Opinion

El sueño de Laureano

Por Rafael Antonio Mejía Afanador

“Llegaremos hasta la acción intrépida y el atentado personal (…) y haremos invivible la república”. Laureano Eleuterio Gómez Castro

Ahora que el gobierno lucha desesperadamente, vía fast track, para lograr un paquete de reformas que beneficiarán al pueblo y que no tiene muy contentos a los dueños del negocio, traigo a colación un pequeño trozo del libro Razones de vida, de Vera Grave, donde podremos evidenciar que, aunque Gustavo Petro tiene la presidencia, el poder sigue en manos de los mismos. Después de la constituyente de 1991, Vera fue elegida como parlamentaria, después senadora y hoy jefa de la delegación de gobierno en los diálogos de paz con el ELN.

Aquí están algunas impresiones de su paso por el honorable antro (los subtítulos son míos): 

Comienza la verdadera lucha

«Me movía entre el orgullo de representar al M-19 y la curiosidad de entrar a un sitio que siempre había visto como el símbolo del desprestigio del poder, y del cual ahora formaría parte. […]

«Con el equipo de trabajo organizado, nuestra primera batalla fue la consecución de una oficina y su dotación, porque la que me entregaron había sido desvalijada por mi antecesor. Era una feroz lucha contra intrigas, palancas, politiquería barata al nivel de un escritorio, una silla, una línea telefónica y una máquina de escribir.

Al pueblo nunca le toca

«La Comisión Quinta, a la cual quedé vinculada, se dedicaba a temas como salud, vivienda y educación. Los proyectos importantes, como reforma urbana, se los repartían entre los dirigentes de los partidos tradicionales, y a mí la tarea de una ponencia a un proyecto relacionado con el recaudo de los derechos de autor de la música en cantinas y bares. Como había venido a trabajar, me metí en el tema, pero ese proyecto tenía más enemigos que viabilidad, solamente generaba presiones de los afectados y gremios interesados, sin ninguna salida posible. Con un asesor del Ministerio de Salud elaboramos un proyecto de ley para reglamentar una política de los medicamentos, sobre la base de concertación entre Estado, gremios, industria farmacéutica, sector salud y usuarios, en busca de una mayor cobertura para gran parte de la población sin acceso a unos medicamentos regidos en su producción y distribución por criterios de negocio, mas no de salud. De inmediato, las asociaciones de farmacéuticos comenzaron su cabildeo en el Congreso para impedir el avance del proyecto; organizaron un foro en San Andrés, donde los expertos en el tema me molieron con argumentos económicos, técnicos, farmacéuticos, y se me evidenció que con ellos era imposible discutir dentro de criterios de razonabilidad, desarrollo y menos hablar de sensibilidad social. Así la producción no crezca, subimos los precios y no cedemos en nada. Rápidamente la industria encontró quiénes le ayudaron a sabotear la iniciativa, y el proyecto se quedó sin debate. […]

«No había que perder la fe, así que con ilusión presenté otra iniciativa que establecía algo básico pero inexistente como era la protección y asistencia integral a la maternidad establecida como un derecho. También este proyecto se accidentó al poco tiempo. La ponente del proyecto, una parlamentaria liberal, presentó ponencia negativa y comentó que el Eme no proponía ninguna novedad, a lo cual le respondí que el problema en Colombia no era proponer sino resolver los problemas humanos básicos de la población, algo elemental que el Partido Liberal jamás había hecho. Una parlamentaria conservadora antioqueña trató de ayudarme hasta donde pudo, pero fue imposible: la decisión de no apoyar la propuesta estaba tomada.

“Con esos hpts no se puede”: Angélica Lozano

«Había gente sensible, pero el sectarismo partidario y el cobro político se imponían a la urgencia social. Cuando había intereses políticos de por medio, se encontraban mecanismos para entrabar o desechar la iniciativa. Así fui entendiendo una de las esencias de una política irracional y mezquina: en el Congreso no valía la bondad o justeza de las ideas o proyectos, sino quiénes las presentaban y si respondían a intereses políticos o a conveniencias de grupo. Así la población saliera perjudicada, en la mayoría de los políticos primaba que el congresista no quedara perjudicado en su reconocimiento y protagonismo, o en los intereses del poder que defendían. […]

La “altura” de los debates:

«Si no hubiese estado de parlamentaria sino de antropóloga en el Congreso, me hubiese dedicado a investigar las formas de comportamiento de esta especie que se llama clase política. Nadie escuchaba a nadie, era un ir y venir como en una plaza de mercado. Lo que menos importaba a los parlamentarios era el debate, a no ser que les tocara intervenir. Todo tenía un precio. El voto no era un acto de conciencia o de postura política, sino negocio: nosotros te nombramos en esta comisión si votas por tal proposición… Eran transacciones múltiples que se hacían a toda velocidad. […]”

Cabe anotar que la desconchinflada de Vera con los aires de cambio fue tenaz pues lo primero que hizo el ‘renovado’ congreso (el de 1991) fue reformar la Constitución para que regresaran el clientelismo, la corrupción, las mangualas y todo lo que ha representado siempre la derecha colombiana. Hasta el 2021 nuestra Constitución había sufrido 55 reformas (para jodernos) incluida la del articulito que nos puso a padecer 20 años de uribismo: Uribe I, Uribe II y casi III, Santos (el que dijo Uribe) y Duque (el otro que dijo Uribe). En total, 55 reformas contrarias al espíritu de 1991 y berrean porque Petro se atreve a nombrar la palabra “constituyente”, ¿qué tal?

Para no alargarme más, ahí está pintada nuestra derecha: El mejor alumno de Laureano, El Patrón, queriendo hacer invivible la república, así, como fue su sueño.

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