OpinionPor: Sylvius de Gundisálvez y Parthearroyo

Entre Cabalgadas y Cabalgatas

ENTRE CABALGADAS Y CABALGATAS

Es costumbre que se mantiene por estas tierras el incluir dentro de los festejos tradicionales de índole pagano o religioso las denominadas cabalgatas, que finalmente y ateniéndonos a las definiciones son meras cabalgadas. Aquellas son verdaderos desfiles y estas son simplemente largas marchas realizadas a caballo, sin que muchos de los llamados caballistas, caballeretes y aún caballerizos y caballiceros -que no caballeros-, tengan presente no sólo la técnica que montar y conducir a este noble animal requiere sino también poseer las características especiales que debía de tener un verdadero caballero: buen porte, nobleza, generosidad, cortesía, desprendimiento, decencia y otros atributos que les valía el respeto de los demás humanos. Estos atributos, según se ha podido constatar en las realizadas en los festejos populares de pueblos y ciudades han pasado a ser patrimonio de las nobles bestias, y sus montadores, llámense como se llamen, han pasado a ser eso: unos simples montadores y montadoras de todos los pelambres y tamaños cuyo objetivo es mostrar un aparente poderío manifestado en su altanería, su forma de vestir, sus ademanes, el abuso casi extremo hacia sus cabalgaduras y claro el orgullo manifiesto por poseer ejemplares, como decimos por estas tierras “de alto turmequé”.

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Puede este comentario ser ofensivo para algunos de ellos, e incluso para todos, pero veamos: luego de las fiestas julianas de Sogamoso el balance dio como resultado, según informes publicados: una yegua infartada, quince caballos atendidos por lesiones o problemas con las herraduras y siete caballos heridos, estos últimos por el abuso de sus montadores en quienes el licor cumplió con su deber; a raíz de las recientes fiestas de Firavitoba, un periódico publica la queja del abuso a los caballos, ya que según el quejoso, no es correcto que permanezcan los caballos por más de cinco horas esperando iniciar la caballada, que también lo es, y menos que hayan llegado al sitio de partida sin el cuidado debido, es decir, sin haberlos conducido en un transporte adecuado para tal propósito. No sobra agregar a este comentario publicado por el periódico, decir que como testigos del “magno evento” tuvimos la posibilidad de observar algunos actos que seguramente se presentan en todos los rincones de la patria en donde se desarrolla esta actividad: caballistas libando a “pico’e botella” amarillito en botellas verdes o la humilde pola en lata, porque también allí hay eso que llamamos “clases sociales”, que no son más que mayor o menos cantidad de dinero, y a propósito, los unos no se mezclan a menudo con los otros y por eso llegan en bloques distintos, alargando al máximo el desfile; el horse audio con música norteña y “popular”, que es lo adecuado, según parece; el que se cuelga de los cuellos de un par de bestias a hacer malabares mientras la compañera le toma fotografías teniendo como fondo la basílica menor; los politiqueros lanzando besos y saludos a diestra y siniestra: hay que empezar porque el año entrante vuelve a haber elecciones; el castigo a látigo porque la bestia no obedece los caprichos de su cabalgador, y en fin, para qué seguir.

El noble caballo a través de la historia de la humanidad, ha sido el fiel compañero en muchas lides y merece todo el buen trato y respeto posibles y parte de ese respeto es tratarlo como un ser sintiente. Basta recordar entre los famosos corceles a Pegaso, el caballo alado de Belerofonte, Perseo y Zeus; a Bucéfalo, el de Alejandro Magno; a Babieca, el de Ruy Díaz de Vivar -Cid Campeador-; a Marengo, el de Napoleón; a Siete Leguas, el de Pancho Villa; a As de Oros, el de Emiliano Zapata; al conocido como Palomo de Bolívar; al mismo Rocinante, el de don Quijote de la Mancha, y, por qué no a Tornado el del Zorro, a Plata el del Llanero Solitario, a Tiro al Blanco el de Woody en “Toy Story” e incluso a Incitatus al que Calígula nombró cónsul y hasta al Caballo de Troya, a Clavileño y por qué no a los mitológicos Centauros de torso, brazos y cabeza humanos y cuerpo y patas caballunos.

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A propósito de caballos y caballeros famosos: dentro de los múltiples consejos que el caballero hidalgo don Quijote de la Mancha da a su escudero Sancho Panza, junto con que no coma ajos y cebollas, que no masque a dos carrillos y mucho menos que “erute” para que por el olor no saquen su villanería, consejos estos dados antes de que asuma el para nada envidiable cargo de gobernador de la ínsula de Barataria, se encuentra uno que cae como anillo al dedo para entender el rol del verdadero caballero: “Cuando subieres a un caballo, no vayas echando el cuerpo sobre el arzón postrero, ni lleves las piernas tiesas y tiradas y desviadas de la barriga del caballo, ni tampoco vayas tan flojo que parezca que vas sobre el rucio; que el andar a caballo a unos hace caballeros, a otros caballerizos.” La verdad, cada vez en las cabalgadas, que no cabalgatas, se ven menos de los primeros y mucho más de los últimos…

*Miembro correspondiente de la Academia Boyacense de la Lengua

Por Sylvius de Gundisálvez y Parthearroyo*

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