Opinion

NEUROSIS COLECTIVA

Por Manuel Álvaro Ramírez R.

Dejemos a un lado los temas políticos para hablar de algo que sucede de forma periódica cada vez que fallece un papa.

Los seres humanos tenemos algo en nuestro comportamiento que los sicólogos han bautizado con el nombre de síndrome de neurosis colectiva y que según lo que elabora la inteligencia artificial “ se refiere a una forma de «histeria colectiva» (Sic) o «enfermedad psicógena masiva» (Sic), que describe la aparición repentina y rápida de síntomas físicos o psicológicos en un grupo de personas, sin una causa orgánica identificable”  y “surgen por el vacío existencial de la época posmodernista, que centrado en el narcisismo, la exaltación de deseos y emociones, debilitan el sentido y los valores de autorrealización en el hombre”. Aquí no hay lenguaje inclusivo pero qué le vamos a hacer, la cita es textual, está en Internet y corresponde al machismo endémico que reina en la sociedad. 

Este preámbulo corresponde a lo que ha venido sucediendo a raíz del deceso de Francisco, alias con el que era conocido el arzobispo Jorge Mario Bergoglio nombre con el que fue bautizado cuando vino al mundo. Una vez muerto el pontífice, se inicia una serie de ritos, algunos absurdos, casi todos, pero que ayudan para armar el sainete del que participan directa o indirectamente 1,400 millones de creyentes alrededor del mundo, número sujeto a corroboración habida cuenta de que contabiliza a muchos bautizados que han dejado de creer y que es un estimativo porque, que se sepa, no hay un censo periódico que certifique la devoción.

Lo primero que se hace es golpear la frente del cadáver con un martillo, cuidando de que no sea muy duro para no darle comidilla a la prensa para que especule y le monte un relato de asesinato a martillazos, como le sucedió a Juan XII, llamado “el papa fornicario” asesinado por un marido celoso (Nueva Tribuna, 1º de abril de 2023). Pero dejando de lado la truculencia, al tiempo de golpear cariñosamente, se  pronuncia tres veces el nombre del finado y se declara en latín el deceso de su santidad que es como les gusta que los llamen incluso después de muertos.

Acto seguido se procede a romper el anillo del pescador que usaba el extinto papa y a sellar la habitación donde murió el canónigo con un impreso que usa técnicas de la edad media. El cadáver se somete a un proceso de embalsamamiento, se le viste y se le expone en capilla ardiente para satisfacer la novelería de los peregrinos que de todo el mundo acuden diariamente a conocer la ciudad eterna. Todo esto debidamente publicitado, lo que indirectamente produjo algo que los economistas llaman externalidades, que consisten en efectos no directamente relacionados con la actividad en cuestión.

Una de tales externalidades fue el crecimiento del 283% de las visualizaciones de la película Cónclave, cinta que muestra las intrigas propias de este proceso político, cuyo desenlace es bastante inesperado porque termina eligiendo a una papisa transexual. Nada raro en estos tiempos que corren, con sicópatas y genocidas ejerciendo de mandatarios de naciones, de un criminal condenado elegido presidente de la nación más poderosa del mundo y de un sicópata genocida imputado ante la justicia colombiana fungiendo como censor de candidatos presidenciales que dan vergüenza.

Y para terminar el cuadro, a millones de personas en el mundo entero se les conmueve hasta llevarlos al borde del llanto para convencerlos de que este era el papa de los pobres, igual hicieron con Juan Pablo II, un politiquero reaccionario que estuvo a punto de canonizar al pederasta Marcial Maciel y no era que no supiera de sus aberraciones. Como sería de torcido este sujeto que a él en un procedimiento exprés sí lo nombraron santo.

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