
PARA ALGUIEN QUE FUE Y SERÁ

Colombia, país de caminos, territorio surcado por diversas vías para movilizarse, a través de autopistas, carreteras, trochas o caminos reales, todas ellas, vasos comunicantes que interconectan, siendo dinamizadas por el fluir de las personas, habitantes – transeúntes, que en diversas velocidades recorren la epidermis de nuestros lugares, siendo los caminos, la vena abierta de nuestro país, parafraseando al lúcido Galeano.
Aquel que reconoce la importancia del camino, es consciente de la delicia que trae consigo la ruta, el proceso, el trasegar, sin importar ya mucho los puntos de partida o de llegada, para estos, el caminar, el recorrer, obedece a un impulso vital, en el cual veo yo, un verdadero acto creativo.
Han sido varios los caminantes trascendentes en mis búsquedas Buda, Confucio, Cristo, Humboldt, Deleuze. Múltiples sus cantores y poetas: Serrat, Facundo, CannedHeat, AC/DC…y en mis caminos, en mis rutas, he logrado toparme con algunos, muchos de ellos, a través de una breve mirada, un saludo, pero con otros, me he detenido para tejer relaciones, conversar, reír, reñir, huir. Fue en una de las jornadas de mis andares, que me trencé con Antonio Caro, con su benemérita cabeza, por dentro y por fuera, su potente, sencilla y corta palabra, su penetrante y transparente mirada … sus Brahma amarillas, tan rebeldes como él, ante la insistencia de la linealidad baja de la costura de la bota de sus desteñidos jeans, sus camisetas sin cuello y su eterna mochila, que junto a su sinnúmero de bolsitas, siempre evocó, para mí, el clásico de Gastón Bachelard.

Ya conocía yo su trascendencia como artista actuante, como alguna vez se definió, durante una entrevista en vivo que le hice en la más bella de las cabinas de radio que ha tenido Tunja, la de ICBA FM, en una emisión en vivo de esa aventura que fue Artifex. Había visto sus clásicos: Todo está muy Caro, Aquí no cabe el arte, Colombia (con las letras de Coca-Cola), Maíz, sus sellos con achiote de 1994, para estampar el número 500, y la delicia, uno de sus mejores caminos: la firma de Quintín Lame. Me hubiera gustado ver su busto de sal de Alberto Lleras Restrepo, o su Demuestre su talento con todo y cachetada a Germán Rubiano.
Con el tiempo, siempre sucedía su retorno, porque con Antonio, aprendí la poética que encierra el suceso, la ocurrencia, la aparición, que se dio varias veces a lo largo de los diez y siete años en que duró nuestro tejido, nuestro recorrido conversado. Abría la puerta de mis lugares, y allí estaba, disfrutando del frío de Tunjita, con su saco de capota violeta, que había comprado en uno de sus viajes al Ecuador. En otras ocasiones, me conducía, por espacios bogotanos caminando, siempre caminando. De esta manera, con cada aparición, nuestra conversación continuaba, repleta de silencios, porque nuestros silencios era lo más importante, era el lugar donde mejor nos conocimos…y es el camino que aún disfrutamos…
Carlos Andrés Carreño Hernández
Profesional en Conservación y Restauración de Bienes Muebles
Mg. en Patrimonio Cultural
Contacto: conservacion.restauracion76@gmail.com
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Aquel que reconoce la importancia del camino, es consciente de la delicia que trae consigo la ruta, el proceso, el trasegar, sin importar ya mucho los puntos de partida o de llegada, para estos, el caminar, el recorrer, obedece a un impulso vital, en el cual veo yo, un verdadero acto creativo.
Han sido varios los caminantes trascendentes en mis búsquedas Buda, Confucio, Cristo, Humboldt, Deleuze. Múltiples sus cantores y poetas: Serrat, Facundo, CannedHeat, AC/DC…y en mis caminos, en mis rutas, he logrado toparme con algunos, muchos de ellos, a través de una breve mirada, un saludo, pero con otros, me he detenido para tejer relaciones, conversar, reír, reñir, huir. Fue en una de las jornadas de mis andares, que me trencé con Antonio Caro, con su benemérita cabeza, por dentro y por fuera, su potente, sencilla y corta palabra, su penetrante y transparente mirada … sus Brahma amarillas, tan rebeldes como él, ante la insistencia de la linealidad baja de la costura de la bota de sus desteñidos jeans, sus camisetas sin cuello y su eterna mochila, que junto a su sinnúmero de bolsitas, siempre evocó, para mí, el clásico de Gastón Bachelard.

Ya conocía yo su trascendencia como artista actuante, como alguna vez se definió, durante una entrevista en vivo que le hice en la más bella de las cabinas de radio que ha tenido Tunja, la de ICBA FM, en una emisión en vivo de esa aventura que fue Artifex. Había visto sus clásicos: Todo está muy Caro, Aquí no cabe el arte, Colombia (con las letras de Coca-Cola), Maíz, sus sellos con achiote de 1994, para estampar el número 500, y la delicia, uno de sus mejores caminos: la firma de Quintín Lame. Me hubiera gustado ver su busto de sal de Alberto Lleras Restrepo, o su Demuestre su talento con todo y cachetada a Germán Rubiano.
Con el tiempo, siempre sucedía su retorno, porque con Antonio, aprendí la poética que encierra el suceso, la ocurrencia, la aparición, que se dio varias veces a lo largo de los diez y siete años en que duró nuestro tejido, nuestro recorrido conversado. Abría la puerta de mis lugares, y allí estaba, disfrutando del frío de Tunjita, con su saco de capota violeta, que había comprado en uno de sus viajes al Ecuador. En otras ocasiones, me conducía, por espacios bogotanos caminando, siempre caminando. De esta manera, con cada aparición, nuestra conversación continuaba, repleta de silencios, porque nuestros silencios era lo más importante, era el lugar donde mejor nos conocimos…y es el camino que aún disfrutamos…

Carlos Andrés Carreño Hernández
Profesional en Conservación y Restauración de Bienes Muebles
Mg. en Patrimonio Cultural
Contacto: conservacion.restauracion76@gmail.com