ISRAEL Y NETANYAHU EL CARNICERO

Por Manuel Álvaro Ramírez R.
Todo en Israel es artificial desde su misma fundación. Nació por una resolución de Naciones Unidas, como una solución al problema humanitario que significaba cargar con el sambenito de los campos de concentración y el holocausto y desde entonces, se ha tratado convencer a la gente que, si bien los muertos en la Segunda Guerra Mundial fueron entre 50 y 70 millones, pareciera que las únicas víctimas hubieran sido los seis millones de judíos que es la cifra martillada una y otra vez por el sionismo. Comencemos por decir que cuando la versión viene de los propios judíos, la cantidad archirrepetida debería por lo menos ponerse en tela de juicio, porque nada mejor para obtener réditos políticos que posar de mártires mientras se asesina en masa a los palestinos.
No soy lo que se llama un negacionista, no dudo que hubo un genocidio por parte de un mandatario paranoico llamado Adolph Hitler, un cabo del ejército que ni era alemán ni tenía formación académica, pero que escribió un libro con unas teorías variopintas como una que dice que existía una conspiración mundial contra Alemania compuesta por sindicatos comunistas y judíos cuyo principal ideólogo era un judío alemán, hecho parcialmente cierto excepto en que la ideología del comunismo no tiene absolutamente nada que ver con el judaísmo y que lo que llamaba conspiración era simplemente la lucha de clases.
Lo que sorprende también es el grado de influencia que el sionismo ha logrado, hasta el punto de convertir en delito en algunos países, comenzando por Alemania, el hecho de poner en duda la cifra recitada por doquier. Es a eso a lo que se ha llamado negacionismo. Sin embargo, la penetración ideológica de la versión judía se entiende un poco cuando se empiezan a ver películas con un marcado sesgo donde se los pinta como personas laboriosas dedicadas a los negocios entre semana y el shabat a los cantos en hebreo alabando a Elohim, que es como ellos llaman a Dios, cubiertos con sus efod a la luz de la menoráh.
Hasta hace poco creía que las películas se reducían a La lista de Schindler, El Pianista, El niño de la pijama de rayas, La vida es bella, pero no, hay muchísimas obras y como la inteligencia artificial hoy si una persona ve una película le sugiere otras de género parecido se puede comprobar que la producción cinematográfica es impresionante para lavarle la cara a estos sujetos.
En lo que tiene que ver con el presente, Israel ha roto la tregua que se había pactado desde el 15 de enero del este año, como lo ha hecho sistemáticamente desde siempre y ha renovado las matanzas con el pretexto de acabar con Hamás. Pero si bien ha habido algunas bajas reconocidas por el grupo que hasta hoy gobierna la franja, los que más han caído son civiles, mujeres y niños y lo más grave, es que ya a nadie pareciera importarle. Todo esto llevado a cabo por un genocida que ya se ganó con creces su lugar en los anales de la infamia.
Benjamín Netanyahu nació en 1949 en Tel Aviv, algo un poco extraño en un país donde muchos habitantes fueron inmigrantes: Golda Meir era rusa, Moshe Dayan había nacido en el Imperio Otomano, Ben Gurión el fundador era polaco, Yitzhak Shamir bielorruso. Y así pueden encontrarse mandatarios y altos funcionarios de los más diversos orígenes que ocupan Israel por pertenecer a un pueblo mencionado en los libros sagrados de su religión.
Desde sus inicios, Netanyahu ha estado encargado de tareas militares de manera que su ideología está muy permeada por la práctica castrense. En Wikipedia puede encontrarse un detallado historial de su ascenso desde cuando participó en la guerra de los Seis Días en 1967, operación dirigida por Moshe Dayan bajo la presidencia de Golda Meir. No es casualidad entonces que Netanyahu pertenezca a un partido de derecha que encontró en Joe Biden y Donald Trump los aliados perfectos para llevar a cabo el genocidio que está perpetrando en Gaza.
Hay que reiterar que un genocidio no es una matanza más ni que la puede llevar a cabo cualquier persona. Se requieren dos cosas: una mente criminal donde no haya principios ni asomo de humanidad y poder político. Eso es lo que le ha permitido a Benjamín Netanyahu actuar como hasta ahora lo ha hecho. Y para complementar la ignominia, como si el genocidio no fuera suficiente, Estados Unidos pretende llevar a cabo en tierra palestina el desarrollo de un gigantesco balneario que, según Trump, convertiría a la franja de Gaza en la Riviera del Medio Oriente.
La impotencia me lleva a plagiar a Fernando Vallejo y ahogando un grito contenido balbucear: hujueputas!