Opinion

LA PATRIA ASFIXIADA

Alguien definía la existencia humana así: «En medio de dos oscuridades, la vida es sólo un relámpago y un gesto».

¿Qué son 60, 80, 100 años frente a la eternidad de dónde venimos y adonde regresaremos?

Pero lo importante no es la brevedad de la vida, sino el gesto durante el relámpago: ¡vivir!

Cuando el creador nos regaló la existencia, con ese don también nos legó la morada terrenal y en la fugacidad del relámpago, nos asignó el gesto que la justificara en los distintos roles de nuestro devenir; por toda esa misericordia del Altísimo Hacedor hemos de estar agradecidos.

No obstante, en uso de nuestro «libre albedrío» podemos gratificarnos de la vida, como de padecerla.

Duele la patria, el terruño que fuera de nuestra ascendencia, del nuestro y el de nuestros hijos; ciertamente el dolor es intenso, permanente, sin paliativos, anestesia ni distractores que valgan.

Algunos logramos hacerle el quite al Covid, pero Colombia nunca pudo esquivar los virus de la corrupción insaciable, descarada e impune que carcome el erario; del odio politiquero perverso, vengativo, dañino y destructivo; de la mentira, de la maledicencia, del veneno oral que se esparce en ciertos medios de comunicación todos los días; de la delincuencia de distintos estratos y pelambres; de la desvergüenza, desfachatez, codicia, avaricia y violencia cotidiana que dispara improperios, altanerías, vulgaridades, descalificaciones y señalamientos gratuitos que licúan en ambiente tóxico que lastima, hiere y mata.

En ese caldo miserable transcurre la cotidianidad en este país que sufre y aguanta en un estoicismo impresionante.

Nuestro martirologio ha sido secular y recurrente; nos acostumbramos a padecerlo por siglos; lamentablemente la causa principal siempre ha sido la política partidista y electorera que mueve y promueve las pasiones primarias, para las cuales somos propensos el común de los ciudadanos.

Derivado de lo anterior, el sufrimiento y la muerte, invariablemente los ha puesto el pueblo humilde, la gente ajena al poder, ignorante de la cosa pública; esa franja noble que se ilusiona fácilmente ayer como hoy.

Pero el punto de este comentario, es cómo la sociedad colombiana, un conglomerado de más de cincuenta millones de almas ha podido mantenerse en semejante estado de agonía durante tanto tiempo. Cómo este espectro infernal de hiel ha invadido todos los estamentos sociales sin que haya asomo de superarlo. Cómo las columnas sobre las cuales descansan los poderes de la república no han colapsado aún, a pesar de tanta fisura institucional.

Una pista de respuesta sería el talante, el trabajo, la honestidad, la dignidad, inclusive el amor a esta sufrida patria de incontables compatriotas que sostienen en sus hombros el edificio de la nación que permanece en pie.

Por Lizardo Figueroa

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