¿Qué nos pasa (II)?

Por Manuel Álvaro Ramírez (*)

Imposible no referirnos esta semana al tema de moda cuando pareciera que sobre la captura e imputación de cargos a Nicolás Petro ya se hubiera dicho, repetido y rerrepetido todo, pero hay cosas sobre las que vale la pena escudriñar fuera de los comentarios tendenciosos que los medios tradicionales disfrazan de noticia.

Por lo que han dicho las fuentes al tanto y los comentaristas bien informados, se puede deducir que en cuanto surgió la pelea de Nicolás con su ex esposa, ésta, dolida, se fue con todo contra su ex marido y las cosas no pudieron terminar peor para ambos, pero tuvo un ingrediente adicional con el que no contaba la pareja: el implicado es el hijo del presidente, odiado por la élite que no le perdona haberse atravesado en su camino y haber destapado una nauseabunda olla podrida de corrupción, cocinada por elegantes chefs de frac, de librea y corbatín como dijera el poeta.

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En efecto, lo que se deduce de aquí, y esto es lo nuevo, es que en cuanto Day Vásquez abrió la boca para acusar a Nicolás Petro de recibir dineros de origen incierto y dudoso, la Fiscalía infiltró inmediatamente el esquema de seguridad del diputado y se dedicó a tomar fotos, audios, videos y toda una serie de pruebas con la recóndita esperanza de captar por lo menos una palabra que pudiera comprometer al presidente de la República, pero no, el mismo fiscal del caso, lo primero que hizo fue aclarar que a la campaña presidencial no entró ni un peso de esta fuente.

Pero como se trata no de administrar justicia sino de golpear con odio y sevicia, se montó un tinglado y lo único que faltó fue la trompeta del juicio final que anunciara el allanamiento y la captura del sindicado a las seis de la mañana, lo cual se difundió como una noticia mediante la cual no lograban disimular cierta satisfacción morbosa. El presidente, por su parte, respondió de manera sobria y de manera inteligente que lo mostró como un ser humano íntegro, un hombre honesto que escribió que eso le serviría a su hijo para que recapacitara sobre sus errores y ofreció plenas garantías para que la justicia opere sin interferencias. Quizás las mentalidades obtusas de quienes armaron el show no esperaban una reacción tan mesurada y siguieron martillando como si el error fuera del Presidente y no de su hijo. El Centro Nacional de  Consultoría salió de inmediato a realizar una encuesta que se publicó al día siguiente de la captura cuyos resultados creo que dejaron pensando a más de cuatro, porque la imagen positiva de Gustavo Petro se ubicó en  48,8% y la negativa en 45,7% lo que quiere decir, que la gente sigue creyendo en el proyecto político del Gobierno del Cambio y que el apoyo se mantiene intacto.

Ahora, los únicos que están que saltan de la dicha por la desgracia ajena es esa derecha recalcitrante que salió incluso a despotricar del Presidente y a inventarse una recusación para pedir que éste incumpliera su obligación constitucional para presentar la terna para elegir Fiscal y nuevamente Gustavo Petro respondió de manera magistral, presentó una terna compuesta exclusivamente por mujeres, todas con antecedentes de honestidad que en algunos casos les costaron represalias del Fiscal, lo que habla muy bien de ellas.

Tener un hijo que cometa un presunto delito tiene que ser doloroso, pero ensañarse con un ser humano de la manera como se ha hecho en este caso, no se ha hecho ni siquiera con Luis Alfredo Garavito el peor violador de niños y asesino en serie que ha tenido Colombia. La colombiana es una sociedad enferma, donde la mitad de la población vota en contra de la paz, o prefiere a un mafioso de la Oficina de Envigado, presunto también y que estuvo a punto de elegir a un energúmeno anciano, hoy condenado por corrupto, como presidente y que pese a todo aspira a la gobernación de Santander. ¿Qué nos pasa?

*Magister en Economía

Universidad de los Andes

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