Colombia y Haití: las deudas históricas
El historiador, nacido en Valledupar, escritor y columnista de El Espectador, Javier Ortiz Cassiani, nos ofrece en este escrito la razón histórica profunda de la deuda que nuestro país tiene con la República de Haití. Muy convenientes sus precisiones porque el descuido por la historia en la educación secundaria es conmovedor. Con la lectura de esta columna, los jóvenes y los menos jóvenes empezarán a comprender la enorme trascendencia de la ayuda que prestó Haití a nuestra Guerra de Independencia. Haití fue el segundo país, luego de EE.UU., en lograr su independencia; hoy es el más pobre de América y junto con Colombia los más desiguales de Latinoamérica.
Colombia y Haití: las deudas históricas
Por Javier Ortiz Cassiani. El Espectador 23 de noviembre de 2023
A diferencia de los 26 colombianos que llegaron a Haití hace un par de años, los que arribaron a las costas de Los Cayos, en la parte sur oriental de la isla, en diciembre de 1815, no lo hicieron para asesinar al presidente de la recién conformada república antillana. Todo lo contrario. Llegaron pidiendo consuelo y refugio. Como pudieron, en medio de la caída de Cartagena de Indias después de más de cien días de sitio por el ejército español, algunas embarcaciones lograron burlar el cerco militar y después de un viaje de penurias, en el que varios perecieron en la travesía o a punto de alcanzar la costa –como el caso del mulato Pedro Romero, máximo líder de la independencia de Cartagena el 11 de noviembre de 1811– fueron socorridos en Haití.
“Eran varias centenas de fantasmas que recorrían las calles de Puerto Príncipe con lentitud y en silencio, salvados milagrosamente de la metralla del Pacificador y de los embates del mar”, escribió en 1926 Luis Augusto Cuervo –miembro de la Academia Colombiana de Historia y diplomático, quien ejerció como cónsul honorario en Haití–, en el Boletín de Historia y Antigüedades. Cuervo también señaló en su texto que “todo el pueblo haitiano prestó a aquellos espectros del dolor, el consuelo moral y la ayuda material necesarios para fortificar los cuerpos y dar aliento al desfalleciente patriotismo”.
Todo indica que esto no era solo retórica. El 19 de diciembre de 1815, desde Kingston, Simón Bolívar, le escribió una carta a Alexandre Pétion, presidente de Haití: “Hace mucho tiempo que ambiciono el honor de ponerme en comunicación con V. E. y de manifestarle los profundos sentimientos de estima y reconocimiento que me han inspirado sus distinguidas dotes y sus innumerables bondades hacia mis muy desdichados compatriotas”. Bolívar continuó diciendo que Haití era “el asilo de los republicanos de esta parte del mundo”, y más adelante se atrevería a escribir que “Pétion es el autor de nuestra libertad”.
Tampoco exageraba. Sin los recursos que ofreció Haití en armas, hombres y dinero no habría revolución colombiana. Por los menos no en ese momento. Pero luego, una vez consolidada la independencia, la generosidad haitiana no sería retribuida. En el afán por obtener el reconocimiento de las potencias europeas y de los Estados Unidos de América, el nuevo Estado colombiano decidió hacer a un lado la memoria haitiana de su independencia para mostrarla en cambio, como un proceso que no había sido producto de una revuelta de esclavos, de modo que no amenazaba la estabilidad de la región. Todo esto se tradujo en que Haití no sería invitado al Congreso Anfictiónico –el evento que materializaba el sueño bolivariano que Haití había ayudado a construir– celebrado en Panamá en 1826. También tendría que pasar un tiempo considerable para que Colombia la reconociera como nación.
Hace unos días me enteré de que la Cancillería colombiana hará una visita oficial a Haití en la que se reconocerá la deuda histórica que la nación colombiana tiene con este país y se inaugurará el Consulado en Puerto Príncipe. Es apenas justo. El ejercicio de la diplomacia implica la recuperación de las memorias rotas, de los vientos comunes, y la necesidad –como dijo el académico Norman Girvan a propósito de las relaciones en el gran Caribe– de “hacer un viaje de conquista mutua de nuestra mismidad colectiva”.
No es para nada saludable que la memoria de las relaciones de nuestro país con Haití sea una muy reciente, una que habla del asesinato del presidente electo de esa nación por un grupo de mercenarios colombianos organizados por Germán Rivera, capitán retirado del ejército. No es justo con una nación que en algún momento fue el asilo de los que luchaban por la construcción de la república en América.