OpinionPor: Manuel Álvaro Ramírez R.

Se murió la Reina ¿Y?

SE MURIÓ LA REINA ¿Y?

Sí, se murió una anciana que nunca conocimos y que apenas supimos que existía, gracias a la televisión. No obstante, los abyectos noticieros colombianos nos tratan de embutir a esta señora como si tuviera que importarnos y hablan de consternación mundial. ‘El mundo está consternado’ es una frase que escuchamos muy seguido y eso hace que algunos nos sintamos bichos raros, porque si el mundo está así, para los integrantes del grupo, dentro del que me cuento, nos parece que poco o nada nos afecta que la nonagenaria distante se haya muerto.

Esto nos lleva a reflexionar muchas cosas. Por ejemplo, para qué sirve la monarquía, qué papel real desempeña esta persona que ocupa el trono a la que hay que pagarle dinero del presupuesto público rol es poco más que una figura decorativa. Y esto no es una discusión que la hayamos inventado aquí, es una discusión que lleva años dentro de la misma Gran Bretaña, que se revive de cuando en cuando, porque significa sostener una institución medieval obsoleta, pero que la mayoría de los ingleses consideran que es un símbolo nacional y una garantía de unidad, de cohesión social.

Adicionalmente, es una buena oportunidad para reflexionar sobre la doble moral y la hipocresía que se mueven al interior de la realeza. En efecto, Isabel II, llegó al poder de carambola, gracias a que su tío Eduardo VIII se enamoró de una norteamericana llamada Wallis Simpson, dos veces divorciada, que tenía de todo menos el acartonamiento que exige la corte. Eso fue en 1936 y en esa época se dijo que las leyes eclesiásticas prohibían al soberano casarse con una mujer divorciada. Hágame el favor. Si hablamos de leyes eclesiásticas estamos hablando de la Iglesia Anglicana, la misma que fundó Enrique VIII porque el papa Clemente VII no quiso anularle el matrimonio para divorciarse, el sí, y poderse casar con Ana Bolena y como la lascivia de este monarca era vox populi, para no divorciarse otra vez, ante las delicias de una nueva mujer, acudía a un camino muy práctico: Les inventaba un delito y las mandaba decapitar, hasta completar seis esposas. Entonces lo de las parejas divorciadas es un pretexto traído de las mechas

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Pero bueno, abdicado Eduardo VIII, se coronó al rey Jorge VI, padre de Elizabeth, más conocida como Isabel II, quien reinó hasta  su muerte en 1952 año en que ascendió al trono Isabel II. No entraremos en detalles de lo que significó su reinado, porque el peso fuerte de la historia les correspondió más a personas como Winston Churchill o Margaret Thatcher.

Y nuevamente la doble moral y la hipocresía salen al ruedo en el caso de la reina Isabel. En efecto, todo apuntaba a que la princesa de Gales Diana Spencer fuera la reina consorte en caso de no haberse matado tan trágica y prematuramente, cuando Carlos, hoy Carlos III, ya andaba reviviendo viejos amores con Camila Parker, una antigua novia que se había casado con un oficial llamado Andrew Parker Bowles, de quien se divorció en 1995 para casarse en segundas nupcias con el entonces príncipe Carlos. Pero, en un arranque de generosidad, poco usual en Su Majestad, Isabel le otorgó el título de Reina Consorte, lo que irritó a muchos ingleses que querían a la princesa Diana, pero a la reina le importaba muy poco lo que pensaran sus súbditos con tal de dejar claro quien mandaba en la casa real.

Por tanto, si en materia de guardar las tradiciones son tan ortodoxos, no lo son cuando se trata de proteger intereses mezquinos y quizás lo más importante, el deceso de esa señora nos debería importar lo mismo que nosotros alguna vez le importamos a ella: Nada.

Por Manuel Álvaro Ramírez

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