12 DE OCTUBRE, ¿DÍA DE QUÉ?
Esta fecha no es una fiesta, ni una conmemoración; tampoco habría de ser un día cívico; creo que simplemente es un recordatorio de un acontecimiento de la historia que, sin duda tuvo unas connotaciones importantes y de diverso orden en el devenir del continente americano y particularmente en los territorios del Río Grande hasta la Patagonia.
Cada quien, según su propio saber y entender, tendrá su opinión y valoración.
Sin embargo, lo sucedido tiene un sitio en el historial de lo que se dio en llamar Primer y Tercer mundo, que no puede pasar inadvertido y que en lo personal me remite a mi edad de piedra, es decir, cuando en «asociación infantil para delinquir», con mis compañeros de travesuras, en la clandestinidad disparábamos duros pedriscos con nuestras caucheras para tumbar duraznos del huerto de algún vecino.
Y me ubica años ha, en las clases de mi humilde escuela, cuando escuchaba con «ojos abiertos y oídos despiertos» a mi Profesora Reinalda narrando lo sucedido en el «descubrimiento de América«.
Evoco ahora la historia como la entendí de niño y lo que recuerdo con mi frágil memoria. Se decía que Conquista, que Día de la raza, que un tal Colón, en fin.
Un día sábado -hoy hace la friolera de 532 años- de madrugada, en el desespero de la incertidumbre y el hambre de 70 acompañantes de «dudosa ortografía» al mando de un italiano llamado Cristóforo Colombo (su verdadero nombre) quien armado con una brújula, un astrolabio y un catalejo monocular, después de 43 interminables días de agonía, al despuntar la mañana divisó un enjambre de golondrinas y una franja borrosa asomada sobre la línea lejana entre el mar y el infinito, que luego acercándose resultó lo que buscaban; exultante exclamó el cartógrafo aventurero: «¡Tierra a la vista; por fin vemos tierra!
Inmediatamente corrió el chisme: las tripulaciones y los reos de a bordo estallaron en júbilo gritando, brincando, abrazándose y diciendo groserías; cómo sería la dicha que hasta se les olvidó el hambre y de paso, el almirante se salvó de ser bocado de los tiburones, ya que los malandros del viaje le habían dado un «ultimátum» de 24 horas si no llegaban al destino prometido.
Desembarcaron y cual rayo se posesionaron de Las Indias y de las indias, sembrando unas cruces y desenvainando unas espadas en señal de soberanía del territorio encontrado, entonando en forma destemplada el coro que habían ensayado durante el largo periplo: «Vivan sus Magestades Isabel I y Fernando II». «¡El territorio descubierto pertenece al Imperio Español, con todo lo que en aquestas tierras hubiere!»
A poco ya estaban engullendo frutas, raíces, flores y tallos, arvejas, maíz, nabos, avecillas silvestres, gallinetas, agua pura; fauna que se moviera, vénganos en tu reino; qué cosa si masticaban esos españoles, hasta indios comían (fueron los primeros y que hoy todavía se disfrutan en Sotaquirá). Bebían como elefantes, por toneles y a totumadas guarapos, chichas y otros fermentos hasta quedar dormidos de la «rasca» hasta tres días sobre piedras, pencos, juncos, tamos y otras ramas; ni sentían las agujas de los zancudos, alacranes y culebras que los atendían como los animalillos sabían hacerlo con los intrusos.
Más pronto que tarde, a punta de risitas, piropos, espejitos y demás chucherías, los feroces barbudos lograron congraciarse con las hermosas aborígenes de piel canela quienes, obnubiladas por los requiebros de los europeos, terminaron en sus cujas.
Y de esas noches agitadas en Guanahaní (hoy San Salvador) venimos; de esa ascendencia, de esa sangre, de esa diáspora bendecida.
Dos nombres quedaron para la posteridad: Américo Vespucio, quien oportunamente aclaró después que Las Indias no quedaban por aquí; que este era otro mundo occidental y con su nombre bautizaron a América.
Mientras que, al territorio más bello, el de las orquídeas, el de las altas cumbres y llanuras, el de los dos océanos, el de las mujeres preciosas, el de la eterna primavera, el de los nevados, el de las selvas sin fin, el del café, la cumbia, el joropo, el vallenato, la guabina y el torbellino, el del bambuco y el porro, el del alabao, el currulao, la carranga y el chambú nariñense; ese, el mejor de todos, se llamaría Colombia, en honor imperecedero a Don Cristóbulo Colombo.
12 de octubre es el Día de todas las razas de América.
Por Lizardo Figueroa