Opinion

DE PEROGRULLO: LA DIGNIDAD NO SE COME

Por Lizardo Figueroa

Recientes acontecimientos de orden político en el continente americano sacuden a los pueblos de ascendencia latina, causando angustia y desconcierto en millones de personas.

Cada nación, desde su soberanía republicana, toma las determinaciones que considera útiles y necesarias, según sus particulares intereses y circunstancias; eso resulta claro, legítimo y respetable.

Sin embargo, como todo en el devenir social, lo que está sucediendo tiene sus más y sus menos; difícil que ciertas medidas, sobre todo las que tienen ribetes políticos, económicos y con fuerte carga ideologizada, terminan generando beneplácitos y resistencias.

En la puja del poder y su manera de ejercerlo, será el tiempo el que establezca la razón a quien corresponda desde la experiencia.

Las tensiones diplomáticas que hoy se dan entre el poderoso del norte y algunos ubicados al sur del Río Bravo, tienen mucha tela de dónde cortar. Pareciera que, en la complejidad de la gobernanza actual del coloso norteamericano, la presencia de inmigrantes latinos, al menos desde su jefe de Estado, les resulta incómoda e inconveniente, principalmente por la ilegalidad a la luz de su normatividad interna.

Habría que considerarse, desde luego, que la inmensa mayoría de residentes extranjeros son honestos trabajadores que aportan talento, esfuerzo e inteligencia a la riqueza de la nación gringa y bienestar a sus propias familias.

El éxodo humano siempre ha existido; desde los textos bíblicos y por distintas razones, legiones enteras de trashumantes se desplazan en búsqueda de otros horizontes, con todo lo que ello implica para bien o para mal sobre los desarraigados.

Pero, las causas de las diásporas deben abordarse y explicarse.

Hasta dónde cabe la responsabilidad de quienes hoy se rasgan las vestiduras por tener dentro de sus fronteras a los que creen indeseados desde su posición de ventaja, como también de quienes desde siempre han asumido su triste y cuestionable papel de gobernantes subordinados en el llamado «tercer mundo», propiciadores del lamentable fenómeno de la huida masiva por falta de oportunidades laborales.

Economías débiles, concentración exagerada de los bienes y servicios en pocas manos, un aparato productivo incipiente que además privilegia las importaciones, incertidumbre inversionista, elevadas cargas tributarias, alto endeudamiento externo, tratados comerciales leoninos y demasiadas talanqueras que nos mantienen en las tinieblas del subdesarrollo.

Este triste espectro es el que lleva a mucha gente a no quedarse, a preferir irse, aún a riesgo de ser maltratados, humillados y repatriados con el inri infame de delincuentes, que no lo son.

Se da en Colombia esa perversa realidad de rotularnos pobres, habitando una tierra inmensamente rica, con una población talentosa y laboriosa merecedora de mejor destino que el de coger las de Villadiego por el mundo y que reclama hoy, ante tanta afrenta, algo que se llama dignidad, pero que infortunadamente no se come.

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