Opinion

PEDRO PASCASIO, MI HÉROE DE LA BATALLA

Por Lizardo Figueroa

Colombia recién recordó la Batalla del Puente de Boyacá que en 1819 selló la independencia de la Nueva Granada.

Ocasión para regresar el «casete» a mi niñez de cuarto de primaria en los albores de mi vida; justo en 1969 se celebraba entonces el Sesquicentenario de la gesta libertadora; mi maestra leyéndonos y explicándonos a su modo, porque fuera del libro «Alegría de leer» en mi maleta escolar no había más libros y menos de historia patria; en un texto gordo, ella nos leía los pormenores del acontecimiento histórico y en mi imaginación infantil fueron tejiéndose fantasías de soldados, bayonetas y sobre todo de héroes uniformados, con espadas y a caballo.

Contaré hoy, 56 años después, algo de lo que recuerdo de aquellas aventuras. Que la refriega fue por demás tremenda; por los nuestros al mando del general Bolívar, su paisano Anzoátegui, Santander, Rondón y sus llaneros que iniciaron su recorrido desde Arauca, subieron la cordillera, aguantaron el páramo de Pisba, aunque varios camaritas quedaron tiesos del frío, bajaron a Socha en donde los «reencaucharon» con comida, ropas, curaciones para las ampollas y lavado de calzoncillos o perneras hasta los tobillos, que llamaban también «de amarrar el dedo gordo», en convite que lideraran el cura párroco Pedro Sarmiento y la señorita Matilde Anaray.

Arribaron a Belén de Cerinza, en donde los esperaban un jovencito vivaracho llamado Pedro Pascasio Martínez y sus papás; le rogaron al comandante Bolívar que recibiera en el regimiento al muchachito; a regañadientes lo incorporaron en la escuadra de retaguardia para que cuidara los caballos; se hizo «cachas» con un soldado camarita a quien apodaban el Negro José.

Llegaron luego a Santa Rosa de Viterbo en donde una joven agraciada llamada Casilda Zafra abrazó al militar caraqueño a quien al verlo muy regular de cabalgadura le regaló a Palomo, el mejor equino que tenía en su hacienda su padre, Don Parmenio Zafra.

Reiniciaron hasta toparse con los realistas en el Pantano, tierra de la familia Vargas; vino el encontronazo y si no es porque el Coronel Rondón tomó el mando, hubiera sido «pailas».

Y siguieron, cansados y con hambre, llegaron a las laderas del río Teatinos; cuando preciso, divisaron los uniformes rojos y blancos de las tropas de Barreiro.

Anzoátegui pidió a su jefe Simón que le permitiera el mando de la batalla; le respondió ¡hágale coronel! éste cruzó el río con sus soldados por donde estaba más pandito subieron por detrás de la loma y atacaron con la ventaja del descenso -de arriba a abajo, las piedras ruedan- pensó.

Eso fue una tromba, hasta sacarlos en polvorosa; el Negro José y su llave Pedrito columbraron que Barreiro iba huyendo y lo detuvieron; el Negro le gritó «pa’ donde va, cobarde; está usted detenido». José María Barreiro Manjón, reducido y sabiendo lo que le esperaba, quiso sobornarlos con monedas de oro; Pedro Pascasio montó en cólera diciéndole: «¿qué le pasa, granuja? Nada, pa’lante es pa’llá. Y a culatazos lo entregaron al comandante; lo hicieron prisionero y junto con otros detenidos, después de dos meses en Santa Fe, el Libertador ordenó el paredón.

Es lo que se sabe de la tal batalla, mis queridos niños; eso sí les advierto, remató la profesora; «no me consta, porque ese día no estuve por allá; tenía incapacidad médica».

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