OpinionPor: Sylvius de Gundisálvez y Parthearroyo

La ruana

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La ruana

“La capa del viejo hidalgo, se rompe para hacer ruanas…”

Luis Carlos González – José Macías

 Timaron al campirano, se lo pusieron de ruana…

Sylvius

Antes de la llegada de los “conquistadores”, nuestros ancestros muiscas usaban como prenda de vestir un largo poncho fabricado en algodón que les cubría desde los hombros hasta la pantorrilla y les brindaba el abrigo suficiente para soportar las heladas de las madrugadas y de las frías noches del altiplano cundiboyacense, con coloridos adornos obtenidos de fibras vegetales y de guijarros molidos en la bien conocida “piedra de moler” desde entonces.

 

Trajeron aquellos seres de tez blanca una variedad de extraños animales y entre estos uno al que los aborígenes comenzaron a llamar obisa, tal vez por su similitud fonética con la palabra oveja, que producía una fibra que pronto aprendieron a hilar de igual forma como antes hilaban el chusque, que así denominaban al algodón, pero en un hilo más grueso e irregular. Muy pronto el tejido de algodón comenzó a dar paso, entonces, a un tejido nuevo, burdo y basto de lana llamado “ruana” que comenzó a utilizarse para elaborar el poncho tradicional, que a la vez se fue acortando hasta llegar a ser un cuadrado que cubriría únicamente el torso y la espalda de los aborígenes y facilitaba las labores agrícolas que comenzaron a intensificarse con la traída del trigo y la utilización de azadones y herramientas similares. El chircate, aquella larga falda que llegaba hasta los tobillos de nuestras indígenas también elaborada en algodón, pronto sería tejida en “ruana” y peyorativamente los colonizadores comenzarían a llamar a las aborígenes “chircatonas”, y pronto, chircatonas y chapetones dieron origen a un nuevo fenotipo al que los entendidos en genética bautizaron con el nombre de mestizos y la palabra “ruana”, que denomina aquel burdo y basto tejido de lana virgen de oveja, comenzó a aplicarse a esa prenda cuadrada con un hueco en el centro que cubre torso y espalda que reemplazó al poncho y se convirtió en distintivo de nuestros mestizos campiranos o campesinos como en general los conocemos, pero que nuestros distinguidos e ilustrísimos señores y pintiparadas damas llaman “ruanetas”, mientras tuercen la jeta, se taponan el hocico con el índice y el pulgar y resoplan el consabido “uysh”.

En estos tiempos, la palabra “ruana” ya no sólo se aplica al singular cuadrado con abertura central que cubre torso y espalda, elaborado en lana virgen de obisa y preferiblemente parda -que así era originalmente-, sino a toda aquella prenda que tenga una abertura central sin importar si es cuadrada, rectangular, redonda, triangular, trapezoidal, romboidal; corta, larga, mediana; con bolsillos, con capota, con flecos o todas las anteriores; monocolor, bicolor, multicolor; con listas verticales, con listas horizontales, sin listas, cuadriculadas, con grecas, con motivos muiscas; elaborada en alicachín, fibras sintéticas, en cuero de vaca, en plástico y algunas veces -¡quién lo creyera!-, en lana virgen de oveja; y finalmente, tejida en telar, en dos agujas, en crochet, en macramé o en máquina industrial. Lo importante es que tenga un hueco en el centro por donde se pueda meter el tuste y que sirva para chicaniar, desfilar, estar in o pregonar a los cuatro vientos que es la forma de reconocer y rendir culto no sólo a la prenda sino a “aquellos inigualables seres humanos que a diario se levantan de madrugada para con sus manos callosas horadar la tierra y arrancar de sus entrañas los frutos que no sólo alimentan el cuerpo sino el espíritu y etc. etc.” Con este discurso y de un tiempo acá vemos que pululan candidatos, candidatas y candidotes, sobre todo en estas épocas en que se avecina una nueva elección de dignatarios (¿sí serán dignos?), que luciendo “ruanas” como las descritas renglones arriba van de campo en campo y de vereda en vereda engañando con promesas y falsas esperanzas a los posibles electores y tratando de convencerlos con la manida perorata: “es que yo si soy campesino como sus mercedes y para mí el campo es lo primero; por eso, voten por el de la ruana (o por el del sombrero, que casi es lo mismo), que yo sí me pongo la ruana por ustedes…” y terminan  poniéndose de ruana al pueblo, que no es lo mismo y ni siquiera parecido.

Así han venido nuestros venerables “padres de la patria” timando no sólo al campesino o campirano, sino al país entero, quitando, hurtando, desfalcando, amparados por leyes que les benefician a ellos quienes son sus autores y escudados por símbolos de honestidad y empuje como la ruana, el carriel, el sombrero vueltiao y hasta la diadema adornada de plumas de las pocas reservas indígenas con que cuenta nuestra desangrada patria.

Para finalizar: “La ruana no hace al arriero, ni el vestido al caballero” dice el popular refrán. Y afirmo: La ruana está tanto o más desprestigiada que la Cruz de Boyacá y es una verdadera lástima porque ambas llevan nuestro sello, el sello boyacense; ¿Cuándo la una como la otra recobrarán su dignidad?; ¿Cuándo la una como la otra dejarán de colgársela al gollete a cualquier perico de los palotes?; ¿Cuándo será que por fin vemos qué es lo que esconden bajo la ruana aquellos que acostumbran a timarnos con falsas promesas y vanas esperanzas?

Por mi parte, seguiré usando mi ruana: la mía, la cuadrada, la parda, la que me tapa el torso y la espalda, la que tiene una abertura central y vertical, la elaborada en lana virgen de obisa, la tejida en el viejo telar de un artesano de mi tierra boyacense y tendré cuidado de aquel que venga enruanado -así la ruana sea blanca-, a ofrecer ochas y panochas y a pedir “el votico pa’ la alcaldía, el concejo, la asamblea, la gobernación u todas las anteriores, sumercé…”

 

(*) Miembro de la Academia Boyacense de la Lengua.

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