JUVENTUD “DIVINO” TESORO
Resulta paradójico que en un mundo que envejece cada día los jóvenes tengan tan pocas oportunidades para despegar. Son comunes el estigma y la burla, llamándolos flojos o “generación Bon bril”, pero si nos detenemos un poco a mirar con más cuidado, los jóvenes de esta generación tienen varios obstáculos que sortear si quieren forjar un proyecto de vida que les garantice una vida digna.
En primer lugar, tenemos el alto nivel de competitividad que exige el mundo actual. Hace poco menos de 100 años, el egresado de una escuela primaria estaba más o menos capacitado para ejercer oficios que no requerían una alta especialización en el mundo laboral de la época: podían trabajar en áreas técnicas y, en el mejor de los casos, en un banco o como asistentes de ingenieros o abogados. Viajando un poco más acá, promediando la segunda mitad del siglo XX, esos mismos oficios ya los empezaron a desempeñar bachilleres y técnicos que “hacían lo de un profesional y cobraban la mitad”. Ya entrado el siglo XXI, se requería sí o sí, un título de pregrado en cualquier área, hasta para contestar el teléfono. A todas éstas, los famosos call center son el explotadero más vil para la juventud actual. (“Y si no le sirve, hay 100 haciendo cola por el puesto” –dicen los de talento humano).
Ahora es común ver arrancando vida laboral a jóvenes recién titulados, con especializaciones, diplomados, maestrías y doctorados, además de dominar una o más lenguas extranjeras. Es decir, cada vez les dejan más alta la vara. Por eso es común ver muchachos que pasan más de media vida preparándose para un cargo que probablemente nunca van a ocupar porque cuando aspiren, ya están demasiado ‘viejos’ o sobrecalificados.
En segundo lugar, a propósito, están las políticas de falta de experiencia, que fueron y siguen siendo la disculpa perfecta para no otorgar un puesto de trabajo. Por tal motivo se ven jóvenes aspirantes muy bien preparados pero que tienen el pecadillo precisamente de ser jóvenes, como le ocurrió a Moisés Ninco Daza, el recién depuesto embajador en México. Se argumentan vicios en el procedimiento para su nombramiento, quien lo nombró dice que lo depusieron por joven y el joven dice que en Colombia hay una “adultocracia” que no les permite a los chicos surgir porque, precisamente, el adulto está ahí y se atornilla al puesto, como sucedió con Pedro Agustín Valencia, brillante abogado, ex cónsul en Miami, que ha dedicado el esfuerzo y sudor de toda una vida a ser hermano de Paloma Valencia y casi toca sacarlo a sombrerazos del puesto, que se negaba a entregar a pesar del cambio de gobierno.
Sucede que en este país del sagrado corazón el servicio diplomático ha sido para pagar favores, eso se da en todos los gobiernos. Lo que pasa es que hoy, quienes estuvieron en el poder por los siglos de los siglos amén, no han querido escuchar la tesis de la hermana de Pedro Agustín, quien sostenía cuando se creían eternos, que “si quieren gobernar ganen las elecciones”. Sólo pueden aspirar niños de “familias bien”, como en la patria boba. Parece que cada vez que se hace un nombramiento, de lo que sea, primero toca consultarles a los señoritos de la oposición y ahí sí está como delicado el asunto porque ningún gobierno va a nombrar en altos cargos a miembros de la oposición… qué le vamos a hacer.
Tenga quien tenga la razón, parece que los jóvenes están condenados a pasarse la vida ganando experiencia para que cuando logren ubicarse les digan que ya están viejos.
Para remachar, a buena parte del honorable congreso se les ven las ganas de hundir una importante iniciativa de la reforma laboral que les daría a los jóvenes aprendices la oportunidad de lograr un contrato de trabajo digno y con unas garantías que sí tienen aquellos que no se los quieren permitir. Fácil desde sus curules, donde casi ni les cabe la barriga, decir que no hay plata y toca apretarnos el cinturón. Chévere.
Por Rafael Antonio Mejía Afanador