Opinion

COLOMBIA EN EL LIMBO

Por Lizardo Figueroa

A poco tiempo de lo que en el país del Sagrado Corazón se entiende como democracia, cercanos ya a la expresión ciudadana sobre sus preferencias electorales para renovar el Congreso y Presidencia de la República, hay una sensación de vacío e incertidumbre en la población que aún sigue creyendo en sus instituciones.

En otros lares desarrollados, de auténtica democracia, entendida como la participación muy bien informada, consciente y transparente, los electores sopesan la seriedad, el juicio, la solvencia ética y profesional de los candidatos y por supuesto la calidad de sus propuestas derivadas de sus respectivas ideologías políticas, que en la realidad se aterrizan en leyes de desarrollo, prosperidad y bienestar para su población.

Aquí, muy poco se ve de esa grandeza. La proliferación exagerada de partidos y movimientos políticos, en últimas conduce a la anarquía, como bien lo advertía Platón en su Academia de la Hélade hace siglos.

La retórica siempre fue el arma de nuestra política criolla; echar carreta sin mayor sustento, apuntando llegar más al hígado y al estómago de los electores.

Nada realmente interesante se escucha; nada que cautive, que suscite entusiasmo, que convoque y que una.

Vemos cómo quienes son ungidos como candidatos, se quedan en discursos vacíos, cuando no pendencieros, odiadores, mentirosos, vengativos y estériles. Dolor de patria produce tanta palabra hueca.

Una nación carente de líderes carismáticos, creíbles, de mediana estatura intelectual, de dudosa ética, de poca capacidad y atrevimiento, pendencieros y tóxicos.

Los politiqueros, desde siempre, sirviéndose de la ignorancia y del hambre; inventando enemigos, aupando pasiones y sectarismos, descalificando, odiando, mintiendo, sirviéndose de la histeria y la estupidez.

No ha cesado la violencia política en Colombia; ayer a garrote, escopeta, corte de franela, terror y destierro, hoy a lengua viperina, odio encarnizado y ruidoso desde sus medios de incomunicación.

Triste panorama de viejos políticos anclados en el pasado, lidiando sus resabios y mañas, atravesados como mulas en el camino del progreso en pleno siglo XXI, atados a la burocracia inútil, costosa y por supuesto, pegados al erario, su razón de ser.

Un parasitismo burocrático gigante y escandalosamente costoso ahoga cualquier avance social.

El triste espectáculo de ver cómo los «representantes del pueblo» viven literalmente agarrados de las mechas, indolentes y sin rubor alguno.

Problemas tan graves como la crisis de la salud, la precaria calidad de la educación o el colapso de la justicia no tienen propuestas de mejoramiento estructural a corto plazo; los afanes politiqueros se centran en los avales de los partidos, en acomodarse en las listas y los ruidos de campañas.

No hay mucho para escoger, valga decirlo; seguimos en la eterna espiral girando en el sin fin del subdesarrollo, varados en las costumbres electoreras de antaño.

Estos días de asueto para muchos, serían ocasión propicia para pensar en el destino de nuestra nación, la misma que los mayores heredamos a nuestros hijos y nietos; las urnas pudieran ser, quizá, la oportunidad de escoger lo menos malo entre tanto bla bla blá.

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