Opinion

EL ODIO DE CLASE

La lucha de clases es inherente a la sociedad humana tal como se concibe hoy. Marx y Engels mostraron que la clave en el desarrollo de la humanidad es esa lucha permanente entre las clases sociales cuyas antagónicas contradicciones llevan muchas veces a confrontaciones violentas. Este preámbulo obedece a que hay entre esos grupos no sólo una contradicción sino un odio mutuo ya no disimulado por quienes han detentado el poder desde que Colombia se constituyó como República.

Para ilustrar este asunto veamos lo que escribe un columnista famoso por sus sombreros y sus relaciones non sanctas, Abelardo de la Espriella: “Este gobierno mafioso, dice el columnista, dirigido por el jefe de la mafia, está actuando como dijimos que lo iba a hacer: como los bandidos. No otra cosa podía esperarse si llegaba a la Casa de Nariño un impune miembro de una banda criminal; era lógico”. (La República. La Mafia de Petro. 06/05/2024)

Puede sentirse el odio que destila este sujeto que refleja el pensamiento de los reductos del uribismo, otrora perpetrador de masacres por interpuestas personas. Pero esto no es un problema patológico de un abogado desquiciado huérfano de poder como el Patriarca de García Márquez, es la expresión del odio de una clase social hacia otra cuya versión gringa la dio el mismo Donald Trump al afirmar que los inmigrantes haitianos estaban robando las mascotas en Ohio y más exactamente en Springfield, sí la ciudad de Los Simpsons, y se las robaban para comérselas.

La contraparte tampoco se queda callada y tiene expositores como Levi Rincón, lo que ilustra el argumento central de esta columna: el odio de clase. No es solamente la lucha, es el odio que tiene a algunos recalcitrantes planeando atentados contra la vida del Primer Mandatario ya mediante volquetas repletas de dinamita o con el más sofisticado cianuro, de ingrata recordación en la época de Néstor Humberto Martínez. El cianuro tendría una característica adicional porque permitiría revictimizar al Presidente pues luego del asesinato los medios, estarían listos para difundir la ‘primicia’ de que habría muerto por una sobredosis. Sobra decir que esos medios odian también a Petro, no es sino escuchar a Néstor Morales o Luis Carlos Vélez.

Pero si todo se redujera a insultos, vaya y venga, pero no, las declaraciones de algunos personajes generan reacciones airadas y no pocas veces violentas. En Springfield, después de la declaración de Trump, los ataques a los haitianos, no se hicieron esperar. Les rompen los espejos de sus autos, algunos despachos públicos tuvieron que cerrar; una escuela tuvo que cancelar un festival anual que celebra precisamente la riqueza que representa la diversidad étnica y cultural y el Haitian Times ha recibido amenazas (Artículo de Ricardo Mir de Francia en El Periódico, 21 de septiembre de 2024).

Estamos ante una exacerbación del odio de clases en todo el mundo. En Europa se fortalece la extrema derecha; en América Latina surgen siniestros personajes que están haciendo estragos en la economía y la sociedad entera y en Estados Unidos de Norte América, un energúmeno patán lucha por regresar a la presidencia.

Hay que entender entonces que lo del odio de clases no es nuevo, Marx y Engels lo describieron en El Manifiesto y en Colombia la virulencia con que se ataca al Presidente no tiene precedentes en le historia, lo que significa que para echar raíces la izquierda tiene que usar toda su creatividad para contener y responder a las agresiones que van no sólo contra el Presidente sino contra todo aquel que disienta del pensamiento único que quisieran imponer. No pasarán.

Por : Manuel Álvaro Ramírez R. Magíster en Economía

Universidad de los Andes

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