Opinionpor: Rafael Mejía A.

Grandes jugando a ser niños

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Grandes jugando a ser niños

“Boy scout: Niño disfrazado de estúpido comandado por un verdadero estúpido disfrazado de niño”. De la sabiduría popular.

Me van a perdonar los millenials (generación de humanos entre los tiernos 30 y 40 años) pero. dentro de esta dulce etapa de la vida en la cual empiezan a aflorar los deseos de independencia versus las deudas, hay unos curiosos ejemplares a los que denominan programadores o desarrolladores de software quienes tienen por oficio calcular cuándo los viejitos aprendemos a manejar una plataforma digital, para salir corriendo a hacerles cambios, mejoras o similares, en una jugada maestra que llaman pomposamente “actualización”.

Hombre, si aquí la fiesta está buena, ¿para qué carajos me voy para la fiesta de enfrente? Háganmelo bailar en la uña.

Pues resulta que cuando uno ya le ha cogido el tiro a la plataforma de un banco, de una entidad de salud o de cualquier entidad gubernamental, llega un adulto disfrazado de niño (o viceversa) a dificultar lo que, de hecho, ya es pan comido. Es decir, a cada solución le ponen su problemita. 

Como el sentido común parece ser menos común de lo que parece, les voy a dar sólo dos ejemplitos:

Los cajeros automáticos. Cuando los primeros cajeros automáticos comenzaron a asomar las narices entre 1975 y 1980, nadie soñaba con que esta tecnología nos iba a facilitar la vida de manera abrumadora. Bueno, o eso creíamos, pues en un comienzo las corporaciones de ahorro y vivienda implementaron una red de cajeros que tenían las opciones básicas de retirar, transferir, pagar servicios o consignar. El usuario introducía la tarjeta y tragaba un buen sorbo de aire para que la tarjeta volviera a aparecer, pues el cajero literalmente se la tragaba. Lo bueno de esos tiempos era que lo primero que uno hacía era digitar la clave y ahí, sí proceder a todas las opciones.

Ahora es diferente. Las actualizaciones que suprimieron la tragada de la tarjeta llegaron con unos adornos que son la razón de ser de este texto: después de insertar la tarjeta lo conducen a uno a través de tooooodas las opciones: ¿va a retirar?, ¿a transferir, etc.? Pero antes de cada opción le preguntan a uno si va a comprar un seguro de vida, (quién carajos le compra un seguro a un cajero automático) si va a donar plata (con toda la que hay) o si desea continuar con la transacción (obvio, a eso vinimos), aún después de anunciar que ésta tiene un valor de $.00. Por último y después de todo este interrogatorio y contrainterrogatorio le preguntan a uno lo primero que han debido preguntar: la clave.  Lo malo es que después de digitarla y de cinco minutos de tembladera le salen a uno con el cuento de que todavía no le han consignado. ¡Plop! (¿Será que esa preguntadera tiene oscuras intenciones?)  

Plataformas tecnológicas diseñadas para, principalmente, meternos la mano al bolsillo, para cobrarnos, tratan por todos los medios de que la cobrada nos salga con trauma incluido. A la página de la Compañía de Servicios Públicos de Sogamoso, Coservicios, el usuario entra básicamente a pagar. Nadie entra a algo diferente porque no hay nada más que hacer ahí. El asunto es que durante la pandemia y durante la cuarentena total, la página nos libró de salir a buscar un punto de pago presencial. Todo funcionaba muy fácil, muy bonito, muy cuco, muy al pelo, hasta cuando a un genio se le iluminó el bombillo y se le ocurrió ponerle un código captcha, cuyo objetivo primordial es diferenciar a usuarios humanos de bots cuando se está rellenando un formulario en una página web o cuando se está intentando acceder a un perfil de usuario. Básicamente el código captcha “identifica si quien intenta acceder es un humano o un bot”, acortamiento de la palabra robot que se usa en referencia a un programa informático que efectúa automáticamente determinadas tareas… ¿Será que, si alguien se encuentra por ahí tirado, solito mi recibo del agua, de pura maldad y con alevosía, saña y premeditación va y me lo paga? ¿Será?   

Cuando ya supimos qué era el tal código captcha y nos dedicamos a jugar a la lotería identificando semáforos, botes o motocicletas para darle gusto al código, llega otro genio y se inventa otro sistema de validación qué consiste en contestar varios interrogantes: Código interno, dirección, ciclo (ni idea de qué es eso), uso, etc. Esto ya en sí es malo, pero lo peor es que después de pedir el correo y lo redirecciona a la página de PSE (una página de pagos online) nos regresa a la página anterior, con lo cual irremediablemente la solución es salir de la casa y buscar un punto de pago.

Lo interesante del asunto es que estos genios, que yo sepa, no trabajan gratis y alguien tendrá que pagarles. ¿Seré yo, maestro?

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Opinión

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