Síndrome del esclavo

Muchos reservistas se reunieron en la plaza de Bolívar en Bogotá, donde recibieron a mi general Zapateiro, como una auténtica rock star y al unísono rezaron la Oración Patria, esa que nos tocaba pronunciar a grito herido antes de la recogida cuando, quienes prestamos servicio militar, nos aprestábamos a dormir luego de un día de maltratos, incluso físicos, por parte de los guardianes de la Patria, cuyo único mérito era portar unas jinetas, barras o estrellas. Ese denodado patriotismo se nos infundía mañana, tarde y noche, por tanto, no es de extrañar lo sucedido ayer cuando, convocados por Zapateiro, arengaban en contra del Gobierno. 

¿Zapateiro? Sí, el mismo que lamentó como una gran pérdida la muerte de ‘Popeye’, cuyo oprobioso canto fúnebre quedó como una vergüenza nacional en los anales de la historia. [Ver alocución en la cual habla a nombre del Ejército Nacional: Ver video

No es extraño entonces ver esa multitud gritando ¡Fuera Petro! grito que pronunciado por esta facción resulta todo un cumplido para el presidente del Cambio. 

Pocas instituciones en Colombia son tan clasistas como las Fuerzas Militares. Los oficiales son jóvenes reclutados en una clase media arribista, los suboficiales salen de los estratos bajos y quienes llegan a prestar el servicio militar son los jóvenes que necesitan la libreta militar como documento indispensable para conseguir trabajo, aunque sea de vigilantes de escopeta. Eso sucedía en los años setentas y ha seguido sin mayores alteraciones, quizás ahora haya un poco más de profesionalismo en la formación, pero la discriminación se mantiene.

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En estas condiciones, congraciarse con quienes representan el poder es una actividad a la que se consagran buena parte de las energías de los soldados porque en las Fuerzas Militares, ‘tener vara’ es sinónimo de que, dentro de las duras condiciones del servicio, les irá mejor a quienes la tengan que a quienes no. Por tanto, los valores pregonados por los mandos constituyen una doctrina en la que hay que creer, la que hay que practicar y la que hay que defender incluso con la propia vida como dice la frase final de la susodicha Oración. 

No obstante, si hay una parte donde funciona una doble moral, es precisamente en esas instituciones y para ilustrarlo, me disculpo y paso a narrar una anécdota personal. Por allá en 1973, estando prestando servicio en el Comando Aéreo de Mantenimiento Caman, donde funciona, todavía hoy, una base de la Fuerza Aérea Colombiana, se nos enseñaban los peligros de la marihuana y había conmigo muchos compañeros convencidos de que la cruzada contra la hierba era uno de los grandes servicios que había que prestarle a la Patria, la misma de la Oración. Allí, una vez un teniente me ordenó limpiar su carro particular, que yo de manera diligente hice de forma tan cicatera que al abrir el baúl para pasarle la aspiradora, me encontré con un paquete, bastante voluminoso y, adivinen: Sí. Marihuana prensada. Ahí se me cayó el mundo encima y cuando le comenté a mi lanza, me dijo, ‘obvio güevón, quién cree que es nuestro proveedor’. Perdí mi inocencia y me empecé a preguntar si valía la pena perseguir a tantos consumidores que en los cuarteles se dan silvestres.

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Las Fuerzas Militares son entonces un reflejo de la sociedad, por eso, que haya fotografías de comandantes, subcomandantes y mandos de todos los niveles con mafiosos y criminales, no debiera extrañarnos. Y si a la disciplina le sumamos unos valores que se les inculcan a la tropa, junto con los lujos de la oficialidad que sólo podemos mirar de soslayo, tenemos ese perfecto derechista fanático que considera que Petro es la encarnación del mal por haber tenido un pasado guerrillero que en lugar de rebajarlo lo enaltece, porque hay que tener una adecuada dosis de inteligencia y valentía para rebelarse contra tanta ignominia.

Magíster en Economía

Universidad de los Andes

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