DE RIPLEY

Opinion 

Por Manuel Álvaro Ramírez R.

Hubo un hombre en los Estados Unidos que se hizo multimillonario contando cosas increíbles, pero debidamente corroboradas para comprobar su veracidad; se llamaba Robert L. Ripley quien se dedicó a publicar cosas insólitas, de no creer, pero absolutamente veraces. No vino, que se sepa, a Colombia, aunque sus programas se emiten por la televisión del mundo entero bajo el título ‘Aunque usted no lo crea’.

Pues bien, de pronto lo que acaba de suceder con los llamados domiciliarios de Rapi quizás lo hubieran motivado a honrarnos con su presencia, porque el suceso es digno de estudio, de denuncia y de reflexión. Una cantidad de los así llamados rapitenderos se reunieron en el Parque de la 93 y desfilaron por algunas calles del norte de Bogotá para protestar en contra de la reforma laboral que propone el Gobierno nacional para establecer un mínimo de garantías laborales para los trabajadores.

Los argumentos no podrían ser más altruistas y van desde los millones que pueden ganar si trabajan de forma juiciosa, hasta la posibilidad de levantarse tarde si se les da la gana, porque no tienen que responderle a un jefe ni timbrar tarjeta para controlar el tiempo. Ese tiempo, dicen, se lo pueden dedicar a sus familias. Qué maravilla.

La reforma laboral lo que propone es que los dueños las plataformas, no sólo de Rapi, cumplan con su papel que realmente tienen y sus obligaciones como patronos, lo cual implica asumir su parte en el costo de la seguridad social de sus trabajadores, pagar un salario, aunque sea el mínimo legal y las prestaciones de ley como cualquier empresario que merezca ser considerado como tal. De lo contrario, lo que se tiene es un ejército de esclavos, pero éstos también se han rebelado históricamente como ha quedado consignado en los anales de la historia.

Asimismo, la reforma busca que los empleados se afilien al sistema de salud de manera que hagan parte del régimen contributivo y no, como actualmente sucede, que, ante cualquier eventualidad, como un accidente de trabajo o una enfermedad, los inhabilite para trabajar y por tanto para devengar los días que permanezcan incapacitados, en cuyo caso los costos de su salud corren por cuenta de todos los contribuyentes, dado que el usuario acude a los servicios del Sisben. En corto, la reforma pretende darles a los trabajadores un mínimo nivel de dignidad, rescatar el contrato de trabajo como un derecho y no disfrazarlo mediante la compraventa de servicios.

Lo que acaba de suceder con los domiciliarios de Rapi es una muestra no sólo de hasta donde ha caído la precariedad de los trabajos informales, hasta qué punto la necesidad ha rebajado al ser humano al obligarlo a protestar contra sí mismo sino la ruindad de unos patronos indolentes quienes de la noche a la mañana resultaron preocupados para que a los trabajadores se les respete su libertad de levantarse a la hora que quieran, trabajen cuando quieran, sin jefes ni supervisores, en absoluta libertad para ganarse y gastarse los millones que pueden devengar como tenderos a domicilio. El propietario de Rapi puso a marchar a los mensajeros en contra de sus propios intereses, lo que muestra también la degradación no sólo de los trabajadores sino de los supuestos empresarios quienes con el cuento del emprendimiento, palabra tan de moda en estos tiempos, ocultan la rapiña feroz entre la gente para buscarse un lugar en el mercado donde un reducidísimo número logra sobrevivir, pero a la gente se le ha hecho creer que basta tener voluntad y trabajar duro para salir de pobre, lo que equivale a decir que otra forma de lograrlo es comprando el Baloto, pero antes de que me lapiden por oponerme a la iniciativa y al emprendimiento, me toca dejar de lado la modestia y confesar que soy uno de quienes lograron sobrevivir pero en lugar de ser la regla, soy parte de la excepción que la confirma.

Magíster en Economía

Universidad de los Andes

aramirez7528@gmail.com

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