Opinion

LA INDIAMENTA

Por: Rafael Antonio Mejía Afanador

“Si ponemos a esos indios a estudiar, ¿Quién trabajará para nosotros?”

Guillermo Valencia, el poeta, abuelo de Paloma

No voy a decir de cuáles antepasados hablaré porque hay varios que aún hoy respiran este mismo aire que respiro yo, por eso es mejor “la prudencia que hace verdaderos sabios».

Lo que les quiero contar es que conocí de primera mano el clasismo. Dividían la sociedad –y lo siguen haciendo– implícita y veladamente en tres grandes grupos: Nosotros, los hombrecitos y los indios.

Cuando me refiero al “Nosotros” estoy hablando desde la perspectiva de quienes hacen esta división, o exclusión, diría yo. En este grupito están los medianamente blancos, medianamente rubios y medianamente ojiazules y con una que otra propiedad. Bueno, si digo “propiedad”, el rango puede estar entre un apartamento y finca de recreo hasta una pequeña cadena de hoteles o un pequeño conglomerado de empresas o una coleccioncita de modestos yates o por qué no, un pequeño montoncito de peajes. Estos ejemplares se identifican o, como dicen ahora, “se perciben” como descendientes de algún virrey o algún aristócrata europeo refundido en los recovecos de la historia. (Recuerden que el 16 de marzo de 2015, Paloma Valencia propuso un referendo “para que el departamento del Cauca se divida en dos: Un departamento indígena y otro para los mestizos”).

Obviamente que, hablando desde su blancura, hay algunos –bien arribistas ellos– que escasamente se dan sus gusticos con un mediano salario o pensión, pero el espectro de amistades donde se mueven los hace autodenominarse ‘gente de bien’, con el inalienable y divino poder de clasificar al resto de colombianos como indios u hombrecitos. Ganan como pobres, pero quieren vivir como ricos. No admiten que un “indio” comparta sus mismos espacios porque el caché se les devalúa. Si todavía están pataleando porque un indio se les coló en la presidencia, calculen, echan babaza. 

Los “hombrecitos”, desde la perspectiva de los aristocráticos Nosotros, son aquellos mestizos, negros, indígenas y campesinos que son regularmente respetuosos, prudentes y más bien pocón de reclamar sus derechos y que a punta de vacíos en políticas estatales, exclusión estatal sistemática, chantajes laborales, alienación y poca educación ponen sin chistar la otra mejilla. Para ser inclusivo, también hay Nosotras, mujercitas e indias.

Ahora hablemos de los indios. Hay unos fenómenos propios del cambio semántico que se dan a través de la evolución del lenguaje, llamados ennoblecimiento y envilecimiento. Por ejemplo, en la antigua Roma, el término canciller se refería al portero de una taberna y el término ministro a un sirviente (nada que ver con Sarabia y Benedetti). Como consecuencia de este fenómeno semántico, el término se revalúa, adquiere caché, estatus, pedigrí.

En la otra cara de la moneda está el envilecimiento, fenómeno que degrada al término. Por eso, peyorativamente, o sea para demeritarlo y pordebajearlo, al vocablo “indio” o “india” se le da una carga semántica totalmente negativa. Por tal razón, la señora de la casa llama a la amiguis del marido “la india esa”. Al irreverente le dicen “deje de ser tan indio”. Igualmente, el suegro rabón siempre le dirá a su aspirante a yerno “el indio ese”.

Generalmente el indio es un hombrecito que no come callado y que, por el contrario, se rebela y exige sus derechos, cosa muy mal vista en nuestra sociedad intergaláctica, aristocrática y supremacista donde una señora salida de los chiros insultó en el súper puppy Club El Nogal a Daniel Quintero tratándolo de “indiamenta” –como si fuera un insulto reconocer nuestras raíces–  todo porque osó poner sus patas donde usualmente posan sus divinos y perfumados pies los doctores Vargas Lleras, los Pastranas, Uribes, Sarmientos, Gómez y demás ejemplares de nuestra rancia, simpática y empática realeza.  

Exactamente, de la misma manera, se han envilecido los términos guache y guaricha. Para nuestros ancestros muiscas el guache era un valiente guerrero digno de admiración. Los guaches eran más o menos como los boinas verdes de los muiscas. Las guarichas eran princesas sagradas y mujeres muy sabias y apreciadas por toda la comunidad. No creo que sea necesario explicar dónde vino a parar el honor de estos nobles términos. Vale la pena anotar que cuando el indio estudia, se compra sus cositas y se codea con la élite, inmediatamente le ponen apellido: ya no es simplemente indio sino indio levantado. 

Como en 1492 tal vez estábamos sentados en la playa esperando a que los europeos ‘nos descubrieran’, estos llegaron y se adueñaron del oro, de la tierra y del relato histórico y al igual que los eurocriollos de vereda que tenemos acá, pocón de indiamenta: poco de indios, pero sí de sus tierras; poco de campesinos pero sí del alimento que nos dan; poco de hombrecitos, pero sí de su fuerza de trabajo. Por eso detestan las reformas y en sus atávicos y anquilosados cerebros añoran el esclavismo y la segregación. En Lirio negro, José María Vargas Vila se burla ácidamente de nuestra élite y su loca obsesión por imitar modelos europeos y, en general, de creerse de mejor familia.   

Tal vez por eso la gente de bien anda como si hubiera desayunado con pólvora y caldo de alacrán porque en el sistema de medios públicos, RTVC, desde las regiones, quienes hacen ahora los informes no son las Dávilas ni las Gurissatis ni las clásicas y siliconadas eurocriollas: No señores, son indígenas de apellido Mengaño, Chindoy o Uriana, preciosamente ataviadas con sus trajes autóctonos. Ver la tele y que salga esa ‘indiamenta’, los pone literalmente a caminar en las pestañas. Me imagino que, en sus corrillos chismográficos, las señoras de bien añoran que los indígenas y campesinos estén en el lugar que, según ellas, Dios les destinó: la parcela o la cocina.

Cómo será de excluyente nuestra gente de bien, que, durante los primeros años de la Academia colombiana de la lengua, según Carolina Cáceres Delgadillo, “…rezagaron cualquier posibilidad de diálogo con lo aborigen, allí se pretendía configurar un proyecto nacional basado en la lengua de Castilla, desconociendo lo fundamental de lo indígena y lo africano”. ¿Qué tal?

Es hora de que pongamos los pies en la tierra y nos dejemos de pendejadas porque los europeos están es en Europa. Es hora de que nos demos cuenta de que este país es multi diverso, multi étnico y eso hace parte de nuestra riqueza. Es hora de que sepamos que antes de que nos ‘descubrieran’, nuestros ancestros, o sea la indiamenta, eran los dueños absolutos de TODA la tierra. Es hora de que conozcamos nuestra historia: “Quien no sabe de dónde viene no sabe para dónde va”.

Pregunta chimba: ¿Sabe usted quién fue Manuel Quintín Lame? Le tengo la respuesta: Fue un defensor de la causa indígena nacido en Popayán en 1880, que se la puso bien difícil a los esclavistas.

Pregunta chimba 2: ¿Le gustaría saber quién encerró a Quintín Lame, lo escupió y lo golpeó en el calabozo y lo llamaba “asno montés”, según noticia de El Espectador del 12 julio de 1924? También le tengo la respuesta: El mismo del epígrafe de este artículo. Menos mal que el hombre de bien era un sensible y humanista hombre de letras y no un boxeador. 

Pregunta chimba 3: ¿Sabe por qué es importante el poeta Valencia? Porque es el papá de Guillermo León, viejo alcohólico e “internacionalmente bruto, que tuvo la inteligencia de bombardear Marquetalia y convertir la protesta de un puñado de campesinos en una de las guerrillas más fuertes y numerosas del mundo”. Si no me la cree, haga clic: AQUÍ

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