mismos que respaldaron a un general, quien habló no como ciudadano sino a nombre del Ejército, para expresar sus condolencias por la muerte de Popeye, el jefe de sicarios de Pablo Escobar.    

De manera que los cambios en los ministerios hay que entenderlos como parte de la dinámica normal de los gobiernos y que, si Petro actúa, como hasta ahora lo ha hecho, dentro de los cauces institucionales, tiene que aceptar también que la lentitud burocrática es parte de esas instituciones paquidérmicas que son tan complicadas de mover; algo así como apurar a un elefante perezoso.

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