Opinion

Y VUELVE Y ¡PUM!

Por: Rafael Antonio Mejía Afanador

Cuando a uno se le va acercando la fecha de vencimiento, es normal que empiecen a llegar, como caídos del cielo, recuerdos de familia, amigos y lugares. Y creo que el lugar donde pasamos la época más hermosa de nuestras vidas es la calle de nuestro pueblo. ¡Oh! delicia que era salir a ‘gaminiar’ por las calles de Paz de Río. Como uno a esa tierna edad todavía no había cogido oficio, era muy rico callejear charlando con los amigos, o escuchando la música del parque, montando en bicicleta o darse el paseo hasta el Colegio Santa Teresa a mirar partidos de baloncesto.

En un comienzo, mi pueblo, como todos los de Colombia, tenía las calles sin pavimentar. Imaginarán que cuando llovía era, como la canción de Fruko, un rosario de charcos por todos lados y cuando no, una nube de polvo.

En los comienzos de los años 70 llegó a Paz de Río Enrique Mejía, hombre pintoresco, pero de armas tomar y de profesión alcalde. En ese tiempo, antes de las elecciones populares para las alcaldías, es decir antes de 1988, los alcaldes eran elegidos a dedo. Y como todo en la vida, había buenos, regulares, malos y peores. Enrique era de los buenos. Tenía esos calzones bien amarrados y dentro de sus ejecutorias estuvo la de pavimentar (con cemento) la mayoría de las calles de Paz de Río. Sacaba multas hasta por mirar mal. Y las multas se pagaban en bultos de cemento. Donde ponía el ojo, ponía la multa, nada qué hacer.         

Igual sucedía (y sigue sucediendo) con muchas ciudades del país en donde la cara y la mentalidad de sus gobernantes eran igualitas a sus calles: estrechas, sucias y salpicadas de corrupción. Por algo dicen que las calles de una ciudad son la sala de recibo, lo de mostrar. Pero parece que en Colombia nuestra sala de recibo no es de mostrar sino de esconder, pues una vez arreglada la dejamos al garete para que el próximo alcalde o el próximo gobernador le meta mano. Así, ni modos.    

Aunque en Colombia el pavimento a base de asfalto comenzó de manera muy primitiva entre 1890 y 1893, sólo en 1903, con la llegada del primer auto a Bogotá, un Cadillac importado por Ernesto Duperly, el famoso fotógrafo, comenzó la modernización de la infraestructura vial en Colombia. Dos años después se dio comienzo a una rudimentaria pavimentación de algunas calles del centro de Bogotá aledañas a la plaza de Bolívar. Esta incipiente infraestructura fue liderada por el paisano Rafael Reyes, quien también impulsó la carretera central del norte, que conectaba Bogotá con Cúcuta, por la vía Belén – Soatá.

Pero dejando de lado la ejecución de obras de infraestructura vial, lo verdaderamente preocupante es la dejadez con la que se ven nuestras calles desde el punto de vista de las autoridades. 

Todos sabemos que hay un concepto llamado mantenimiento preventivo que, como su nombre lo indica, son estrategias y actividades para que la infraestructura no llegue al nivel que hemos visto, no sólo en Sogamoso, sino en muchas ciudades de Colombia. La prevención no es difícil ni costosa, entonces ¿por qué no se hace?    

Veamos algunas razones: 

Es más redituable en términos de capital político inaugurar obras nuevas, con corte de cinta, lagartos, discursos y aplausos. El mantenimiento preventivo es invisible, imperceptible y no tiene los mismos efectos mediáticos que inaugurar una obra nueva. Así sea una chambonada de campeonato. Por ejemplo, el puente Los Grillos, cuya caída tiene colapsada la vía al llano que un tal Vargas Lleras (uno de los que va salvar a Colombia) lo mencionaba como la octava maravilla.

Falta de financiamiento adecuado. Colombia invierte cerca del 2.5% del PIB anual en infraestructura, esta cifra está muy por debajo del 3.5% recomendado por organismos multilaterales. Además, gran parte de ese dinero se destina a proyectos nuevos, dejando rezagado el mantenimiento de vías existentes y el mantenimiento de lo que medianamente sirve. Nada más miremos cómo va (o iba) la variante Río Chiquito – Aeropuerto Alberto Lleras Camargo- Pedregal, ahí se está perdiendo un billetico largo.

Fragmentación institucional. El INVÍAS solo responde por el 54% de las vías primarias y el 27% de las terciarias. El resto está en manos de departamentos y municipios, que, muchas veces no tienen capacidad técnica ni los recursos para ejecutar planes de mantenimiento. 

Según Sergio Clavijo, profesor de la U. de Los Andes, “a nivel regional, la precaria inversión en mantenimiento de infraestructura ha obedecido a: i) falta de claridad en las competencias de los diferentes niveles de gobierno, generando incentivos perversos (donde los departamentos municipios se desentienden del mantenimiento de las vías que son sujetas de ejecuciones del Invías); ii) falta de capacidad técnica y de gestión de la mayoría de entidades territoriales; y iii) ausencia de fuentes de recursos sostenibles para reparación-mantenimiento de redes secundarias- terciarias.”

Pocón de cultura preventiva. En Colombia, y en general en Latinoamérica, es muy común el “deje así”. Por esta razón el mantenimiento suele hacerse cuando el deterioro es evidente o el colapso es inminente. 

Hay formas de prevenir que no son realmente costosas. ¿Por qué, por ejemplo, no se tienen cuadrillas que identifiquen grietas y se sellen antes de que se produzca el hueco y sea más costosa la reparación? La ingeniería está hoy tan avanzada que estos sellamientos son cosa de niños.  

Por otra parte, en Latinoamérica y obvio, Colombia, es usual que los famosos reparcheos sean ejecutados de forma poco técnica e ineficiente y con materiales que no cumplen con la calidad especificada. Si ustedes ven el reparcheo de la carrera 11, vía a Iza, parece que vinieran con los reductores de velocidad incluidos, casi como transitar por una gigantesca libra de chocolate. Estos reparcheos chambones son, frecuentemente, objeto de otro contrato y adivinen: el nuevo contrato no es gratis y se hace para devolver favores. En algunas partes esto tiende (como en la ley de Murphy) a agravarse con la fragmentación de contratos, sobrecostos y débil fiscalización adobada con algo de clientelismo. En Locombia es usual que el contratista sea compadre del interventor y ambos compadres del alcalde. Lo cierto es que, así pataleen, las evidencias están ahí: salgan a dar una vuelta en carro y se sentirán recorriendo las calles de Gaza. Y claro, cómo no, hay que agregarle nuestra cultura de lo provisional, del “mientras tanto” como ha sucedido aquí en Sogamoso cuando reparchean mientras pasa una vuelta ciclística, reparcheo que parece hecho por un grupo de gatos (tapa mejor el gato).

No se necesita ser experto en turismo o medio ambiente para saber que unas calles bien mantenidas mejoran la experiencia del turista, ya que una primera impresión positiva influye en la percepción del destino; un turista valora mucho la comodidad y la seguridad en los desplazamientos, aumentando la posibilidad de recomendarnos a otros turistas. Esto aumenta la competitividad de muchas poblaciones como destino turístico con un impacto económico positivo medible y verificable. ¿Cómo creen que se devuelven los turistas que vienen a Iza o Firavitoba?

Del estado de los andenes, mejor hablemos después.

Invertir en calles bien mantenidas no solo mejora la vida y la autoestima de los residentes, sino que activa el turismo como motor económico. Si Sogamoso y Boyacá apostaran por un modelo de mantenimiento preventivo serio, podría posicionarse como un destino más competitivo y atraer más visitantes interesados en su historia, cultura y naturaleza. 

Mientras tanto será cruzar los dedos para que no nos pase lo de la muchacha de la canción de Fruko, que pasa sonriente y después por culpa de los charcos termina embarrada, se cae y vuelve y ¡pum! de nuevo al charco, Rosario.

Pregunta chimba: ¿Algún día en Sogamoso irán a poner en cintura a los usuarios de las patinetas eléctricas, es decir, aplicar la ley 2486 de 2025? Respuesta inmediata: Sí: cuando empiecen a ocurrir los primeros accidentes. Ya conozco un colega que se fue ‘de jeta’ contra el planeta.  

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