Opinion

NUEVA REFORMA PENSIONAL

Por Rafael Antonio Mejía Afanador

Señoras y señores no se me asusten. No es que el gobierno vaya a proponer otra reforma pensional. No, soy yo: yo sí quiero proponer una nueva reforma.

Pero antes, vengan les cuento. En nuestra cada día más lejana juventud, en mi querida Paz de Río, nuestras maneras de matar el tiempo eran radicalmente diferentes a las de ahora. En fines de semana o en las esperadas vacaciones, la delicia era ir caminando hasta cualquiera de los dos balnearios naturales: La Playa o la Picachuda. La Playa quedaba por la ribera del río Soapaga, cuyas aguas eran más puras y limpias que las del Chicamocha, tanto que hasta se podía ir a pescar. Varias veces fuimos en ese plan con mi pariente el Padre Luis Gabriel Eslava, aunque yo iba de puro mirón, porque para lanzar la atarraya, más bien pocón. La gracia era que paseo es paseo y lo disfrutábamos.   

Ya es viejo el cuento de las aguas residuales y lo que bota Acerías, así que, para finiquitar este aspecto, el paseo a la Picachuda era más popular, por lo cerquita, pero debido a la contaminación, lo único que se podía pescar era si acaso una infección. 

Si por el lado de la excursión a nadar y a comer melcocha no salía programa, nos íbamos para alguna casa a pasar la tarde con juegos de salón. Allá nos poníamos a jugar al banquillo, juego en el cual un participante pasaba al centro de la sala y los demás decían cosas que caracterizaran al personaje, que debía hacer el esfuerzo de adivinar quién dijo tal o cual cosa.

O jugábamos al asesino con un naipe. Se repartían unas cartas y al que le saliera, por ejemplo, el as de diamantes era el asesino y éste tenía que acechar pacientemente a su presa y ‘matarla’ picándole discretamente el ojo y esperar a que no lo descubrieran. Claro que había más juegos en los cuales la parte más apetecida era esperar a que alguno se descachara para imponerle una ‘humillante’ penitencia.   

La vaina es que en las casas de los amigos tenían que aguantarnos una tarde completa, con servicio de refrigerio incluido. 

Si el plan A y el plan B fallaban, echábamos pata hasta el campo de fútbol al que llamábamos, no sé por qué razón, “el barrio” … y así, entre chiste y chanza se iba diluyendo el asueto en el inexorable paso del tiempo y empezaba la angustiante cuenta regresiva que nos ponía nuevamente de patitas en el colegio. No sobra decir que, a la usanza colombiana, el viernes anterior a la entrada estábamos todos desesperados tratando de averiguar quién había hecho las tareas para ir a suplicar para que nos las dejaran copiar. Había (no se dice habíamos, así que me salvé) descarados que las copiaban cinco minutos antes de la clase en las escaleras del colegio.

Con todo y sus bemoles, lo rico de esa época es que podíamos desperdiciar el tiempo ‘midiendo calles’ o intentando colarnos a alguna casa donde hubiera televisor para goterearnos tal cual programa. En esa misma onda, los jueves y los domingos podíamos ir a cine en el teatro de Acerías, en el club de trabajadores y tratar de hacerle caritas a nuestro amigo Tomo Rojas, auxiliar de la proyección, para ver si nos podíamos saltar la cola o colarnos a la función, porque las colas eran recontra kilométricas. También había la opción de hacerle la misma carita triste a Noel Fuentes, quien proyectaba las películas, para vislumbrar la misma posibilidad de entrar sin necesidad de hacer cola… pero el bueno de Noel, ese día no conocía pariente pobre, así que tocaba apretujarnos y esperar resignadamente el turno.    

Bueno, pero los tiempos cambian. Y también la forma de matar el tiempo. Hoy los chicos casi desde la cuna están siendo, literalmente, bombardeados por los sonidos, luces y demás piruetas que hacen los celulares, tablets y en más optimista de los casos el televisor. Claro, es más fácil comprarle un celular al chino que intentar ser su padre.

A esta generación de cristal, término acuñado por la filósofa española Monserrat Nebrera, la vejez le va a llegar más rápido de lo que ellos piensan.

Los padres de hoy no quieren que a sus hijos ni siquiera se los miren mal porque inmediatamente corren como gallina a proteger a sus polluelos. No los dejan ser niños, no los dejan correr porque les puede dar asma, no les permiten que se raspen las rodillas ni que se les ensucien las manos porque de pronto se enferman. Tampoco permiten que el maestro los corrija porque se traumatizan y no les permiten que asuman las consecuencias de sus actos porque es maltrato. En los colegios y escuelas actúan no como padres sino como abogados defensores. Así, ni modos.

Por eso uno los ve caminando como zombies autistas, siempre con unos audífonos metidos en las orejas o con un celular pegado a los ojos, aislados de todo lo que acontece a su alrededor. Es usual ver hasta los que no son tan niños pegados a una tablet o un computador, obvio, con sus respectivos audífonos como diciéndole al resto del planeta: ¡no me jodan! 

Pero el premio mayor se lo llevan las mamitas y papitos que, en su afán de proteger a los pobres criaturitos, no les permiten caminar y a cambio los jalan en una patineta, tan de moda ahora para reemplazar a las motos y bicicletas. Estos ojitos han visto varias veces esta curiosa escena: unas mamás arrastrando a su retoño en uno de esos artilugios ¡cuando deberían estar caminando, correteando como cualquier niño! Una vez, llegando al cruce de Firavitoba, iba un grupo de ciclistas y entre ellos un niño como de unos ocho años deportivamente ataviado, de casco para arriba, ‘haciendo deporte’ en una patineta eléctrica, ¿Qué tal? 

Y ya para terminar por hoy, como decía Lambicolor, la cereza del pastel: La archi nombrada I.A. piensa por las adorables criaturas: Hágame un ensayo sobre equis tema, y la I.A. está presta y en un parpadeo sale con un ensayo que parece escrito por Borges; ahora póngale un par de errores de ortografía en cada párrafo y un dislate retórico y le mamamos gallo al profesor y así, cual Quijote se les va secando el cerebro, pero no por leer de claro en claro sino por no utilizarlo. Así está la cosa.   

Por eso es que toca hacerle una reforma al sistema pensional actual porque a este paso, los niños de hoy, cuando tengan 40 años, van a estar pipiciegos a causa del celular, sordos a causa de sus audífonos y tullidos por no hacer ejercicio. Y van a necesitar su pensioncita.    

Pregunta chimba: ¿Un congresista está allí, en el congreso, para representar intereses de los miles de ciudadanos que lo eligieron? O para cuidar los intereses de sus dos o tres financiadores…

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