Francia se ha instalado en un territorio político peligroso. El buen resultado de Emmanuel Macron en la primera vuelta de las elecciones presidenciales, celebrada el domingo, es tranquilizador. El actual presidente no tiene nada ganado, pero parte con ventaja para poder derrotar, el día 24, a la ultraderecha de Marine Le Pen en la segunda vuelta y evitar así un cataclismo de la democracia en Francia y también en Europa. Y, sin embargo, estas elecciones, en las que los partidos históricos del centroderecha y del centroizquierda han quedado al borde de la extinción y las fuerzas populistas de todo signo constituyen una mayoría, emiten señales preocupantes. Francia no es un país cualquiera: es una democracia fundamental en la Unión Europea, potencia nuclear y miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU.