Opinion

Neoliberalismo, migraciones y efectos colaterales

Los efectos del neoliberalismo económico eran previsibles. Los países abrieron sus mercados a las multinacionales, pero en los industrializados no hicieron lo propio con los suyos de manera que comenzó una carrera frenética de países pobres por ver quien ofrecía mejores oportunidades al capital. Lo más práctico fue siempre descargar en los trabajadores los costos de la apertura mediante prácticas diversas que significaron siempre reducción del salario real, usando un eufemismo mundialmente conocido como flexibilización laboral.

Así las cosas, se redujeron impuestos a las grandes empresas, se ampliaron las zonas francas y se aprobaron leyes que recortaron lo que se pagaba por prestaciones sociales, por horas extras, por recargos nocturnos y festivos, a la vez que se generalizaron los llamados contratos basura, que si se tiene suerte y siempre se agacha la cabeza, se suscriben o se renuevan cada tres meses,  las órdenes de prestación de servicios, muy utilizadas en el sector público para mantener una clientela controlada que perpetúa la infamia y lo peor, se fomentó la creación de cooperativas de trabajo asociado, muy usuales en los grandes cultivos de palma africana, banano y flores. No es gratuito que proliferaran justamente en zonas de amplio dominio paramilitar.

Pues bien, la precarización del trabajo trajo consigo una generación desesperanzada, proclive a las relaciones desechables, al sexo rápido, pero sin compromisos y a la búsqueda de dinero sin consideraciones éticas o legales. En la música se impuso una subcultura que alaba lo trivial y ensalza la violencia. La banda del carro rojo o el jefe de jefes, es mucho más conocido que el intermezzo número 2 de Luis A. Calvo. Pero con la desesperanza, la juventud mira hacia otras partes, los africanos se embarcan en precarias naves hacia Europa en cuya travesía muchos mueren en naufragios en altamar y en América se forman columnas de migrantes, de personas que no encontraron oportunidades en su tierra y salen a buscarlas en Norteamérica, aparte de quienes optan por Europa, Australia o Nueva Zelanda. La desesperanza se exporta en forma de migración de gente pobre; se transfieren las crisis que el neoliberalismo genera.

La respuesta por el lado de los países industrializados va desde los tratos humanitarios a los migrantes hasta la propuesta de levantar muros en las fronteras que encierren a sus habitantes para que no puedan ver los horrores de la miseria y el desplazamiento que sus políticas han causado. Todavía los ataques xenófobos no están muy generalizados, pero como van las cosas sólo es cuestión de tiempo. El fortalecimiento de los partidos de ultraderecha presagia violencia y mayores desastres humanitarios.

Sin embargo, no todo son malas noticias pues mientras en Europa avanza la ultraderecha y el fascismo resurge, en América Latina se avanza hacia la consolidación de proyectos progresistas que, como en el caso de México, han dado una bofetada contundente a esa derecha recalcitrante que presagiaba catástrofes si los electores optaban por un presidente como Andrés Manuel López Obrador, quien resultó un mandatario muy aplomado que está mostrando que la plata alcanza cuando no se la roban, cosa que la oligarquía no soporta. La izquierda latinoamericana llegó a su mayoría de edad. Hoy los europeos miran hacia esta parte del continente como lo hacíamos nosotros hace un poco más de doscientos años cuando Nariño tradujo Los Derechos del Hombre y del Ciudadano, en una época cuando era considerado subversivo pensar que los seres humanos son iguales ante la ley, aunque los juicios a Trump y a Álvaro Uribe nos muestran que todavía hay unos más iguales que otros.

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