PERDIÓ LA TRAMPA

Por Lizardo Figueroa
Es frecuente que ocurra; junto con la mentira y el delito, la trampa ha sido la constante en el nivel más precario del ejercicio político en Colombia; la justicia a veces actúa y sorprende.
El mérito y la ética suelen ser muy escasos en el mundillo de la cosa pública; la honestidad es esquiva en ciertos oficios de la alta burocracia.
Se miente, se trampea y se delinque con increíble desfachatez y tranquilidad, a sabiendas de la vergonzante impunidad.
La mentira tiene inusitada audiencia en la ignorancia; la trampa tiene protagonistas y alcahuetas expertos en actuar, ver y callar; el delito campea, se niega y hasta se aplaude.
La justicia suele ser ignorada como burlada; a veces funciona, aunque tardía y en ocasiones es selectiva; unos delincuentes de postín estrato ocho son enviados a casa y los roba gallinas a las frías lozas de las atiborradas cárceles.
Hay trampas de trampas; desde las trampillas de los estudiantes ‘maquetas’ en el colegio, pasando por las cotidianas violaciones al código del tránsito, la letra menuda, oculta y pequeña de los contratos públicos para la compra de las escobas, de la construcción de una escuela, unas carreteras o una hidroeléctrica, la alimentación de los escolares pobres, hasta el descarado robo billonario de los recursos de la salud de tantísima gente.
Pero definitivamente, la muestra patética de las jugaditas de ingenio y habilidad del mago, fue la que vimos millones de televidentes, transmitida en vivo y en directo sobre la votación para el hundimiento de la propuesta de consulta popular; un golazo olímpico de factura mayor, que además tuvo derroche de soberbia, celebrado con júbilo inmortal por políticos y candidatos presidenciales en el mismo recinto donde nacen las leyes; todo un espectáculo patético.
Se trampea sin el menor sonrojo, de frente, como en franco desafío ¿a ver y qué?
Pero la secular paciencia y actitud de agache, de aguante e indiferencia que caracterizan al común de los colombianos al parecer viene rebosando la copa.
Y justo, pasa lo que nadie esperaba, cuando todo indicaba que doña desvergüenza seguiría reinando desternillada de la risa, un Juez de la República, con un fallo asoma la majestad a veces refundida de la justicia colombiana: debe repetirse la votación y en un plazo de 48 horas. Medio país quedó frío, pero todos asombrados; desde un despacho oficial alguien probo, digno y valiente, como corresponde en el imperio de la ley, reivindicó la legalidad y la decencia; puso en su sitio a la trampa, a la avivatada, a otra triste gambeta a la honestidad. Increíble.
En esta tragicomedia de nunca acabar, cada pausa de la función de teatro que muestra la sucia politiquería de este país, espera las sorpresas del siguiente capítulo. La trampa ha sido desnudada con toda su perversidad.
Amanecerá y veremos, esperando las sorpresas que nos hacen reír o llorar en esta adolorida patria flagelada injustamente por la mentira, el odio y la ilegalidad.