Opinion

Y ¿QUÉ ESPERABAN DE ESTE CONGRESO?

Por Manuel Álvaro Ramírez R.

Mediante un fraude hundieron la Consulta Popular, igual que el 19 de abril de 1970. Hay júbilo en la derecha y rabia contenida en la izquierda. Los senadores que lograron imponer su decisión celebran y los demás tienen que morderse su rencor y frustración. Los trabajadores, que esperaban ansiosos el resultado de la sesión, no se resignan a agachar la cabeza y maldecir pasito mientras otros igualmente explotados pero que se comen el cuento de que este gobierno es la encarnación del mal, celebran sumándose al coro de sus verdugos. Petro, dicen, es un error susceptible de corregir, se alegran, lo que nos hace evocar aquellos versos del Tuerto López:

Viva la paz

Viva la paz,

Así,

trinaba alegremente un colibrí,

sentimental, sencillo,

de flor en flor,

y el pobre pajarillo,

trinaba tan feliz sobre el anillo,

feroz de una culebra mapaná,

mientras que en un papayo

reía gravemente un guacamayo

bisojo y medio cínico:

—¡Cuá cuá!

Ahora, es el momento de apartarnos del tumulto y sobre la indignación más que justificada hay que hacer un análisis de lo sucedido y reducirlo a sus justas proporciones, según mandato del bufón del corbatín de ingratísima recordación. Lo que acaba de suceder, contrario a lo esperado por los optimistas del Gobierno, era previsible. Ya se sabía que Cambio Radical, el Centro Democrático, el Partido Conservador, una parte del liberal y otras microempresas electorales habían anunciado su negativa a la iniciativa, así es la lucha de clases cuando se decide actuar dentro de los canales institucionales.

Que fue una derrota lograda a punta de trampas, sí; que se impidió que una senadora votara, también, que se cerró de forma intempestiva la votación, cierto. Pero de todo esto hay que aprender porque la lucha no termina aquí. En los procesos dialécticos que caracterizan la lucha de clases no hay reglas de caballerosidad, ética o elegancia en las actuaciones cuando se trata de defender intereses de clase, que es de lo que se trata. En Colombia, la clase dominante no se ha caracterizado jamás por jugar limpio, esta clase no duda de acudir a los más ruines y bajos métodos para mantener intactos todos sus privilegios, eso tienen que entenderlo todos aquellos que apuestan por un cambio y entender además que este no es un proceso que avance en línea recta.

Sufrimos un revés, se perdió una batalla, pero lo más importante es analizar las causas y una, quizás la principal, es la ausencia de un poder real en el congreso. Se tienen algunos alfiles muy valiosos, pero para lograr cualquier avance toca negociar con lo que hay, es decir con la politiquería tradicional, aunque, como acaba de verse, no siempre es suficiente y se corre el riesgo de que nos metan muchos goles como los Olmedos, los Alejandros Gavirias o las Cecilias López para sólo mencionar los casos más sonados.

Lo hecho por Petro hasta ahora es un gran avance, pero hay que prepararse para lo que sigue. Colombia tiene que llegar a un estado en el cual se permita la alternación del gobierno. Hasta ahora los únicos países que han logrado de manera significativa un avance en este sentido han sido Uruguay y México que recientemente ha dado una paliza a la derecha de tan contundencia que se han visto obligados a aceptar a regañadientes los resultados en las urnas. Y eso se logrará, mediante la unidad organizada en un partido que logre interpretar el clamor de la mayoría golpeada, burlada y vilipendiada.

La lucha sigue.

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