Nuestro amigo, el libro

Por Rafael A. Mejía

¿Quién de niño no convirtió las tibias cobijas de su cama en una tienda de poderosos indios guerreros? ¿Quién no despegó junto con sus amiguitos desde su escalera hacia una divertida aventura lunar? ¿Quién no hizo de los utensilios de comer unas potentes máquinas de excavar insondables caminos?

Quien no haya tenido estos sueños es porque jamás ha volado en las alas de un libro: Nuestro primer amigo, nuestro primer confidente y nuestro primer refugio. Nuestro amigo, El Libro.

Quien de niño jamás cabalgó sobre este unicornio alado, perdió la posibilidad maravillosa y única de conocer el mundo a través de los ojos de lejanos autores de remotas épocas que nos han transportado a mundos fantásticos de los cuales muchas veces no quisiéramos salir. El país de Narnia, los viajes submarinos del Capitán Nemo, los largos cabellos de Rapunzel, la roja capa de Caperucita o los consejos de mamá Rana a Rin-rin Renacuajo deben hacer parte de una infancia que está cada vez menos al alcance de los niños, pues la competencia inmisericorde e inexorable de los medios electrónicos hacen que nuestro amigo, El Libro, vaya quedando relegado en los esteros del olvido y sus angustiosos llamados no sean escuchados por esos primeros receptores, los niños, porque su mundo se ha venido limitando a una fría y plana pantalla de celular o tableta que los guía de manera ciega hacia la peste del olvido.

Nuestro amigo, El Libro, es tan dócil y paciente que nos permite fabricar nuestros propios héroes, nuestros propios mundos y nuestras propias aventuras. Increíble que esos héroes y mundos sean tan diferentes en la cabecita de cada niño: Todos somos diferentes y esa diferencia es la que acrecienta nuestra cultura y diversidad. Esto es imposible sin nuestro amigo, El Libro.

Los jóvenes de hoy reclaman más espacios para la lectura recreativa, sin evaluaciones, sin preguntas, sin obligaciones. Ellos desean sumergirse solos en esos fantásticos mundos sin más norte y brújula que su fértil imaginación. Nuestros jóvenes quisieran en él confiar y que sean sus confidentes sin intermediaciones ni compromisos y que nuestra soledad sólo se rompa con el silencio de nuestro amigo, El Libro.                

En el día del idioma qué mejor que refugiarnos en las delicias de un rato de solaz y sosiego con nuestro amigo, El libro.

Este es un sencillo homenaje a mi madre recientemente fallecida, quien siempre estuvo pendiente de que mis amigos los libros estuvieran siempre conmigo.

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