Hasta la patanería tiene su límite
El editorial del portal de noticias el COLOMBIANO C «Hasta la patanería tiene sus límite«, publicado el 18 de noviembre sobre el incidente protagonizado por Miguel Polo Polo, hace una critica reflexiva sobre la degradación ética en la política colombiana. Este acto realizado por Polo Polo, de desmantelar un homenaje a las víctimas de falsos positivos no solo carece de sensibilidad, sino que trivializa una tragedia nacional. Más allá de repudiar esta conducta, es esencial sancionarla para establecer límites éticos en el debate público. Respetar la memoria de las víctimas no es solo un deber moral, sino un paso hacia la reconciliación.
Hasta la patanería tiene su límite
Por el COLOMBIANO C
Una sanción a Polo Polo no resolverá todos los problemas, pero sí puede marcar el inicio de un cambio en la política colombiana, donde la empatía y el respeto primen sobre la provocación. Las víctimas de falsos positivos y sus familias merecen, al menos, eso.
Así como ayer reprochamos desde estas páginas al presidente Gustavo Petro por nombrar como gestores de paz a los perpetradores de la barbarie paramilitar. Hoy tenemos que hacer lo propio con el representante a la Cámara Miguel Polo Polo y su insólito acto de agresión a las víctimas de los que conocemos como falsos positivos.
Un acto simbólico como el que desplegaron las Madres de Soacha, para honrar a las víctimas de esos crímenes atroces, debería estar revestido de respeto, empatía y dignidad. Sin embargo, Polo Polo, conocido por su retórica provocadora cruzó una línea que ningún representante público debería siquiera rozar.
¿Qué necesidad tenía el congresista de recoger unas botas que estaban siendo utilizadas como una instalación artística en memoria de las víctimas?
El gesto es además arrogante y está cargado de símbolos de violencia de parte del congresista. Polo Polo desbarata una muestra que otras personas habían construido; cada una de esas botas, se veía, tenían una pintura que seguramente representaba algo muy sagrado para las mamás de Soacha. Pero nada de eso le importó a este cartagenero de 28 años. Abusando de su calidad de congresista recogió las botas y las fue metiendo una a una en bolsas de basura.
Su gesto no solo denota una profunda falta de sensibilidad hacia quienes han sufrido las consecuencias de estos crímenes de Estado, sino que también pone en entredicho los valores que deberían guiar a quienes ocupan un escaño en el Congreso.
Polo Polo representa este nuevo estilo de hacer política que resulta tan perjudicial para la sociedad, en el cual en vez de hacer debates con argumentos para llegar a acuerdos, imperan los insultos, los ataques incendiarios y los videos construidos con la dosis de odio necesaria para hacerlos virales. Pero la patanería también tiene su límite. Como sociedad, debemos exigir que quienes nos representan comprendan que hay líneas que no se cruzan, especialmente cuando se trata de la memoria de las víctimas.
Los falsos positivos son uno de los capítulos más oscuros en la historia reciente de Colombia. Es un crimen que no admite matices ni relativismos: se trató de una estrategia depravada que violó todos los principios de la moral del Estado, del derecho humanitario y la ética militar.
En este contexto, cualquier intento de trivializar, ridiculizar o politizar la memoria de las víctimas debe ser rechazado tajantemente.
Sin embargo, no basta con repudiar lo sucedido. Este acto debe tener consecuencias concretas. Los partidos y movimientos políticos que respaldan al congresista tienen el deber moral de actuar con firmeza. Una sanción ejemplarizante no sólo enviaría un mensaje contundente sobre la importancia de la ética en el debate público, sino que también contribuiría a restaurar parte de la confianza que los ciudadanos han perdido en la clase política. La ausencia de una reacción contundente podría interpretarse como complicidad o, peor aún, como una validación de estas conductas.
Es importante, no obstante, señalar que la memoria de los falsos positivos también ha sido utilizada de manera indebida por algunos sectores para atacar a sus adversarios políticos. Se tiende a instrumentalizar el dolor de las víctimas con fines partidistas. Las atrocidades de los falsos positivos no deben reducirse a un eslogan político; son una tragedia nacional que exige una reflexión profunda y acciones concretas para que no se repitan.
El número de 6.402 víctimas surge del informe presentado en 2021 por la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), el cual detalla que, entre 2002 y 2008, se cometieron al menos 6.402 ejecuciones extrajudiciales en Colombia. La discusión alrededor de la cifra se ha dado, entre otras cosas, porque es significativamente superior a las estimaciones del Centro de Memoria Histórica y Human Rights Watch, que inicialmente calculaban entre 3.000 y 4.000 víctimas. Y la JEP no descarta que el número pueda cambiar.
Es crucial entender que las cifras, aunque son esenciales para dimensionar una tragedia, no deben ser utilizadas para dividir o manipular a la sociedad. Sean 10, 50, 3.000 o 6.402 estamos ante un fenómeno inaceptable y tal vez el más horrendo de la historia del Estado colombiano.
Si bien es legítimo buscar precisión en las cifras, estas discusiones no deben desviar la atención de lo fundamental: se cometieron crímenes atroces que requieren verdad, justicia y reparación.
El reto es construir una narrativa que honre a las víctimas sin instrumentalizarlas. Esto requiere un esfuerzo colectivo que supere las divisiones ideológicas y que garantice que los números no sean armas, sino herramientas para la verdad y la reconciliación.
Es el momento de que los partidos políticos dejen de lado los cálculos electorales y se comprometan con una ética que honre la dignidad humana. Una sanción a Polo Polo no resolverá todos los problemas, pero sí puede marcar el inicio de un cambio cultural en la política colombiana, donde la empatía y el respeto primen sobre la provocación y el oportunismo. Las víctimas de los falsos positivos y sus familias merecen, al menos, eso.