Opinion

EL CABALLO BLANCO DE JOSÉ ALFREDO

Por Lizardo Figueroa

De las bellas artes, quizá la música es la que más queda en el imaginario popular; en últimas, las canciones recogen e interpretan las distintas vivencias de la gente, especialmente de los enamorados latinos del centro-sur de América, quienes se distinguen, además, por ser los únicos en el mundo, capaces de morir de amor.

Homenaje póstumo a un ídolo.

Recién se cumplieron 99 años del natalicio de «El Rey» mexicano. Breve hermenéutica a las metáforas de un clásico de la ranchería azteca: el Corrido del Caballo blanco.

«Este es el corrido, del caballo blanco, que en un día domingo feliz arrancara; iba con la mira de llegar al norte, habiendo salido de Guadalajara…».

El caballo como tal no existió, pero la magia creativa del autor le dio vida con singular talento.

En realidad, el protagonista de la historia fue un automóvil Chrysler Imperial, modelo 1957, color blanco, en el cual el cantante y sus compañeros mariachis hicieron un largo recorrido desde la capital de Jalisco hasta Ensenada, Baja California a cumplir un contrato.

El relato de la larga travesía, con todos los inconvenientes y fallas del carro, fue traslapada magistralmente al famoso equino.

Pasó por Nayarit; por «Culiacán ya se estaba quedando…» (comenzaba a fallar) y subiendo a Mochis ya se iba cayendo (escape de agua y recalentamiento) » que llevaba todo el hocico sangrando…»

Dicen que cojeaba de la pata izquierda (rótula de amortiguación) y a pesar de todo siguió su aventura.

Siguió su recorrido por Sonora, Hermosillo, Cabarca y ya por Mexicali la cosa se fue agravando; de madrugada llegaron a Tijuana; fueron a Rosarito en donde repararon el coche y descansaron en la belleza natural de las tiernas praderas de la Ensenada.

El Rey, Ella, Canta, canta, El arrepentido, El 7 Mares, Llegó borracho el borracho, El último trago, Pa’ todo el año, La enorme distancia, El Cobarde, Tú y las nubes, entre otras, escuchándolas en una poderosa «Rockola» junto con unas buenas «polas”, aguardiente, chirrinche, ron, amarillito, chichita si no hay pa’ más o copitas -de Mezcal- si es posible, en animada tertulia con los mejores amigos, son, a no dudarlo, los mejores paliativos para sobrevivir al peor despecho de un descorazonado.

Recordar las canciones de un artista y cantarlas, como las del ranchero Jiménez, a pesar del transcurrir del tiempo, es la más poderosa forma de volverlo inmortal.

De música ranchera, sí que sabemos los boyacenses.

Paz en la tumba del Dolorense Hidalgo de Guanajuato, Don José Alfredo Jiménez Sandoval. Digo yo, pues.

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