Opinionpor: Rafael Mejía A.

♫ Con un guayabo llegué a la ye♫

Por: Rafael Antonio Mejía Afanador

Primero debemos decir que hay varias clases de guayabos (el que produce la guayaba no cuenta) que se categorizan, como los huracanes, según su intensidad:

El guayabo primario, que se produce cuando se nos escapa una oportunidad o el “amor de mi vida” nos hace pistola y adiós… te vi. A ese también lo llaman tusa, despecho o despechine según la región. Suele tener una duración acorde con la salud emocional del paciente, quien fácilmente se puede convertir en impaciente.

El de categoría dos, que suele ser causado por la ingesta exagerada de bebidas espirituosas, desde la humilde chicha hasta el encumbrado scotch whiskey, combinado con infames trasnochadas e inclementes azotadas de baldosa. Ése es más bravo que un cruce entre suegra y rottweiler pero, a pesar de su intensidad, y con los debidos cuidados no suele durar más de un día. Con alka seltzer, bonfiest, empanada del Bambi o gallina donde Nemesio lo podríamos –en los delicados términos de José Obdulio– “neutralizar”. Dependiendo de la gravedad de la tomata se podría demorar más que la elección de fiscal general.

El terciario o categoría tres es más maluco que el peinado de Milei. Ese es el que da cuando se juntan en forma exponencial las categorías uno y dos. Los síntomas comienzan con una vocecita interior que le pronostica al damnificado una inminente partida de este mundo cruel (suenan palabras de alto calibre). Va acompañado de malparidez existencial, dolor de cabeza, tembladera, extrema sensibilidad a los ruidos fuertes, inopia (de lo que parece sufrir la honorable Corte Suprema) y, como político en campaña, promesas de jamás volver a tomarse un trago, ni siquiera por penitencia. También se puede curar con un caldo de costilla, un asadito, ají y un buen refajo, aunque a veces la parranda fue de tal intensidad, que hay individuos que requieren paseo en ambulancia. 

Y, por último, el más jodido de todos: El de categoría cuatro, o guayabo uribista. Éste da cuando después de 200 años de fiesta, desorden y despilfarro el paciente se tropieza de primerazo con que la guachafita terminó. Este guayabo es bastante democrático, al igual que cierto ‘centro’: les da a todos por parejo (obvio, a los que estuvieron en la fiesta), no escatima edad, ni estrato, ni género ni nada. 

Otrora, esos síntomas comenzaban a desaparecer con la buena lectura y la buena prensa, ahora, si el paciente sufre de adicción a RCN, Caracol, Semana, y otras sustancias perjudiciales para la materia gris, los síntomas pueden empeorar y el individuo, cual Míster Hyde se torna de mal genio, ojos desorbitados, mala jeta y echando babaza, subidas de tensión y una predisposición patológica a culpar al gobierno de los incendios, del invierno, la subida del dólar (y también la bajada) y un kilométrico etcétera. Parece que con este guayabo el cerebro queda más seco que el Sahara. Lo peor es que, consultando la página oficial de la NASA, parece que es incurable. Esos sesos quedan como el niño García Márquez en La tercera resignación, cuando el médico le dice a la mamá: “Señora: su hijo tiene una enfermedad muy grave, está muerto.”

*“Puede que parezca un idiota y hable como un idiota, pero no deje que eso le engañe. Realmente es un idiota”. Groucho Marx     

* Los epígrafes van al comienzo, pero me van a excusar: estoy con guayabo. ☺

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