OpinionPor: Jorge Armando Rodríguez Avella

Siguiendo las huellas de un judío errante

Por Jorge Armando Rodríguez Avella 

A propósito de la cruenta e inhumana guerra que adelanta Israel contra los palestinos surgieron conversaciones sobre los cuantiosos mitos que se han creado alrededor de los judíos. Porque si existe un pueblo que posea tantas e innumerables leyendas es, precisamente, el judío y que ellos mismos denominan “el pueblo escogido por Dios”.

En este mismo sentido y ahora que estamos en la Semana Santa, surge el mito del judío errante al le han adornado variados avatares, a través de los siglos, según el país y la época. Este judío es un personaje que está condenado a vivir hasta el día del juicio final por haber atropellado y negado su ayuda a Cristo, en el camino hacia la cruz. Por este hecho, el Dios de los cristianos, según el Nuevo Testamento, lo condenó a vagar por el mundo hasta el último juicio, en contraposición al Dios judaico. 

El mito nació en Inglaterra en el siglo XIII. En algún monasterio de monjes benedictinos, cuando a estos les sobraba tiempo de sus ocupaciones diarias consagradas a fabricar cerveza y licores, se daban a la tarea de elucubrar e inventar detalles, para enriquecer con anécdotas sobre la Pasión de Cristo. Entonces los clérigos engrandecieron de manera tan fantástica el mito que con mucha rapidez se difundió y, a la vez, se llenó de aristas con detalles, según los pareceres e imaginación de quien lo interpretara. 

Una obra publicada en Alemania en 1602 alcanzó tal popularidad que fue traducido a numerosos idiomas. Se cuenta que el libro revelaba y describía, con lujo de detalles, la historia de un judío llamado Ajasvérus. Este es uno de los profusos nombres –como también Cartáfilo— con los que bautizaron al famoso judío y quien hoy nos tiene hablando. De él decían que luego de haber prestado sus servicios a la soldadesca romana y una vez por fuera de la milicia, la maldición había llegado como por encanto y se había hecho efectiva. Escasean los autores en precisiones del momento exacto en que ocurrió el milagro, pero se presume que fue cuando dejó de percibir sus ingresos del Imperio romano, seguramente por aquella famosa sentencia que reza: “Dadle a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César” y el tiempo del judío con el César había terminado.   

A través de la historia, el personaje produce, al mismo tiempo, tanta fascinación como terror. Y presumiblemente es debido a que el mito gira en torno a la Pasión de Cristo el mayor acontecimiento histórico que despierta toda clase de sentimientos e incluso morbosos en los fieles seguidores cristianos.

También es la prueba de la todopoderosa y omnipresente imagen del Dios cristiano. 

En el siglo XIX, sin embargo, era el miedo lo que prevalecía en las imágenes que ilustraban los folletos distribuidos en las ciudades y en la Europa rural. Además de los libros escritos, también fueron impresos copiosísimas imágenes de variados autores famosos que mostraron al judío errante adornado con una parafernalia negativa: con harapos, descuidado, sucio, amenazado por perros, vagando de noche, atravesando cementerios cristianos, lugares inhóspitos y tétricos. De esas grandes obras de arte restan los famosos grabados de Gustavo Doré o las pinturas de Marc Chagall y que se encuentran en importantes museos del mundo.

Todo lo anterior solamente para señalar que, como decía al comienzo, son solo leyendas y mitos prejuiciosos que tienen su origen en un antijudaísmo primario religioso y sin ningún asidero científico.

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