EL TERROR A LA ORTOGRAFÍA
Por Lizardo Figueroa
Es el causante de que mucha gente no escriba. Somos parte de una cultura eminentemente oral; es decir, de comunicación hablada.
Nos entendemos «echando lengua». Por los lares del maíz y de la chicha, nuestra reminiscencia ha sido más contada que escrita; de boca en boca sabemos algo sobre tanto de lo que mejor deberíamos saber, si la escritura fuera frecuentemente usada. Pocos son los testimonios escritos que encontramos sobre nuestros ancestros aborígenes; a los antropólogos, lingüistas e investigadores del tema debemos lo que fueron los modos de comunicarse.
Cosa distinta ocurre con las culturas Maya, Inca y Azteca; por el Quechua, por ejemplo, sabemos buena parte de la historia precolombina del sur.
Siempre será más fácil hablar que escribir; para nuestras «entendederas», escuchar, así hablemos mal, nos comprendemos.
Las estadísticas nos ubican como uno de los países de América con los índices más bajos de lectoescritura, dándose la paradoja de tener un Premio Nobel de literatura.
Y sí. No obstante tener extraordinarias plumas, notables y conocidos cultores en las bellas artes, proyectados a nivel mundial, no hemos logrado una nación lectora.
Ciertamente los lectores no nacen; se hacen promoviéndose, cultivándose desde la cuna, el hogar, el colegio, la universidad y los entornos en donde se vive.
Muchos factores hacen lectores, aunque la escolaridad debiera ser la más llamada a lograrlo; casi todos los escritores tuvieron una escuela, unos libros, unos maestros inspiradores a quiénes admirar, siguiéndolos, contagiándose del encanto por las letras; esos faros de luz debieran ser la mayoría.
Poco se lee, por lo cual resulta imposible aprender redacción y ortografía; no basta saber las formalidades de morfología, semántica o sintaxis; hay que practicarlas escribiendo.
Quien es habitual lector, generalmente escribe y habla bien.
Vivimos el tiempo del lenguaje iconográfico; las imágenes hablan más que las palabras.
Pero tendría que exigirse más cuidado con esta forma comunicativa, siendo determinante la ortografía en el significado de las palabras según los contextos; un signo de puntuación o una tilde marcarán el sentido de lo que se escribe.
Todos los publicistas comerciales debieran escribir atendiendo los rigores ortográficos; pero en muchos casos no es así, si nos atenemos a los errores y horrores en avisos y letreros que impunemente vemos en las calles; las tildes son las omisiones más frecuentes; en los vehículos utilitarios se lee publico (de publicar). Qué decir de los letreros de droguerias, perfumerias, pastelerias, peluquerías, panaderias; todas sin tilde, cuando deben llevarla.
Aunque la ortografía de los nombres propios es relativa, en las placas de los carros colombianos, todas con mayúsculas, circulan campantes los nombres de BOGOTA, MEDELLIN, GIRON, MONTERIA, ZIPAQUIRA, COMBITA, MONIQUIRA… todas sin el acento ortográfico. «Pero es que a las mayúsculas no se les marca tilde» alegan unos. Nunca les aclararon que, en épocas de las máquinas de escribir, la altura de los tipos de las tildes y las mayúsculas eran iguales, con lo cual si se marcaba la tilde quedaba un feo repisado; hoy nada justifica esos errores.
El terror a escribir mal, en la actualidad debería estar superado con tanta ayuda de la digitalidad virtual; los llamados «emoticones» terminaron supliendo la redacción.
Leer más y escribir mejor, sería la lección.