Lo que paso en peru
Lamentablemente Perú es uno de los países más inestables políticamente de América, pero hay algunos elementos que permiten extraer lecciones para aprender de los errores ajenos. En primer lugar, la derecha es una agrupación de personas que se unen en torno a unos intereses comunes, que no se paran en pelos para mantener sus privilegios, incluido el de gobernar que consideran casi que mandato divino. No es gratuito que aquí en Colombia María Fernanda Cabal dijera que la izquierda jamás debería gobernar o que Paloma Valencia le gritara a Gustavo Petro ‘Usted nunca será presidente’. Es su forma de ver la sociedad, está en su ADN.
En segundo lugar, tomo una frase de Regis Debray, aquel revolucionario francés que luchó al lado del Che Guevara en las montañas de Bolivia y nos dejó un valioso manual para entender la política bajo el título ‘La crítica de las armas’. En ese documento señala que la derecha deja la puerta de la democracia entreabierta, para que algunas fuerzas alternativas se asomen para ver el interior de la estructura, pero que hay que tener cuidado porque si siente que se está abriendo más de lo conveniente no dudará en triturar los dedos de quien se atreva a tratar de entrar. Y de esto sí que sabemos en Latinoamérica. Casos como Manuel Zelaya en Honduras; Evo Morales en Bolivia; Rafael Correa en Ecuador; Fernando Lugo en Paraguay; Luis Inacio Lula Da Silva en Brasil, son apenas muestras de lo peligrosas que son esas organizaciones agrupadas en partidos, que usualmente disfrazan sus arbitrariedades cooptando al poder judicial, para montar procesos contra opositores incómodos. No importan las mentiras que haya que inventar porque para eso los medios juegan un papel vital que consiste en reiterar una y otra vez las infamias hasta que la gente termina creyéndolas.
En tercer lugar, hay que recordar lo que decía Lenin por allá a comienzos del siglo XX y cito de memoria: ‘No basta con que los de abajo no quieran ser gobernados por una clase social determinada, se necesita que los de arriba no puedan gobernar’. En Perú cada rato el pueblo ha dado señales de que no quiere ser dirigido por una élite urbana que menosprecia a los pobres y a los marginados, al punto de que allí nació Sendero Luminoso, una guerrilla maoísta con fuerte arraigo campesino dirigida por Abimael Guzmán, el ‘Comandante Gonzalo’ que azotó ese país por varios años, hasta que apareció Alberto Fujimori, quien se dio a la tarea de acabar con esa guerrilla y capturar a su comandante, lo cual logró el 12 de septiembre de 1992 y lo exhibió como un trofeo de caza confinado en una jaula.
En cuarto lugar, los autogolpes de Estado, no fueron invento de Pedro Castillo, ya lo había hecho Fujimori en 1992, sólo que en aquel entonces contó con el pleno respaldo de las fuerzas armadas y una parte importante de los propietarios de las grandes fortunas peruanas. Aquí, Castillo si acaso contaba con una base social débil y muy desorganizada. Tuvo mucha aceptación en el APRA, la Alianza Popular Revolucionaria Americana, que era una cosa parecida al Movimiento Revolucionario Liberal MRL de Colombia o al Peronismo de Argentina, pero esa aceptación se fue erosionando debido a lo errático que resultaba el gobierno para las aspiraciones populares.
Finalmente, es fundamental tener un programa con unas metas definidas, una estrategia para llevarlo a cabo y una capacidad de comunicación dirigida a la clase social que sirve de soporte y hacia el cual va dirigido el programa. En tal sentido, aparte de los discursos incendiarios, es imprescindible tener muy claro lo que se quiere hacer, la forma es importante, pero lo es aún más el contenido y en eso también falló Pedro Castillo.