LA ADICCIÓN AL PODER
Algunos seres humanos tenemos un complejo arraigado que consiste en considerarnos imprescindibles y esto es especialmente cierto en algunos dirigentes. Para la muestra hay muchísimos botones: Evo Morales, Daniel Ortega, Leonidas Trujillo, Joseph Stalin, Álvaro Uribe y ahora Nicolás Maduro. Entonces comencemos por aceptar que no se trata de un asunto ideológico sino inherente a la especie y aquí una autocrítica: Las personas formadas en la izquierda con cierto raigambre intelectual construido de forma consciente, saben que los dirigentes son productos históricos, que surgen bajo ciertas circunstancias y por tanto lo procedente no es atornillarse al poder porque no confía en ninguno de sus copartidarios sino construir un ideario y formar unos cuadros que garanticen la continuidad de su legado.
Lo que sucede en Venezuela es una mezcla de muchas cosas: una base social sobre la que Maduro se sostiene, con un aparato militar y paramilitar que controla al resto de la sociedad. Una oposición rala dispuesta a acudir a los crímenes que sean necesarios para recuperar el poder. Cuenta también la oposición con una base social de personas empobrecidas gracias al bloqueo económico al que ha sido sometido ese País; buena parte de ellas odian a Maduro porque lo culpan de empeorar sus condiciones de vida.
Pero ahora se han llevado a cabo unas elecciones que no han dejado contentos a los opositores e incluso a muchos aliados de Maduro, quienes no entendemos cual es el problema para publicar las actas que respaldan las cifras divulgadas hacia la media noche del 28 de julio, la fecha de los comicios. La oposición dice tener en su poder el 73% de las actas pero tampoco las han presentado lo que le resta credibilidad a su argumento y es aquí donde retomaremos el hilo por donde comienza esta columna.
Los gobiernos de izquierda deberían caracterizarse por permitir el relevo de los mandatarios y rodearlos para defender un sistema de gobierno que debe caracterizarse por la transparencia, la honradez la eficiencia y la eficacia de las decisiones y que va mucho más allá de las personas. De lo contrario tienen que apoyarse en funcionarios venales prestados de los grupos tradicionales de poder, acostumbrados a ver los recursos públicos, más como un botín al que hay que asaltar y saquear vorazmente y no como el medio de redistribuir el ingreso con el propósito de mejorar las condiciones de vida y de trabajo de la gente más humilde. Tal ha sido el caso de la Unidad Nacional para la Gestión de Riesgo de Desastres UNGRD y sus cabezas visibles Olmedo López y Sneyder Pinilla.
La constitución política de Venezuela ordena que el Consejo Nacional Electoral publique los resultados en la Gaceta Electoral, dentro de los treinta días siguientes a la proclamación de los candidatos electos. Sin embargo, ante la duda sembrada por la extrema derecha y debidamente orquestada por la prensa internacional, se está produciendo una inusitada presión internacional para que las actas de los escrutinios se divulguen de inmediato. Y para completar la situación de por sí compleja, Brian Nichols, subsecretario de Estados Unidos para el hemisferio norte intervino ante la Asamblea de la OEA, donde reconoció a Edmundo González como presidente electo. Es decir estamos ante la versión Guaidó 2.0.
Sea este el momento para una profunda reingeniería interior de los partidos de izquierda. Gustavo Petro está mostrando, en este caso también, el camino, que consiste no en ajustarse el cinturón como en avión en emergencia sino salir por la puerta grande, sin modificar articulitos ni renunciar tramposamente a lo Bukele para hacerle bypass a la constitución y eternizarse en el Gobierno. Daniel Ortega es un triste ejemplo de cómo terminan estos mandatarios añejos, con la senilidad a cuestas pero mirando a ver cómo se perpetúan si no directamente, por interpuesta persona como cualquier Alvaro Uribe, Kim Il Sung, Papa Doc, la lista es larguísima.
Por Manuel Álvaro Ramírez R.
Magíster en Economía Universidad de los Andes