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¿Por qué somos así?

Muchas veces nos preguntamos, ¿Por qué algunas charlas, o algunos chistes no tienen el mismo efecto en las personas?, y la respuesta, desde el punto de vista sicoanalítico, tiene que ver con el inconsciente y no pocas veces con el poder. Un chiste no es lo mismo escucharlo de un subalterno de bajo rango que de alguien que jerárquicamente ocupa un alto escaño.

Esta introducción tiene por objeto revisar y reflexionar un poco por qué a la derecha colombiana le produce tanto escozor que un presidente, que según ellos es un mulato venido a más, un ojibrotado, drogadicto, alcohólico, incumplido, perezoso y mil defectos atribuidos y ninguno comprobado, está gobernando un país como Colombia. Además, nos preguntamos, a qué obedece que los discursos de Petro sean recibidos con respeto en los escenarios internacionales, mientras aquí nada de lo que diga o haga está bien. Según los ideólogos de esa tendencia política derechista, todo es errático, el Presidente se la pasa metiéndose en lo que no le importa, mientras en Colombia todo anda manga por hombro y lo más aconsejable sería tumbarlo sin reparar qué crímenes haya que cometer, con tal de recuperar el Gobierno y poder disponer a sus anchas del presupuesto.

Falta tener la entereza suficiente para aceptar que lo que pretenden es volver a gobernar porque les gusta robar a manos llenas; amañar los pliegos para que las licitaciones sean simplemente una pantomima de transparencia; incumplir los contratos para demandar al Estado y obtener billones sin mover una palada de tierra; obtener subsidios para que las inversiones tengan un costo mínimo y por tanto una rentabilidad infinita, por lo menos desde el punto de vista matemático; poner las instituciones del Estado al servicio del crimen exonerando a los bandidos de sus delitos, usando los vehículos para transportar sustancias ilícitas, o persiguiendo a quienes descubran los entramados de corrupción al interior de entidades como la Fiscalía. 

Quieren también poder volver a matar sin cargos de conciencia porque existen los ‘bien muertos’; perseguir opositores que se atrevan a denunciar las irregularidades; poner a su servicio los trabajadores y los bienes del Estado para sacar sus mascotas al parque; calumniar periodistas que se atrevan a denunciar actos irregulares; en fin, poder delinquir impunemente.

 El discurso, que ahora llaman narrativa, lo elaboran personas que saben lo que están haciendo. Ellas sí actúan de mala fe, inventan las mentiras, editan y manipulan videos que luego ponen a circular, saben que son falacias, pero las adoban con diatribas delirantes que calan muy hondo entre los seguidores que van desde encumbrados empresarios, pasando por medianos y pequeños, empleados de todos los niveles, hasta un vendedor de Vive 100 que en su delirio sueña con un ejército de 70,000 hombres en armas y, como no, militares educados en el cumplimiento del deber, la patria, y una serie de valores que pueden servir, bien para enaltecer las instituciones que tienen por mandato social el monopolio de la fuerza o bien,  para cometer crímenes amparados por un fanatismo que lleva a pensar a sus autores, que es lo que se debe hacer para salvar a Colombia del comunismo sin tener ni la más remota idea de lo que eso significa.

Es en ese contexto, en el que hay que entender a Gustavo Petro, lo que no gusta, pero no se atreven a decir es que es un hombre salido del pueblo, que habla su lenguaje, que a diferencia de la mayoría de los presidentes es alguien muy preparado, un intelectual que habla de Foucault, de Walras, de Paretto, de Mariana Mazzucato, pero también de Víctor Hugo, de Henry Miller o de James Joyce con propiedad y lo hace sin pretensiones para descrestar calentanos sino que cuando lo hace es para reforzar sus argumentos y eso enerva a una derecha ignorante porque, que pena con ella, que sea inteligente no le quita que no se lee ni un cuento de Condorito. Es una derecha astuta pero iletrada.

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