Se necesita un partido

Por: Manuel Álvaro Ramírez R. (*)

Gustavo Petro ha sido un excelente presidente, no sólo porque puso al país en una posición de respeto a nivel internacional, ni porque con el coraje que lo caracteriza ha sido capaz de enfrentarse a esa feroz arremetida de una derecha que no se para en pelos para cometer el crimen que sea necesario con tal de desestabilizar el Gobierno del Cambio. Es un hombre capaz, un estadista estructurado como pocos. Todo un intelectual. Hasta aquí los elogios.

Sin embargo, tiene un problema propio de quien se siente superior en cuanto a capacidades intelectuales frente al círculo de quienes lo rodean, no confía en nadie para que lo sustituya y la agenda de gobierno está trazada de principio a fin de acuerdo con sus concepciones, ha diagnosticado los problemas, identificado las soluciones y ha trazado las tácticas y estrategias para transformar no sólo la forma de gobernar sino a la sociedad en su conjunto. Y no es que los diagnósticos ni las soluciones estén mal identificados los primeros ni mal diseñadas las segundas.

Todo tiene su sello personal y ese es su talón de Aquiles, en el momento que llegue a faltar por alguna razón, no hay nadie que tenga la claridad suficiente ni el respaldo para seguir transformando la sociedad.

Es cierto, y él mismo lo ha dicho, que los dirigentes son productos históricos, pero dejar al azar que las masas elijan al mejor será una labor nada fácil tomando en consideración el inclemente y despiadado ataque de los medios que muy seguramente han puesto a algunos a dudar sobre la capacidad e incluso de la honestidad del presidente.

Yo tengo mi propia teoría. Gustavo Petro es un ególatra, generalmente nos cuesta reconocer esto a los seres humanos, pero desde que Freud pusiera al descubierto nuestra debilidad para abrirnos paso en esta abigarrada sociedad, entendemos algunas conductas y lo que se esconde detrás del altruismo. Volvamos al presidente. Él quería ser presidente, se venía preparando para ello desde hace muchos años, aprendió cómo tratar a los políticos y a sus matones, les perdió el miedo y aprendió que el pueblo es el mejor blindaje contra los sicarios del establecimiento. Ya llegó y me temo que realmente piense que el pueblo elija a quien le parezca para sucederlo, él ya cumplió su sueño, pasará a la historia como quien cambió el rumbo de esta País, sus discursos se escucharán quizás dentro de algunos siglos, pero lo que no es del todo entendible es que no haya contribuido a construir un partido que se necesita, para aglutinar esas masas dispersas y siempre rebeldes.

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Con base en las anteriores consideraciones, es imperativo plantear la construcción de un partido, que sea el producto de una profunda discusión y que tenga unos objetivos, unas metas de corto, mediano y largo plazo, de manera que, si el caudillo no está en algún momento, haya un equipo lo suficientemente sólido paran tomar las banderas y continuar la obra empezada, de lo contrario, la derecha retomará el poder y ya sabemos cómo actúa para saquear de forma inmisericorde el erario y cómo limpia el camino de oponentes incómodos.

La teoría revolucionaria plantea que se deben organizar dos pilares sobre los cuales construir el poder popular: El partido y el ejército y ambos deben salir del pueblo, de los pobres sobre todo, es la única forma de defender lo logrado en las urnas, porque aunque aquí se está ensayando un camino alternativo, como el recorrido por Pepe Mujica, Evo Morales o Rafael Correa, la ultraderecha no ha escatimado esfuerzos para destruir a las personas comenzando por el mismo Gustavo Petro, para defender el entramado de corrupción y crímenes sobre el que han edificado el ejercicio del poder.

Magíster en Economía

Universidad de los Andes

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