‘Cuídense: perdí a mi madre y abuelos tras contagiarnos de covid’
En solo cinco meses, la familia Restrepo despidió a tres de sus integrantes. Esta es la historia.
“No fue una despedida. Fue como un ‘nos volveremos a ver’, pero su salud desafortunadamente se estaba complicando”. Es el recuerdo más fuerte que conserva Carlos Zorrilla Restrepo –un bogotano de 25 años– del 27 de julio, cuando su mamá se dirigía a urgencias luego de tener varios síntomas relacionados con covid-19, sin saber que sería la última vez que la vería frente a frente.
Solo se alcanzaron a dar un abrazo y un beso acompañado de un “todo va a salir bien”. Cristina Restrepo Valencia, de 51 años, tenía síntomas de gripa, debilidad general en el cuerpo y había perdido el sentido del gusto y el olfato. Salió ese lunes en la madrugada, junto con un hermano, directo a urgencias en la Clínica Los Cobos, en el norte de Bogotá.
“Ella empezó con los síntomas de una gripa normal. Físicamente se sentía bien. No pensábamos que se trataba de un contagio de covid o que no la volveríamos a ver”, cuenta Carlos, el hijo mayor.
Un día después de la salida de Cristina, su segundo hijo, Camilo (de 22 años), sintió fiebre y dificultad para respirar. Él solo estuvo internado un día. Los médicos consideraron que no tenía comprometido el proceso respiratorio y que podría tener tratamiento en casa, bajo estrictas medidas de bioseguridad y aislamiento.
Para el 30 de julio, a solo tres días de estar internada, Cristina sufrió una recaída en la clínica y tuvo que ser trasladada a la unidad de cuidados intensivos. Anticipando lo peor, ella envió un mensaje a su familia antes de su ingreso: “Ella sabía que la iban a conectar a un respirador y nos dio instrucciones de qué teníamos que hacer en caso de que no nos volviéramos a ver –lamenta Carlos–. Fue un chat, ni siquiera un audio o una videollamada, porque el proceso fue muy rápido, de un día para otro. No tuvimos tiempo de despedirnos”.
Ella sabía que la iban a conectar a un respirador y nos dio instrucciones de qué teníamos que hacer en caso de que no nos volviéramos a ver.
La familia Restrepo no sabe cómo llegó el virus a su casa. Una de las posibilidades, dicen, pudo haber sido a finales de junio mientras visitaban al abuelo, quien estuvo ocho días hospitalizado por una bacteria que tenía en un riñón, o en una de las conexiones de trabajo que tenía Cristina con anestesiólogos de una clínica de Bogotá.
“Al principio, nadie en casa pensaba que esto del coronavirus fuera tan real. No conocíamos casos cercanos, nadie en primera relación estaba contagiado. Nosotros cumplíamos con cuidarnos y con estar en casa. Mi mamá era la única que tenía que salir, una vez cada dos semanas, a cumplir con sus responsabilidades del trabajo”, agrega Carlos.
Todos positivos
“En nuestras posibilidades nunca estuvo de cerca la muerte de mi mamá. Pensábamos: ‘Tiene covid, pero va a salir de esto’. Ella era muy joven y, aunque tenía un proceso de salud bajo observación en los últimos años, nunca pensábamos que ese virus fuera a potenciar su muerte”, reflexiona Carlos.
Para ese momento, 30 de julio, estaba confirmado que Camilo y Cristina eran positivos de covid- 19. Sin embargo, lo que más preocupaba a la familia era que sus abuelos –Nelly Valencia de Restrepo, de 82 años, y Abelardo Restrepo Restrepo, de 80 años– se contagiaran y empeoraran su salud. Los dos eran los consentidos de sus 7 hijos y 9 nietos.
En nuestras posibilidades nunca estuvo de cerca la muerte de mi mamá. Pensábamos: ‘Tiene covid, pero va a salir de esto’.
La señora Nelly, quien sufría de alzhéimer, empezó a presentar dificultades para respirar, fiebre y tos. La familia insistió, a través de la EPS y la Secretaría de Salud, en exámenes para todos, y solo el cinco de agosto les confirmaron que eran positivos. Pero en el hogar no solo se vivían malas noticias. El día ocho de ese mes llegó un poco de esperanza a la familia. “Recibimos una llamada del médico, diciéndonos: ‘Su mamá está mejorando. Está recibiendo menos medicamentos, ya la desconectamos’”.
Carlos y sus hermanos (Camilo y Laura, de 19 años) soñaban con saludarla y verla despierta, pero no fue posible. “La pudimos ver, por última vez, en una videollamada. Estábamos esperando a que se despertara y desde muy lejos le dijimos: ‘Te esperamos en casa, todo va a estar bien’. Pero, lastimosamente, seguía con sus ojos cerrados, totalmente dopada por los medicamentos tan fuertes, y a los pocos días la volvieron a intubar”.
Por su parte, en la casa de la familia Restrepo, la abuela Nelly seguía empeorando: “No abría los ojos, toda la alimentación y medicamentos eran por vía intravenosa y requería de oxígeno. Estaba sufriendo mucho”. La familia sostiene que todas las complicaciones llegaron tras el contagio de covid-19. Nelly falleció el 11 de agosto, a las 8: 50 de la noche, en su cama, como lo había pedido y con tres nietos al lado despidiéndola.
Esa misma noche, como era costumbre, recibieron una llamada desde la Clínica Los Cobos para informar sobre el estado de salud de Cristina. Les comunicaron que, de nuevo, había tenido una recaída respiratoria y que debían intubarla. Las llamadas no volvieron a ser positivas, no hubo más chats ni tampoco videollamadas: “Nos decían: ‘Sigue empeorando. Le hicimos un hemocultivo, un análisis de sangre, necesita seguir con oxígeno’ y miles de tratamientos más”.
No obstante la fuerte batalla que había emprendido, Cristina murió el 23 de agosto a las 12:50 de la tarde. Los médicos relacionan en su causa de muerte neumonía, tras el contagio de covid-19, y una bacteria que tenía en la sangre y le afectaba el corazón.
Cristina, dice la familia, estuvo la mayor parte del tiempo dopada con medicamentos fuertes y conectada a un respirador mecánico. Por ello no le alcanzaron a decir que su mamá había fallecido.
La familia no se reponía de la muerte de las dos mujeres y cabezas del hogar, en menos de doce días, cuando su abuelo Abelardo Restrepo empezó a reportar fiebre, tos y flemas. Era hipertenso, diabético y tenía obesidad mórbida (pesaba 150 kilos). Aunque, según cuentan, logró superar el virus para las primeras semanas del contagio, su estado de salud empezó a deteriorarse tras la muerte de su esposa, Nelly, con quien llevaba 58 años de matrimonio, y su hija Cristina, de quien nunca se separó. Atendiendo la crisis emocional que enfrentaba Abelardo, los médicos le recetaron antidepresivos.
“Empezó a estar ocho días bien y ocho días mal. Luego, ocho días mal, dos bien. No era consciente de lo que decía, no abría los ojos. Él se quería morir”, recalca su nieto, Carlos. Abelardo finalmente falleció el pasado 3 de diciembre a las 11:50 de la noche.
Puede que el covid no nos mate de una, puede que seamos sobrevivientes, pero no sabemos las secuelas que nos deje. No podemos dejarlo a la suerte.
En medio del duelo que enfrenta su familia, Carlos envía un mensaje para quienes todavía creen que el covid-19 es un juego o un invento. “Los cuidados dependen de uno, no del Gobierno o de las restricciones. El hecho de que tengamos más libertades o que se pueda viajar no significa que el virus no siga, debemos cuidarnos. ¡Cuídense! Yo perdí a mi madre y abuelos tras contagiarnos. En mi casa seguimos en shock, fueron tres muertos consecutivos, de los que no hemos podido hacer el duelo. Puede que el covid no nos mate de una, puede que seamos sobrevivientes, pero no sabemos las secuelas que nos deje. No podemos dejarlo a la suerte”.
El último adiós
A raíz de las restricciones para hacer el velorio, y teniendo en cuenta que no podrían estar todos, la familia decidió trasladar las cenizas de Nelly y Cristina a una urna biodegradable para ser sembradas al lado de tres árboles en el páramo de Guerrero, en Cundinamarca.
“Mi mamá nunca quiso un entierro en un cementerio, ella nos decía que quería que las cenizas se lanzaran al mar. Por eso hicimos un ritual de despedida distinto”, cuenta Carlos. Las cenizas del abuelo también serán llevadas a este lugar para que puedan estar juntos.
El joven de 25 años agradece la oportunidad de poder disfrutar durante estos años de sus abuelos, a quienes define como sus segundos padres y la columna vertebral de la familia.
Nelly Valencia de Restrepo, a pesar del alzhéimer, era una mujer muy activa. Se levantaba a las cinco de la mañana, y a las seis ya estaba en el gimnasio. Nunca tomó ni fumó. Y a las ocho de la mañana ya estaba preparando la comida para sus hijos y nietos. Además, era muy creyente en Dios.
De su abuelo, Abelardo Restrepo, Carlos recuerda que era el centro de la casa y de todas las reuniones familiares. Todo el mundo tenía que ver con él, y a petición suya era tradición en su familia celebrar los miércoles de frijoles.
Abelardo fue una persona que dio la vida por sus nietos: “Cinco de los nueve nietos estudiamos en el mismo colegio que quedaba a tres cuadras de la casa. A él no le importaba y siempre nos llevaba y nos recogía. Nos decía: ‘Mientras Dios me tenga con vida, siempre cuidaré de ustedes’”.
Sus abuelos siempre solicitaron a la familia morir en la casa y no en una sala de urgencias. Por ello, ante las afectaciones de salud, sus seres queridos adelantaron los cuidados paliativos para ambos. “Su amor siempre fue tan fuerte que sabíamos que si fallecía uno, el otro se iría pronto, y así fue”, recalca Carlos.
Cristina, por su parte, trabajó toda su vida como gerente de empresas. Se separó del padre de sus hijos desde el 2009 y en los últimos años se dedicó al hogar y a cuidar de sus padres. “Toda la fortaleza que tenemos hoy se la debemos a ella. Nos decía que la muerte no era el fin de una vida, sino solo un final físico. Gracias a esas enseñanzas, hoy nos sentimos tranquilos, fuertes y me atrevo a contar esta historia”, sostiene.
Carlos dice que lo más duro para ellos es llegar a la casa y sentir el silencio. Tras la muerte de sus tres seres queridos, ahora solo viven en el lugar una tía –que, además, es gemela de Cristina– y sus dos hermanos.
Nos decía que la muerte no era el fin de una vida, sino solo un final físico. Gracias a esas enseñanzas, hoy nos sentimos tranquilos, fuertes y me atrevo a contar esta historia.
A los quince días de la muerte de su mamá, Carlos, Laura y Camilo decidieron hacerse un tatuaje en la muñeca en su homenaje. Antes de que llegara el covid a sus vidas, Cristina les había dicho que quería que juntos tuvieran el símbolo de ChoKuRei como representación de poder y unión.
Uno de los momentos que más recuerdan de su mamá fue el viaje que emprendieron en el 2013 para conocer varias ciudades de Argentina. Esa vez, los cuatro prometieron seguir descubriendo más lugares juntos. En el 2015 fueron a Estados Unidos. Y quedaron otros países pendientes en el listado, como Perú y México, que ahora deberán hacer los tres.
“Mi mamá nos enseñó a no depender de lo material, a darse la oportunidad de conocer lugares nuevos. Era amante de los viajes, y cuando nos perdíamos o algo salía mal simplemente decía: ‘Todo hace parte del viaje’. Esa frase también la llevo tatuada en la espalda”, señala Carlos, y agrega que heredó de ella el gusto por viajar.
El joven, profesional en mercadeo y publicidad, afirma que este año perdieron la alegría de celebrar la Navidad: “Mi abuela era la que ponía los adornos y la que se encargaba de las celebraciones familiares. Acá decoramos, pero no sentimos la motivación de nada, no queremos ni pensar en estas fechas ni en la del cumpleaños. El 15 de febrero cumplirían mi mamá, mi abuelo, una prima; y yo, el 18. Son fechas que no nos sentimos preparados para afrontar”.
La familia aprendió, por las enseñanzas de Cristina, a fortalecer su parte espiritual. “Ellos, tres personas pilares dentro de la familia, se fueron del plano físico, pero siguen con nosotros espiritualmente. Ellos nos recuerdan lo unidos que tenemos que seguir y lo fuertes que debemos ser. Estar aquí contando mi testimonio no es fácil, pero si no fuera por sus enseñanzas, no tendríamos ni la fortaleza ni la capacidad de seguir luchando”, concluye Carlos.
Fuente:www.eltiempo.com