Relato de un pesimista

Por: Nicolás Poveda Duarte

Nacimos en un lugar donde las limitaciones abundan más que las oportunidades. Somos tan capaces de crear bandas delincuenciales como grupos de teatro, corremos el riesgo a diario de morir por la inseguridad que nos cobija. Hemos pasado por diferentes grupos políticos ineficientes a lo largo de la historia, el contenido bélico en el país ha sido exagerado, el ingenio ha sido utilizado para jugar microfútbol con las cabezas de los campesinos en El Salado.

Seguimos un camino inequívoco, trazamos proyecciones que no se cumplen en ningún gobierno. Siempre tenemos la ilusión de un cambio que se ha gestado desde la Colonia, pero solo es ilusión. Nos hemos refugiado en las artes, unos son puramente libres malabareando en el semáforo, otros respiran paz en las bibliotecas y algunos más liberan su odio en las canchas de fútbol del barrio.

Muchos tienen el privilegio de comer tres veces al día, otros no tienen ni para comer una vez. Suena cruel que la miseria en la que vivimos se vea reflejada en el presupuesto que gobierno a gobierno desvían a paraísos fiscales. Algunas madres duermen poco, en ciudades como Bogotá deben permanecer en el transporte público hasta tres horas por trayecto para llegar a sus lugares de trabajo.

Nacimos donde las noticias son tan aberrantes que ya no sorprenden, algunos profesores abusan de sus alumnos, los curas y pastores aprovechan la fe para intimidar a sus víctimas. Las religiones no siembran paz sino odio, el cristiano critica al católico, el católico juzga al evangélico y se convierte en un ciclo de rencor entre los nacidos en uno de los países más felices del mundo.

La educación ha avanzado tanto que en las zonas rurales muchos no tienen acceso digno a ella, no hay pupitres y menos agua potable. Seguimos soñando con que la selección de fútbol nos dé un campeonato, no valoramos el deporte. Los mejores deportistas han tenido que sufrir la barbarie del conflicto, la pobreza y la falta de oportunidades.

Tenemos depredadores sexuales exculpados por enfermedades mentales y con privilegios en las cárceles, un sistema judicial que cada vez es más negligente. Respiramos smog todo el tiempo, las vías están llenas de huecos y los trancones son la mezcla entre las obras eternas e inconclusas con el desfalco del erario.

Crecimos donde tenemos una cantidad de ríos tan únicos que a veces no se ven peces sino cadáveres. Nos matamos por un equipo de fútbol, somos tan osados que a veces algunos no llegan a casa porque en el camino fueron víctimas de un ciudadano que tenía un arma y decidió usarla.

Hay madres que llevan décadas buscando a sus hijos, las entidades públicas son el lugar más apetecido para trabajar porque la negligencia estatal permite la holgazanería. En este país le rendimos homenaje al político de turno y sabiendo que va robar más o menos de lo que el anterior robó. Tenemos unos de los mejores sistemas de salud, así los enfermos se mueran en la calle y las EPS no atiendan a sus pacientes.

Ser profesional es un esfuerzo que se convierte en deuda bancaria, muchos han decidido irse del país y con pocas ganas de volver, las oportunidades laborales abundan, pero solo en los call center.

Algunos indígenas han sido torturados y masacrados por organizaciones delincuenciales que les “acusan de ser colaboradores del enemigo”. Los oleoductos han sido volados y la contaminación ha sido irreparable. Los periodistas son asesinados por decir la verdad y es tan normal como cuando los cocaleros se lavan las manos antes de mezclar la hoja de coca con cemento, gasolina y soda cáustica para obtener la cocaína.

Vivimos donde somos justos, tanto que por robar una caja de caldo Maggi un campesino lo privaron de la libertad por seis años y por la pérdida de 70.000 millones de pesos no hubo más que reconocimiento por parte de la RAE al término abudinear. Somos ingeniosos, hemos aprendido a hacer el corte de corbata, pescas milagrosas y extorsiones.

Soñamos de manera única, tanto que algunos sueñan con ser sicarios, narcotraficantes, modelos webcam o prepagos. Otros aspiran a algo más lucrativo: ser políticos. Amamos ser bandidos, tenemos la capacidad de crear fosas comunes después de desmembrar a las víctimas, para que después las víctimas se conviertan en victimarios y los victimarios sean las víctimas justificando toda la barbarie que ocasionaron.

Hay vallenato, joropo, música andina, bambuco, porro, carnavales, ferias y miles de muestras culturales que nos alegran el rato ante la impotencia de un país que no tiene más que la culpa de haberse creído el más feliz del mundo.

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