La sinfonía, en la vida del Maestro Argemiro Betancurt
Argemiro Betancurt, el gran maestro de Boyacá, una partida que dejó un vacío inmenso, su influencia continúa viva en los corazones de quienes tuvieron el privilegio de aprender de él. A Través de la música, que tanto amó, esta que sigue siendo el hilo conductor que une su memoria con el presente, recordándonos que, a pesar de las adversidades, siempre hay un espacio para la creatividad, la colaboración y el amor por el arte.
Por: María Fernanda Saavedra Mejía
La música ha sido una parte importante de mi vida; cuando no tengo esa banda sonora que acompaña mis días, es como no tener una extremidad. Considero que la música es un motor para hablar de transformación. De las artes, la música difícilmente sea un don y menos para una persona dispersa como yo, aunque no tiene límites, un ejemplo de esto es Ludwig van Beethoven, quien comenzó a desarrollar la sordera alrededor del año 1800, pero compuso algunas de sus obras más importantes estando parcial o totalmente sordo.
Desde esta perspectiva, es posible destacar la pasión y el amor por la música de uno de mis maestros: Argemiro Betancurt, quien ha sido fundamental en mi aprecio por el jazz. Sin su influencia, no tendría sensibilidad musical. El maestro Betancur ha sido un pilar en la primera Sinfónica Juvenil del departamento de Boyacá, La Banda Sinfónica Juvenil de Sogamoso fue un testimonio de su dedicación. Sin embargo, haber educado a los más importantes músicos en Boyacá, principalmente en Sogamoso, no fue un camino fácil.
Claudia Carvajal, la profesora y esposa del maestro Argemiro Betancurt, rememoró esos comienzos. La historia que contaré merece ser recordada, porque, aunque Argemiro no era originario de Boyacá, no se necesita ser de un lugar específico, para aportar a la cultura. Hoy, muchos de esos pequeños niños que se unieron a la Banda Sinfónica, son un retrato vivo del esfuerzo. A través de diversas y significativas notas musicales, pueden decir con orgullo que se dedican a la música y son dignos representantes de la cultura boyacense.
El amor vivo por la música
El maestro Argemiro Betancurt decidió ser músico desde muy niño, a pesar de que sus abuelos deseaban que se convirtiera en médico. “Cuando empezó a estudiar en el Conservatorio de Bellas Artes de la Universidad de Caldas, se especializó en violonchelo y se destacó como uno de los alumnos más brillantes”, rememora Claudia, como si cada narración la viviera en directo, con esa voz que sigue resonando en quienes hemos tenido la oportunidad de conocerla.
Tal era su talento que Betancurt salió del país y formó un grupo en los Estados Unidos. Allí se enamoró del saxofón y decidió estudiarlo por su cuenta, buscando la pedagogía necesaria en diversos profesores para convertirse en el mejor. “Entregó su vida completa a la música, porque eso lo llenaba; se sentía satisfecho. Era todo para él, su respiración, su vida”, explica Claudia, con esa dulzura que me hace recordar el sonido del saxofón.
Y claro, ese amor por la música lo llevó a tocar con la Orquesta de los Hermanos Martelo, los Valex de Colombia, la Orquesta de Carlos Piña, los Melódicos, los Imperiales, e incluso a trabajar en la casa grabadora Discos Fuentes. Además, acompañó a artistas como Rafael Nelson Ned, Basilio y Elio Roca. Podríamos quedarnos con la profesora enumerando su impresionante hoja de vida, pero concretamente nos dirigimos a Boyacá.
Coordinó el programa departamental de bandas de Boyacá en colaboración con la Licorera de Boyacá y la Lotería, logrando conseguir instrumental gratuito. Incluso viajó a Caldas, Antioquia y el Valle, donde encontró todos los requisitos necesarios para establecer un programa de bandas en el departamento. Todo esto lo unieron con el doctor Perilla y José Gómez, y así el maestro logró consolidar el programa del departamento.
Betancourt buscó, a través del saxofón, recrear su mundo interior. Así, compuso varios temas que resonaron en grabaciones con orquestas de renombre internacional. Durante años, su talento lo llevó a Ecuador, convirtiéndose en un referente del jazz en la región. “Fue un jazzista extraordinario”, recuerda Claudia, con voz cargada de nostalgia.
Comenzó a estudiar saxofón a los 11 años. «Buscó a los mejores jazzistas que había en ese momento en Estados Unidos», y en la tierra del jazz ya lo consideraban un prodigio del saxo. «Cuando mi gordo llegó a Tunja para presentarse a un concurso, había un maestro llamado Stalin Darussia, que era doctorado en saxofón. Cuando mi gordo empezó a competir, él dijo: ‘No, maestro, usted no presenta concurso; el puesto es suyo. Es un honor para mí tenerlo ahí sentado’.»
En su camino, nada parecía separarlo de su pasión ni de su amor por la enseñanza. Así fue como decidió incluir a la profe en su viaje musical, instándole a sumergirse en el aprendizaje en la Escuela Superior de Música. Con cada paso que daban, tejían un destino compartido.
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En Ecuador, en la provincia de Chone, Manabí, el maestro Argemiro Betancurt trabajó como director de la orquesta Los Rebeldes de Chone. Allí, recibió una oferta que lo llevó de vuelta a Colombia para colaborar con el Departamento de Caldas, más exactamente en la Secretaría de Educación, donde se haría cargo de la banda de La Dorada. Una vez más, aceptó el desafío que le presentaba la vida.
Pero esa no fue la única propuesta que se le presentó. Un grupo de alumnos, músicos de la Sinfónica de Vientos de Boyacá, lo buscó con la necesidad de un saxofón barítono. La oferta era irresistible: ya que interpretaba su segundo sentido, “el saxofón”. Argemiro se presentó, y rápidamente se convirtió en uno de los músicos más destacados de esa prestigiosa entidad nacional.
Este nuevo capítulo implicaba un cambio para toda su familia. El maestro y Claudia, que no he mencionado antes, tienen una hija: Mónica. Hoy, ella es madre y está casada con un oficial retirado del ejército. Abogada de profesión y clarinetista de corazón, Mónica sigue recordando la memoria de su padre. Junto a sus exalumnos, a quienes el maestro cariñosamente llamaba “hijitos”, están planeando un regreso en honor a su legado.
Claudia, tal vez como solo lo haría una esposa, una madre, una hija—es decir, una mujer—expresa con tristeza que su “gordito”, siempre deseó seguir aportando a la cultura musical de los niños y jóvenes de Boyacá. A pesar de las heridas del alma, su voz interior lo llamaba hacia un destino en el que el agradecimiento y el desagradecimiento juegan un papel desafortunado. Para una persona que dedicó su vida a enriquecer la cultura de un municipio.
Aquella Sinfónica de Sogamoso, ganadora de premios y admirada en toda Boyacá, se encuentra en un estado de abandono. Los instrumentos que el maestro gestionó con tanto esfuerzo son ahora solo sombras de lo que fueron. Algunos, descuidados por el paso del tiempo, esperan en silencio. La música que alguna vez resonó con fuerza en festivales populares, como el de Paipa, ya no se escucha, dejando un vacío en la memoria colectiva de la región.
-Nos trasladamos a vivir a Tunja, donde, tras un año, el director del Instituto de Cultura y Bellas Artes de Boyacá, Gustavo Mateus, le ofreció al maestro la oportunidad de formar la banda de Sogamoso, seguro de que haría un trabajo excepcional. Mi maestro aceptó el reto y comenzó a desplazarse tres días a la semana a Sogamoso. Allí, empezó a reunir a personas interesadas en la música. Al principio, enseñó a profesores como; Próspero Avella y Alcides Mongui, así como a algunos vigilantes de colegios, al ayudante del médico forense de Sogamoso, otros adultos y algunos niños. –
Sin embargo, el viaje a Sogamoso no fue suficiente; la lucha de esta pareja comenzó desde su traslado a esa ciudad. Antes de formar la sinfónica, los problemas ya se habían manifestado. ‘Se apoderaron de la casa de la cultura y nos sacaron’, recuerda Claudia, alzando la voz como si reviviera aquel momento. La casa de la cultura, aunque pertenece a un organismo municipal, se sintió como si el alcalde fuera el propietario. “No nos dejaron ensayar allí… era un mar de instrumentos viejos, como de la década de los veinte. El maestro, recién llegado, no contaba con ningún auspicio’.» Manifestó la profe.
-Estaban a pocos días de un concurso cuando el maestro sugirió: ‘¿Por qué no alquilamos una casa en Sogamoso para poder ensayar?’ comenta la profe Claudia. ‘Ensayamos en la calle’, me dice, recordando el barrio detrás de la iglesia del Divino Niño, cuyo nombre no lograba recordar. Nos entregaron pedazos de instrumentos y ensayamos en la casa de uno de nuestros alumnos, donde guardaban los instrumentos. Ensayamos todas las tardes, literalmente en la calle-. Ensayos que se volvieron una costumbre entrañable, y en medio de esas dificultades hasta entrenaban el sonido. Nos veían ensayar con tanto esfuerzo, todos los días, que hasta los vecinos nos sacaban onces’, añade la profesora con la melodía de su risa.
Sin embargo, a los cinco meses, en su casa en Sogamoso trasladaron a los niños a ensayar allá. “se volvió la casa de ensayo de la banda”
El teatrino
«El Padre Gustavo Suárez, entonces alcalde de Sogamoso, comenzó a adecuar un teatro que, tal vez, formaba parte del colegio Santander. ‘El Padre Gustavo empezó a acondicionar ese teatrino’, recuerda Claudia. Así fue como aquel lugar se convirtió en el espacio de ensayos de unos niños. El teatrino pasó por varias adecuaciones, pero en sus inicios, Claudia narra: ‘No había baños, ni luz. El maestro ensayaba por las noches con velas. Nosotros íbamos allí porque era más amplio y había un vigilante pendiente de los instrumentos.”
«Pero el gerente de la electrificadora”, recuerda la profesora, en ese momento no recordábamos su nombre, y aunque recuerdo cómo memorizar solfeo, esta vez, la memoria nos falló. De repente, sí recordamos su apodo:” ‘Ajicito’, así le decían. ‘Él fue y golpeó la puerta del maestro y le preguntó: -Maestro, ¿por qué está ensayando con velas? ¿Por qué no me había buscado? -‘ A lo que Betancourt respondió que estaba esperando que el alcalde hiciera algo, buscando ayuda para tener agua y luz, además de los baños para los niños”. ‘Ajicito’ delegó una cuadrilla y, en verdad, se hizo la luz. Inmediatamente, el Padre Gustavo gestionó la instalación de los baños y separó el teatrino del colegio Santander.
En 1985, el Maestro Argemiro se posesionó en la alcaldía de Sogamoso. ‘Supuestamente, el cargo era de técnico administrativo, por esa razón nunca tuvo un sueldo de maestro de banda’, explica la profesora Claudia con tristeza, lamentando que nunca un alcalde se preocupó por crear un salario acorde a su labor como maestro.
Con orgullo, ella recuerda: ‘Cuando el maestro inició, yo no tenía un puesto y me dijo: – ¿Por qué no me ayudas a trabajar con los niños en solfeo? Yo me encargaré de la parte de instrumento y la banda-. Yo le respondí: «Hágale, mi amor, yo le ayudo.»‘ Los primeros años fueron gratuitos, un esfuerzo que ella considera valió la pena. ‘Sacamos buenos niños, y lo que uno hace con amor a veces ni se fija en el sueldo’, me explica, mientras encuentra en sus palabras la más sutil de las explicaciones: ‘Era la satisfacción de verlo feliz.'»
La satisfacción de ver a los niños felices también trae a la mente de Claudia un recuerdo del Padre Gustavo, quien le dijo a Betancurt: «Qué vergüenza la tuba de esa banda», refiriéndose a la única tuba, que iba amarrada con alambres. A pesar de las condiciones precarias de los instrumentos, el maestro se las ingenió para gestionar unos nuevos. «El padre le dijo que, si conseguía los instrumentos, podría pagarlos en tres meses», recuerda Claudia. Sorprendentemente, con esos instrumentos en mal estado lograron ganar el primer concurso departamental al que asistieron.
Claudia menciona a doña Elsa Rueda, quien fue el ángel que le fio los instrumentos al maestro. Gracias a su experiencia con Betancurt, esta mujer confió en él. Cuando llegaron los nuevos instrumentos, Claudia recuerda la alegría del momento: «Los exhibió en la alcaldía, hablando del nuevo instrumental que había gestionado». A partir de ahí, dice que los alcaldes posteriores al Padre Gustavo fueron generosos, destacando a Luis Guillermo Barrera, quien se mostró especialmente comprensivo con la banda.
Sin embargo, una música amarga resuena en mis oídos al recordar que, tiempo después, 22 profesores fueron delegados para enseñar música y, como expresa Claudia, “no hicieron nada”. Es desgarrador pensar en el esfuerzo de una sola persona, junto a su esposa. “No entiendo cómo, tras siete años desde que el maestro falleció y después de vivir un año en Valledupar, aún dicen que han estado trabajando en la banda. ¿En qué?”, expresa la profe. El vacío que sentimos los que conocimos al maestro se hace palpable cada vez que pasamos por el “teatrino”.
A ese clamor de dolor se unen las palabras de la profesora:
—Hoy en día, ni por broma le dice a uno: “Profe Claudia o señora Claudia, vamos a hacerle un homenaje al maestro”. Y nos olvidamos de sentirnos orgullosos por todo lo que él hizo por ese mundo de niños. La mayoría de los músicos que brillan en la actualidad fueron formados por su mano. Carlos Katta, que ahora está en México, es un ejemplo de esa hermosura; para mí, eso es un orgullo-. Carlos es director de la Coral de la Orquesta Sinfónica Juvenil de Guadalajara, en México. Y podríamos seguir nombrando a muchos más, porque la mayoría de los que pasaron por la Sinfónica son músicos consagrados.
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Mencionamos los aciertos del maestro, como cuando yo quería tocar la trompeta y él me decía que debía tocar el corno. También acertó con Karen Raquejo, a quien su padre quería que tocara la trompeta, pero el maestro dijo: «La niña es saxofonista». «Él acertaba porque era un hombre con una visión musical tremenda», dice la profesora, recordando cómo le comentaba a su mamá mientras escuchaban boleros. «Era tan capaz e inteligente, logró hacer todo lo que hizo y formar a esos músicos de la banda. Dios mío, bendito, y luego Sogamoso contaba con 20 profesores en escuelas de formación y no se veía nada; eso es muy triste». Me expresaba la profesora con cierta nostalgia, una emoción que se impregnaba en mí, haciéndome sentir parte de esta hazaña.
Mientras hablábamos de anécdotas, le recordé la mía, cuando la profesora mencionaba la paciencia del Maestro Argemiro, yo si se la «volaba». ¿Cómo no recordar aquel momento en el que no le atinaba ni a una nota? Entre risas, le conté que el maestro dirigía su batuta arrojándola hacia mí para que no perdiera la atención; sin embargo, siempre estaba dispersa. Con el tiempo, esa atención se fue centrando a medida que avanzaba en el aprendizaje.
«Hay niños maravillosos; los recuerdo con mucho cariño. De todos modos, siguen siendo como nuestros hijos, aquellos a quienes ayudamos a formar como personas», exclama la profesora Claudia.
La pasión de Argemiro Betancurt no tenía limites
El Maestro Argemiro formó la banda infantil, integrada por niños del Colegio Sugamuxi. El rector de aquel entonces los apoyaba, incluso regalando uniformes, ya que no los tenían. «La banda empezó a crecer y el maestro se fue a todos los colegios, uno por uno, buscando a los niños. Y acuérdese de que los salones de solfeo siempre estaban llenos. Así comenzamos a formar niños, y la banda creció tanto que se creó la banda juvenil de Sogamoso. Siguió creciendo, el instrumental cambió y se convirtió en la banda sinfónica juvenil», me agrega la profesora Claudia, recordando que fue la primera sinfónica en ser nombrada «especial» por el Ministerio de Cultura.
«Luchamos muchísimo y representamos a Colombia hasta en Venezuela, donde obtuvimos el segundo puesto. Comenzamos a recorrer todos los concursos, y siempre había competencia entre Duitama, Paipa y Sogamoso”.
Siendo la mejor sinfónica en ese entonces, le pregunté a la profe porque no ganó el de paipa. La profesora no dudó en mencionar que una vez le dijeron al maestro que no ganaba porque no era boyacense, sino de Caldas. Así se lo expresaron en Paipa. Pero, sin ser boyacense, lo que hizo por la cultura en Boyacá no lo ha hecho nadie. Tanto Claudia como el maestro lograron enseñar a 400 estudiantes. ‘Hicimos cuentas una vez con el maestro y, en total, manejamos unos 2.000 niños en solfeo. Muchos entraban y salían, luego pasaban al instrumento; esto es como en el colegio, una ruleta’, comenta.
Primera sinfónica con 90% de mujeres
Cómo no recordar sobre el viaje a San Pelayo, Córdoba. Yo subrayé cómo la gente se impresionaba con los instrumentos de sinfónica que interpretaban la música fiestera.
«Pero lo que más impactó», expresa la profesora Claudia, «era que todas las bandas estaban compuestas mayoritariamente por hombres. En la sinfónica de Sogamoso, el 90% eran mujeres, casi todas solistas. Le decían al maestro lo importante de su trabajo y que nunca habían visto a una sinfónica con tanta cantidad de mujeres en un concurso».
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El Maestro Argemiro se fue a Valledupar, no porque no quisiera quedarse en Boyacá, sino porque llegó el momento de su jubilación. Y no lo deseaba, ya que quería seguir trabajando y dirigir la banda. «Yo me pensiono, pero quiero seguir trabajando; no necesito más sueldo», expresó Argemiro. Claudia me cuenta que esa fue la última vez que dirigió la sinfónica de Sogamoso durante la administración de Miguel Ángel García.
«Él lloraba mucho y trató de evitar caer en una depresión terrible. Imagínese que, cuando Ostos sacó a Enrique Camargo, me prohibieron la entrada a la escuela de música. No podía estar allí, por política», me expresa Claudia.
«El maestro iba solo y me decía que los niños lo buscaban en la escuela y le lloraban: ‘Maestro, vuelva, se lo suplicamos’. Y él les respondía: ‘Pero ¿qué hago? Ya no puedo ir porque ya hay otro profesor'», relata Claudia, mientras expresa que los niños ponían quejas. Desde entonces, recuerda con nostalgia, la sinfónica murió.
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El último día en esta tierra, el maestro tocó por última vez su saxofón en Valledupar, con sus actuales alumnos o «hijitos». En Valledupar lo homenajearon cuatro veces, en la sinfónica del Gimnasio del Norte, donde estudiaba su nieta. La profesora Claudia aún recuerda ese día.
«El último reconocimiento lo tenía el domingo, y el sábado murió. En ese evento se reunieron todos los jeques vallenatos en un almuerzo campestre; los muchachos tocaron el concierto y le pusieron la cinta morada.»
Luego, recuerda Claudia, era un diciembre. Fueron a comer y, como de costumbre, a ver luces. Precisamente, regresaban de un viaje a Bogotá. El maestro se acostó a las 11 y, faltando 20 para las 4, explica Claudia: «Él pegó un grito y, cuando prendí la luz, ya le había dado el paro cardiorrespiratorio.»
La vida del Maestro Argemiro es un testimonio conmovedor del poder transformador de la música y la dedicación desinteresada por la enseñanza. A lo largo de su trayectoria, formó a cientos de estudiantes, rompió barreras de género en la música, inspirando a generaciones de mujeres a destacar en un ámbito tradicionalmente dominado por hombres. Su legado perdura en cada nota que tocan sus “hijitos” y en cada banda que resuena con el amor y la pasión que él supo infundir.