Opinion

Ecuador y los costos del desmantelamiento del Estado

La hermana República del Ecuador está enviando unas señales inequívocas de lo que significa el desmantelamiento del Estado con el pretexto de que hay que reducirlo a su mínima expresión y hacerlo más eficiente, según la doctrina otrora en boga de Milton Friedman, quien consideraba que el Estado debería reducirse casi hasta desaparecerlo, dado que el sector privado lo haría todo de manera mucho más eficiente. Así, se cerraron ministerios, las escuelas de formación para guardianes, y los presupuestos de salud y educación descendieron en términos reales y otros gastos considerados superfluos, lo que significó un aumento de la pobreza y la desigualdad que dejó a muchas personas, en su mayoría jóvenes sin opciones en la vida.

En este contexto, lo que el Estado deja de hacer, lo realizan otras fuerzas y en este caso parece ser que las mafias lo están haciendo a sangre y fuego. Dicen las fuentes al tanto que el mercado europeo de las drogas lo maneja la mafia albanesa y Ecuador por ser una economía dolarizada y con una tasa de pobreza en aumento convirtieron a ese país en el ideal para establecer allí unas de sus bases de operaciones y manejar el negocio directamente sin la intermediación que antes hacían los carteles mejicanos y algunos combos locales.

Ahora, los síntomas son graves: asesinatos que van desde vendedores callejeros hasta un candidato a la presidencia de las pasadas elecciones, pasando por diputados, concejales y todo aquel que a juicio de los nuevos  poderes de facto constituya un estorbo actual o un peligro hacia el futuro. Es entonces cuando aparecen los líderes de la derecha pidiendo un Nayib Bukele que les arregle el zafarrancho que mediante sus políticas ellos mismos crearon.

Pero aquí hay algo más de fondo. Lo que se está viendo en el mundo es el agotamiento del modelo neoliberal y la respuesta desesperada de una élite miope que se aferra a sus privilegios sin comprender que a lo único que conduce su conducta mezquina es hacia un despeñadero que amenaza seriamente la supervivencia de la sociedad en su conjunto.

Hasta ahora, el capitalismo ha dado muestras de reinventarse luego de muchas crisis, pero éstas se están sucediendo con una frecuencia nunca antes vista y con una violencia también sin precedentes. No es sino echar una mirada al mapa para comprobar que el mundo se está incendiando a pedacitos y que el poder hegemónico que ejercía Estados Unidos desde cuando finalizó la II Guerra Mundial  ya está arriando sus banderas.

Aunque el narcotráfico juega un papel importante en la explicación de la violencia en Ecuador, es la forma más olímpica de eludir el problema, de profundizar en las causas y tratar de entender por qué la gente termina, bien haciendo parte de la mafias o bien sometida por ellas. Hay que entender que estas actividades ilícitas son simplemente una de las formas como funciona la economía mundial: hay un mercado, una oferta,  una demanda y eso requiere una organización que va haciéndose cada vez más compleja a medida que el mercado crece y va escalando hasta los más altos círculos del poder como de hecho ya está sucediendo en la hermana república.

El tema da para mucho más de una columna, pero concluyamos ésta señalando que una vez la mafia se ha apoderado del Estado, remover sus estructuras no es tarea fácil dado que como el agua en un desierto de arena va penetrando tan profundamente que es casi imposible descubrir sus resquicios. Lo vivimos en Colombia con la Ñeñepolítica, la Fiscalía cooptada por el narcotráfico, La UNP dedicada al transporte de cocaína, los poderosos encauzados libres por vencimiento de términos y los organismos de control dedicados al cruce de favores con el poder judicial. Ahora ya el problema no es que los demás países se vuelvan como Colombia sino que éste País sea capaz de sacudirse.   

Manuel Álvaro Ramírez R.
Magíster en Economía

Universidad de los Andes

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