El Día del Idioma sin peleas

Por: Jorge Armando Rodríguez Avella

Cuando se especula sobre la gracia –para algunos el milagro— de que Cervantes y Shakespeare murieron en el mismo 23 de abril de 1616, a veces no se especifica cuál es el modelo de calendario utilizado. En el caso del español Cervantes la fecha corresponde al Gregoriano, del papa Gregorio XIII, y que rige desde 1582. Pero como los británicos siempre han ido, van y seguramente seguirán yendo por otro lado, para la época usaban el calendario juliano, del emperador Julio César y como andaban de pelea con los católicos, solo adoptaron el calendario actual desde 1752.  

Hechas las cuentas y demás, éstas dan como resultado que don Miguel murió el 22 de abril, sepultado el 23, sin embargo, su obra vive en permanente resurrección. Mientras que Sir William murió despues, el 3 de mayo de 1616 y no el mismo día don Miguel.

Con este primer apunte pongo de presente que quienes gozamos del idioma español como primera lengua somos 480 millones, y la sitúan como la segunda del mundo tras el chino mandarín. En este apartado, México es el primer país con más hispanohablantes nativos –casi 122 millones—, seguido de Colombia, (49,4), Argentina (44) y España (43). Estos datos los tomé del diario El País, Madrid del 12 de octubre de 2019. Hasta aquí las cifras.

Para celebrar el Día del Idioma es bueno señalar que el idioma hablado en España resulta a veces incómodo a la lectura y al oído. Cuando se lee un texto traducido por un españolete y no por un sudaca (como nos dicen a los latinoamericanos) resulta francamente pesado encontrarse uno con términos como gilipollas, tío, maja, polla, chaval, coño, hostia… y multitud de palabrejas que solo las entienden ellos. Agregándole que su conjugación con el ‘vosotros’ hoy resulta, para los 440 millones restantes no españoletes, dicho sin ambages: desueta y trasnochada. Estoy hablando de la literatura traducida no de la producida por los ibéricos porque, en este caso, el lector se prepara para asumir y disfrutar la obra en su lenguaje. Y, además, porque la literatura española como tal, sigue siendo excelente. Pero, insisto, no la traducida por ellos y vendida a los otros 440 millones de hispanohablantes.     

Quien haya tenido que ver una película de vaqueros, rusa o de romanos, por ejemplo, traducida e interpretada con voces españoletas estará de acuerdo que resulta chocante y fastidiosa al oído y al entendimiento. Una obra monumental del cine como Doctor Zhivago es repugnante verla con la traducción y habla españoleta. O para dejar de ejemplificar, los libros escritos por la pareja Obama y que la editorial dejó para sus versiones en castellano a traductores españoles. ¡Qué horror!

Sin pretender profundizar sino simplemente especular demuestra varios aspectos. Primero que no se han dado cuenta que el idioma español es universal y aunque exista la Real Academia Española, una entidad privada, goda como ella sola, el idioma en Latinoamérica es verdaderamente vivo, rico en expresiones, uno y diferente en las diversas regiones y países. Nadie se queja de las traducciones –en muy buena cantidad—hechas por mexicanos, argentinos, peruanos, colombianos o de cualquier otra nacionalidad. Los traductores latinoamericanos emplean un leguaje más universal, diferenciador y unificador al mismo tiempo.

Un ejemplo para apreciar este aspecto lo encontramos en el periódico The New York Times. La redacción del periódico ha optado por una política de traducción mucho más generosa e incluyente para todos los de habla española, sin preferencias, pero universal.

Y segundo, que no es una pelea, tampoco un reclamo ni mucho menos una queja. Se trata de observar el idioma desde otro ángulo, de comprender que en el uso del idioma también se reflejan aún aspectos políticos coloniales heredados y aceptados.

Esos herederos todavía se consideran criollos, podríamos tratarles con cariño como ‘españoleticos’. Es que no han asumido del todo, doscientos años después del famoso grito, que si nuestra hermosa realidad es rica es debido a ese fenómeno tan maravilloso que llama mestizaje. Pero para continuar con esta observación ¡otra vez será!

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