Opinion

SENCILLAMENTE, GROTESCO

Por: Rafael Antonio Mejía Afanador

Corría el año 1987 y viajaba yo a trabajar al municipio de Páez, Boyacá, tierra hermosa y donde, en alguna ocasión, escribí que la primera vez que mis ojos vieron tanto verde fue por esos lares. Estaba recién desempacado como Licenciado en Ciencias de la Educación –mucha carreta para decir, “maestro”– y mi padre me consiguió un nombramiento “allí no más en Páez, despuesito de Tunja”. Pues el despuesito se alargó como ocho horas y yo creyendo que era por ahí media o 45 minutos. ¡Qué descache!

Me quedó de compañero de puesto el gerente de la Caja Agraria de Ramiriquí y él quien me aterrizó de golpe: nos falta una hora hasta Ramiriquí y de ahí a Páez pueden ser cinco o seis más… ¡plop! Hijuemadre, ¿en qué me metí yo?

Era mi primera impresión de esa linda región. Cuando cruzamos el Vijagual, lo poco que se podía ver a través de la espesa neblina, era de color verde, hasta las cercas de alambre de púa que había al lado de la carretera estaban llenas de musgo verde. ¡Impresionante!

Dieciocho meses duró mi periplo por la provincia de Lengupá. Muchos hermosos recuerdos de mi primer trabajo con contrato a término indefinido. Lo único que no me resultaba atractivo era el viaje. La carretera en ese entonces era sencillamente asquerosa. Había un sitio llamado Juracambita, en Zetaquira, en el cual había un enorme derrumbe que permanentemente dejaba escurrir lodo y piedrecitas que golpeaban las ventanas del bus, cuando podíamos pasar en bus, porque algunas veces el conductor nos hacía bajar y pasar a pie, por si las moscas. Había un buldócer que arrastraba un bus bajando, un camión subiendo y así hasta las 5:00 de la tarde. El que llegara después de esa hora, le tocaba transitar bajo su propia responsabilidad. 

No sobra decir que como viajaba en el último bus Rápido Duitama del día, que salía de Tunja a las 12:30, el aparato iba hasta la coronilla de gente. Uno de esos aburridos domingos de viajar a trabajar llegó uno conducido por mi paisano Gustavo Rodríguez. Inmediatamente la gente se abalanzó hacia la puerta intentando abordar todos al mismo tiempo. Como a mí los tumultos más bien poco, me quedé expectante a ver qué sucedía, cuando de pronto escuché mi nombre pronunciado desde el interior del bus: era Gustavo que me llamaba para recibirme la maleta por la ventana. Me hizo subir, a pesar del tumulto, y me acomodó en el puesto de “la consentida”, con todo el panorámico frente a mí.  

Nada más salir del terminal y el hombre Gustavo se pega qué agarrón con el ayudante. ¿Resultado? lo despidió inmediatamente, le dio cualquier peso y lo echó del bus. Acto seguido tuvo la delicadeza de concederme el honor de ser su nuevo ayudante. En tono des complicado me dijo: Hágale Rafa, de aquí a Soracá cóbreles tanto, a Puente Camacho, tanto, a Ramiriquí, tanto y ‘atarzánelos’ a la salida para que los hp no se le vuelen. Yo comencé a cobrar el pasaje, incluso a algunos colegas que iban para Zetaquira o Miraflores, rojo de la pena por tener que desempeñar azarosamente ese noble oficio y obvio, por el vocabulario de ‘mi patrón’.

Lo incómodo, también, del asunto es que todos comenzaban a regatear, comenzando por los maestros. Que a mí me cobran siempre tanto, que eso no vale todo eso y todo el sinfín de interacciones lingüísticas que suelen haber cuando de cuidar la plática se trata. 

Indexando el valor a plata de hoy, pensaba yo: “pero cómo chillan por quinientos pesos, no joda”. Pues cómo les parece que, después averiguando, caí en cuenta de que algunos campesinos y estudiantes tenían que utilizar esa ruta hasta cuatro veces al día, y ya son dos mil pesos, que a la semana se convierten en diez mil y sigan multiplicando. Para una persona pobre, cien o quinientos pesitos pueden representar una fortuna.

Por eso da rabia, impotencia y desolación ver la vulgaridad de salarios de los congresistas colombianos. Estos próceres, en su gran mayoría, se niegan rotundamente, a través de ‘jugaditas’, a reducirse el salario y a desprenderse de unas prebendas que no tenían ni los virreyes en la Colonia.

Con 52 millones de pesos que se ganan los parlamentarios por hacer lo que hacen, meto yo en un bus como en el que viajaba a Páez a 36.5 trabajadores de salario mínimo.  Eso francamente, raya con la grosería. Desde 2015 ha habido ¡24 intentos! para reducir este escandaloso salario y lógicamente, los 24 han sido sistemáticamente bloqueados por la banda de Cepeda y de ahí hacia atrás Google les dará el dato de quiénes eran los anteriores jefes. Adivinen a qué partidos pertenecen estos prohombres.

Para este año se subieron –ellos mismos– más de tres millones de pesos, es decir el doble del salario que un obrero gana en 30 días trabajando de sol a sol. Francamente esto es grosero y más grosero que celebren con una sonrisa de oreja a oreja cuando les asaltan derechos a los trabajadores convirtiendo en victoria lo que para el obrero fue una esperanza. 

Así estos personajes sean súper eficientes, dedicados, o académicamente geniales, ganar 52 millones es un despropósito. Recordemos que la mayoría de estos sujetos pertenecen a una clase privilegiada que ha repetido hasta el cansancio que el presidente es irresponsable cuando “le sube toooodo eso al salario mínimo” o que “el salario mínimo en Colombia es ridículamente alto”. Esto lo decía un ministro de Hacienda del gobierno anterior, que pretendía ponerle IVA hasta a los sepelios. Calculen, según este gran señor, no podíamos vivir sabroso, pero tampoco morir sabroso, chévere.

Algunos dirán “pues deje la envidia”. Pero la verdad es que ganar 52 millones de pesos por tirarse las reformas que le convienen al pueblo es sencillamente grotesco.

PREGUNTA CHIMBA: ¿Sabía usted que mientras un parlamentario español gana el equivalente a USD 3.126 dólares, el colombiano USD 12.500? 

PREGUNTA CHIMBA 2: ¿Qué opinan ustedes si un imputado por soborno de testigos, presenta como testigo a un abogado que está a punto de ser condenado ¡por sobornar testigos!

PREGUNTA CHIMBA 3: Mientras alguna ‘gente de bien’ chilló porque a los trabajadores se les incrementó el salario en 123 mil pesos más transporte, ¿sabe cuánto nos cuesta a TODOS LOS COLOMBIANOS la seguridad de Álvaro Uribe? Haga clic aquí y dáñese el día: seguridad uribe

PREGUNTA CHIMBA 4: ¿Sabía usted que algunos de los empresarios más bravos con la reforma laboral evaden impuestos en paraísos fiscales?  Según los Panama Papers, hay 580 ejemplares colombianos mencionados en la investigación, entre los que se lucen Sarmiento Angulo, César Gaviria, Martha Lucía Ramírez y Andrés Pastrana. Ah, y el que se vigilaba que la gente no pusiera la plata en paraísos fiscales, Lisandro Junco, director de la DIAN de Duque, ¿Qué tal?       

PREGUNTA RECONTRA CHIMBA (la más difícil): Cuando en redes sociales usted ve videos donde Pastrana, Uribe, Vargas Lleras y Gaviria se acusan entre todos de ser paracos o mentirosos, ¿a cuál de nuestros ‘salvadores’ le cree?

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