Editorial

Volvamos a la magia de la Navidad

La Navidad tiene un encanto único. Es ese momento en el que las luces iluminan no solo nuestras casas, sino también nuestros corazones. Sin embargo, parece que algo se ha perdido en el camino. En Boyacá, donde las tradiciones siempre han sido el alma de nuestras celebraciones, hemos visto cómo el brillo de las costumbres familiares se apaga lentamente frente a la modernidad, los regalos y el afán.

¿Recuerdan cuando las novenas eran un verdadero encuentro? Esas noches de diciembre en las que se rezaba con devoción, donde decorar el arbolito y armar el pesebre era una experiencia familiar única, y los amigos de la cuadra se reunían para hacer panderetas con latas de gaseosa que acompañaban los villancicos hermosamente desafinados. Esas noches navideñas en las que se compartía con los vecinos vino con galletas, y la última noche de novena se esperaba la tan anhelada natilla y los deliciosos buñuelos. No eran actos perfectos, pero eran nuestros.

Estas novenas eran las noches más esperadas para reunir a las familias, a los vecinos y a los amigos de la cuadra, quienes, después de rezar y tomar un vinito, se reunían a jugar yermis, escondidas o rejo quemado, hasta que las mamás salían gritando su famosa frase: “¿Hasta qué hora van a jugar los niños?”. Qué novenas tan hermosas, simples y esenciales; recuerdos que difícilmente se olvidan.

Hoy, con el pasar de los años y la llegada de la modernidad, la Navidad ha cambiado. El árbol de Navidad es quizá mucho más grande, lleno de luces y colores, mientras que el pesebre se ha reducido a María, José y el Niño Dios, sin burritos, ni ovejas, y mucho menos con reyes magos. Las novenas se han convertido en compromisos sociales apresurados, con natilla, buñuelos, vino y galletas, pero sin juegos en la cuadra hasta la medianoche. Ahora los niños y jóvenes han reemplazado las escondidas y el yermis por los videojuegos violentos y la frustración de perder. Las panderetas y luces de los faroles que solíamos fabricar con nuestras manos han sido sustituidas por Spotify y decoraciones prefabricadas.

Pero no todo es malo. La modernidad trae consigo nuevas costumbres. Sin embargo, la Navidad sigue siendo la época más esperada por muchos. Sigue siendo un tiempo de luces, colores, natilla, buñuelos y regalos, pero lo más importante, sigue siendo una época de unión familiar. Es aquí donde podemos retomar aquellas costumbres de hace unos años para hacer de la Navidad una celebración única y llena de alma.

Este año, en familia, hagamos de diciembre un regreso a lo nuestro. Involucremos a los más pequeños en la decoración del árbol y en la creación del pesebre, contándoles historias que les hagan sentir orgullo por nuestras raíces. Rescatemos las novenas como excusas para compartir, donde las risas y las canciones desafinen al ritmo de las panderetas. Y, sobre todo, volvamos a sentarnos juntos a la mesa, a preparar tamales, buñuelos y natilla, con ese sabor a hogar que no se encuentra en ningún otro lugar.

Hagamos de esta Navidad no un espectáculo de luces ni una lista de regalos. Sembremos en los corazones de los más pequeños el recuerdo más bonito, donde el calor de la familia reunida sea la tradición que pase de generación en generación, y donde esta época sea una dulce y mágica Navidad en cada corazón.

Volvamos a sentir. A vivir una Navidad con esencia, donde las costumbres no sean un recuerdo, sino una herencia viva. Este diciembre, encendamos las luces para que nuestra tierra vuelva a brillar, no solo con luces, sino con la magia de nuestras tradiciones.

Por Claudia Gómez

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