Cien días de cambio
Boyacá ha sido tradicionalmente un departamento conservador, en sus costumbres políticas y en el actuar de sus gentes. Ha vivido un poco aislado de los acontecimientos nacionales debido acaso a su geografía escarpada y por eso los boyacenses tenemos fama de solapados, un poco tímidos, pero también de atravesados. En el Valle de Tenza, por ejemplo, el 9 de abril apenas se sintió, no así en otras partes especialmente del norte o la punta que nos toca del Magdalena Medio, en fin, es difícil escribir para un departamento conservador sobre un presidente exguerrillero pero honesto y muy preparado, quizás como no habíamos visto a ninguno en muchos años.
Pero nuestro pueblo todavía cree en el comunismo, no como doctrina social, porque de eso no tiene ni remota idea, sino como instrumento de terror que cree que los comunistas matan niños, persiguen curas y expropian los calzones y los cepillos de dientes a quienes ya no les queda otro patrimonio. Muchos preferían y aún prefieren, como presidente a un tipo ignorante procesado por corrupción como Rodolfo Hernández o con nexos con la Oficina de Envigado como Federico Gutiérrez, antes que a Gustavo Petro, porque en su imaginación está el estereotipo creado por los medios, pese a las muestras de inteligencia que ha mostrado ante propios y extraños, comenzando por Estados Unidos que ha enviado varias comisiones del más alto nivel, lo que sólo significa una cosa: A Colombia hay que tomarla en serio, sus planteamientos sobre drogas, medio ambiente y extradición son para ponerle atención. Al país se le mira ahora con respeto donde quiera que Petro vaya.
En este contexto, Gustavo Petro completó cien días de gobierno y ni ha expropiado a nadie, ni se inundaron los hospitales de médicos cubanos, ni Marbel se fue del país. Entonces los ataques se han tornado mucho más en la persona, dado que las decisiones han calado en el corazón de quienes lo elegimos. Que llega tarde, que está enfermo, que Verónica usa botas pantaneras de un millón de pesos o que, por tener la osadía de treparse a un árbol para observar la magnitud del desastre invernal, es que quería reemplazar la iguana como símbolo de Ecopetrol.
Pero no, Petro se ha puesto a trabajar con su gabinete desde al primer día, conformó un equipo heterodoxo en lo económico, que combina la experiencia de un Ocampo, un Álvaro Leyva o una Cecilia López con ministros y ministras jóvenes como Irene Vélez o el director de la DIAN, Luis Carlos Reyes.
El primer remezón se dio en las Fuerzas Militares y en ese momento sí llegamos a temer un golpe de Estado, como en la práctica lo impulsaron los sectores más retardatarios del establecimiento. Pero Petro es un estadista, sabía lo que necesitaba, la crítica se centró en que la salida de tantos generales significaba pérdida de valiosa experiencia. Era válida, muy válida si se quisiera seguir en la guerra, pero no. Lo que se requería era militares comprometidos con una nueva visión que se concentraran en proteger la vida, no en exterminarla. Puso a un jurista al frente del Ministerio de Defensa y le encargó poner énfasis en la protección de los derechos humanos. Eso significaba un gancho al hígado de la clase dominante, acostumbrada a no escatimar crímenes para mantener los privilegios usufructuados desde cuando convirtieron a Colombia en un platanal que no necesita gobernantes sino capataces.
Cien días han pasado y sólo para tener una idea de lo que ha pasado, puede mostrarse con orgullo que se logró aprobar la reforma tributaria, la primera que pone a pagar a quienes más tienen y no simplemente quitar centavos a cada cosa que compran los millones de pobres que es lo que se hace con el IVA. Hay muchos más logros, pero el espacio no da para más.