Opinion

Hay que buscar la delincuencia en las altas esferas

Un problema general de las sociedades contemporáneas es que las personas resultan muy influenciables, al punto que algunos de los llamados influencers se han convertido en senadores o representantes sin más méritos que haber logrado posicionarse entre sus seguidores mediante la chabacanería y la vulgaridad, lo que demuestra la decadencia de la sociedad entera. Algunos de estos sujetos han tratado de mostrar al Presidente Gustavo Petro no sólo como incapaz sino indigno para ejercer la primera magistratura. Bien, entonces discutamos el asunto de las indignidades.

Nunca antes se había visto a unos patanes insultar al Presidente y pareciera existir el campeonato de la vulgaridad y el irrespeto en el cual, el liderato lo disputan Miguel Abraham Polo Polo, Francisco Barbosa, Paloma Valencia, Miguel Uribe, David Luna y María Fernanda Cabal, son el pelotón de punta.

El nivel de agresividad que muestran personajes como Miguel Uribe, María Fernanda Cabal o Paloma Valencia nos están diciendo a los colombianos, no que Petro sea un mal presidente, sino que no soportan que un representante del pueblo raso haya tomado las riendas del Estado y, lo peor para ellos y lo mejor para el resto de colombianos, es que haya puesto en evidencia que con todo y sus pergaminos obtenidos en universidades de prestigio, con su dinero, su opulencia y su ostentación entre ellos, lo que se alcanza a ver debajo de todo ese ropaje es que la clase dirigente de Colombia está compuesta simplemente por maleantes.

A este respecto, conviene mencionar que la delincuencia se le ha presentado a la sociedad vista desde arriba, de arriba hacia abajo y se ha construido en el imaginario colectivo un concepto según el cual el delincuente no se asume como un producto social sino como un sujeto abstracto que no tiene derecho de existir. Pero qué tal si empezamos a mirar el delito de abajo hacia arriba. Así nos damos cuenta de que el poder se ha construido sobre grandes injusticias, que los mayores criminales no están en las cárceles sino en los poderes públicos.

A Petro lo han tratado de aliado de narcotraficantes, como si en su gobierno se nombraran embajadores con narcofincas, de que está entregándole el País a los criminales como si después de que un alcalde señalara a un sujeto de que éste lo asesinaría, el Presidente ante quien hizo la denuncia en lugar de pedirle a las autoridades que lo investigaran lo nombró embajador, aunque después fue capturado y hoy está en la cárcel.

Ya va siendo hora de empezar a hacernos una autocrítica como sociedad para dejar de venerar a los poderosos y comenzar a pedirles cuentas. Esa catarsis la reclama toda Colombia y es también una de las razones por las que tanto se ataca a Petro, porque ha empezado a hacer este proceso. Ha pedido perdón por los delitos cometidos por agentes del Estado o auspiciados por las autoridades desde las más altas esferas; ha señalado a los verdaderos criminales pese a que las cámaras y los micrófonos de los medios de comunicación se empecinan en dirigir la atención hacia otro lado. Y pese a los intentos de que los ilícitos permanezcan ocultos, la gente ya se ha comenzado a dar cuenta de dónde están los verdaderos hampones. En hora buena y ahora el escrutinio toca dirigirlo hacia las altas cortes.

Manuel Álvaro Ramírez R.
Magíster en Economía

Universidad de los Andes

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