Opinionpor: Carlos Andrés Carreño Hernández

POSTALES PARA LA MEMORIA

Desde la hoy románticamente lluviosa y fría Tunja, otrora esplendida ciudad colonial, en cuyo subsuelo retumba Hunza, lugar del Cercado Grande de los Santuarios, según el investigador German Villate – que tanta falta nos hace desde su fallecimiento – continúan mis reflexiones y cavilaciones, sacando provecho de este aislamiento, como vacío posible, como punto de partida para la construcción de comprensiones complejas.

Y me detengo en el patrimonio cultural, no desde su figura legal, motivo de un cuerpo jurídico que lo ha querido encasillar, domesticar, estatizarlo, momificarlo como joya de museo, sino desde su perspectiva como referente cultural, como campo de investigación que, a través de dinámicas constantes, huye ante las redes positivistas que lo han querido cosificar, para convertirlo en souvenir y destino turístico.

Y ahora sin turismo, y sin la menor posibilidad de recuperación, en al menos tres a cinco años de este renglón de la economía, es prudente preguntarse, si esa ha sido la mejor solución para la tan anhelada sostenibilidad, que requieren los referentes de memoria e identidad, como lo son los edificios, objetos y manifestaciones. Creo que la respuesta salta a la vista. Cartagena, Mompox, Santa Marta, Barichara y Villa de Leyva, por solo nombrar los más mentados, se han despoblado de la mirada curiosa del visitante, de ese cliente que consume estos referentes, sin importar el costo disociador sobre su valor cultural, y mucho menos, el sociocultural, que sea pertinente decir, ha sido cruelmente desplazado hacia la periferia, para ocultar la humanidad del patrimonio, para limpiarlo de su sonido, para que se pueda etiquetar y vender como producto industrial.

Sin esos visitantes, sus cámaras fotográficas, sus chancletas, y sus codiciadas billeteras, se encuentran solas nuevamente esas casas, esas calles, esos lugares donde la memoria de las comunidades ha sido erradicada, para imponer narraciones asépticas, construidas por élites, que desde el siglo XIX, han querido imponer una historia nacional como única narración importante y válida.

En ese orden de ideas, valdría la pena preguntar si ese cascarón que del patrimonio cultural ha quedado evidenciado, es lo que se quiere para la memoria de nuestro país, un espacio geográfico donde lo multiétnico y pluricultural, trasciende las páginas escritas en unas leyes. Personalmente pienso que no, que el camino tomado, tras el estandarte de la supuesta sostenibilidad, ha sido el incorrecto, porque desplazar a las comunidades de sus lugares, para construir hoteles de lujo, hostales mochileros y restaurantes gourmet, es extirpar el espíritu de los lugares, su esencia como espacio habitado, ya que son las personas las que construyen sus patrimonios.

Y al estar en la plaza de mercado, en medio de guatilas, ruas, nabos y chiguas, comprando a Bryan, que bajo su cachucha de los New York Lakers, corea una canción de Los Tigres del Norte, estoy convencido de la importancia del patrimonio cultural, no como punto quieto, no como la Casa del Fundador o el Templo del Sol, sino como un vaso comunicante, un hilo conductor, que conecta la sensibilidad de las comunidades con esos y muchos otros referentes, que desde la materialidad y la inmaterialidad, nos retan como sociedad a articularlos en relaciones cambiantes de múltiples direcciones, como espacios vivos que nos permiten construir preguntas, el patrimonio cultural es eso, es un interrogante constante, es un verbo y no un sustantivo.


Carlos Andrés Carreño Hernández

Profesional en Conservación y Restauración de Bienes Muebles
Mg. en Patrimonio Cultural  
Contacto: [email protected]


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