Opinionpor: Rafael Mejía A.

Educación y libertad

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Educación y libertad

Se acerca nuevamente, para alegría de unos y para otros no tanto, el inicio del próximo año escolar. Atrás quedan las vacaciones y comienzan las expectativas de cuándo cae la Semana Santa, y los que adoramos la pereza a decir que “este año ya no se hizo nada”.

Ah, tiempos lindos aquellos, que yo llamo A.P. (Antes de Pastrana), en los cuales ir al colegio a estudiar o a trabajar era, como decía el presidente de la Liga de gobernantes anticorrupción: “una delicia”.

Y en verdad era delicia porque el trabajo para el docente era descansado, alcanzaba el tiempo para cranear y ejecutar proyectos que se hacían por puro gusto –por ejemplo, la Tríada Folclórica del Integrado, el Festival de Teatro Sugamuxista o el  Concurso regional científico Jimenista— y no por un valor en una evaluación de desempeño; los estudiantes hacían gala de un gran respeto hacia el docente, los padres de familia veneraban a los maestros de sus hijos, mandaban de vez en cuando la manzanita, funcionaba casi a la perfección la urbanidad de Carreño; los rectores, más que jefes, eran los amigos que trabajaban con uno, no contra uno, y una buena cantidad de etcéteras que no enumero más porque termino llorando.

Desde finales del siglo pasado, un trabajo tan grato, tan agradable y tan sabroso algunos lo comenzaron a convertir en meras obligaciones, acartonamiento, tal cual mano firme con corazón grande, diagnóstico de los diagnósticos y llenadera de formaticos y tablas de Excel que a la larga nadie lee y tienen un cuestionable valor académico o pedagógico. Lo paradójico es que, a pesar de tantas innovaciones, tantos doctores, tanta tecnología y tanto control, diagnóstico, evaluación, seguimiento, relaciones técnicas, trazabilidad, tanta legislación 2.0, tanta reingeniería y tanta palabreja novedosa la formación de los muchachos en la mayoría de los casos, va como el cangrejo. Si quieren un ejemplo: Hace 40 o 50 años una persona con quinto de primaria tenía la capacidad para ser gerente de una pequeña sucursal bancaria, secretario de un juzgado de pueblo o un bachiller técnico podía ingresar inmediatamente al mercado laboral. Las comparaciones son odiosas, pero…   

Con los estudiantes pasa casi lo mismo: ahora la relación con el docente no va más allá de la simple sesión de clase. Ya no hay tiempo para escucharlos ni para orientarlos, ni para conocerlos, ¡qué vaina! Hay actividades como las del Integrado de Sogamoso y el Sugamuxi, que hacen entrevistas a los padres de familia, donde el docente – director de grupo puede conocer la realidad, la composición y las expectativas de la familia del chico y a la vez la familia conoce a la persona que formará a su hijo con los valores que en la casa no pudieron inculcarle, sobre todo un valor súper importante: la libertad. Lo ideal es educar a los jóvenes con libertad y enseñarles a administrarla en las diferentes etapas y circunstancias de la vida.

Aunque algunos no lo crean, ese colegio donde se podía asistir con el pelo largo (hasta donde la seguridad industrial lo permitía), sin uniforme, sin timbres ni campanas para anunciar el cambio de clase, donde no cerraban nunca la puerta; si el profesor no llegaba a clase uno podía salir a tomar tinto al parque con la condición de llegar en punto a la siguiente, si era a la primera hora y sabíamos que el profe no iba a llegar uno entraba a la segunda como Pedro por su casa y sí el asunto era a la última y el profe no andaba en el inventario, pues chao, para la casita, ese colegio aún existe: Es mi querido IBTIMI, el técnico de Paz de Río. Ahora parece que se llama de otra forma porque el mismo mediocre personajillo del primer párrafo en 2001 les puso a todos el mismo remoquete: I.E. Antes se llamaban Liceo Tal, Colegio Equis, Instituto Ye. Ahora todos quedaron todos como panelitas de leche.

No tengo ni idea si aún por esos lares les permiten a los muchachos esas libertades. Ojalá sea así, pues cuando se educa con libertad la persona crece con amor propio, autonomía, independencia, iniciativa y liderazgo. Se cumpla o no este deseo, siempre, uno de los tesoros más preciados e invaluables del ser humano es la libertad. 

por: Boyacá Visible

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