LA MAYORÍA DE EDAD
Por Manuel Álvaro Ramírez R.
Colombia es un país que, si sigue como va, alcanzará muy pronto su mayoría de edad. Para que nos entendamos, este país después de la colonia comenzó a verse a sí mismo con vergüenza, tenemos un complejo arraigado de inferioridad endémico porque todo lo nuestro comparado con otros nos parece malo, imperfecto, impresentable. Los españoles nos dejaron eso como legado también porque los criollos eran españoles de segunda clase y por eso en el Memorial de Agravios éstos no querían independencia sino acceso a los puestos públicos, así que de revolucionarios más bien pocón, pocón y los que sí lo eran fueron los primeros fusilados como José María Carbonell.
Hace unos sesenta años en Colombia proliferaba en los barrios populares la música mexicana, pero en el norte de Bogotá era considerada arrabalera sin saber exactamente qué significaba eso. Era un país de mayoría rural y por tanto ese complejo de país se trasplantó al interior, por esa inveterada costumbre de matonear inherente a todo ser humano. Lo rural se consideraba chabacano, inferior y de mal gusto. A quienes venían del campo se les llamaba campeches o camperos y quienes lo hacían era por lo general otros de la misma procedencia o hijos de tales sujetos. Era a ellos a quienes más les gustaban las rancheras y los corridos, pero en las ciudades lo de moda eran Los Hispanos, el Club del Clan, Estudio 15 y en los estratos altos y algunos medios medianamente leídos Los Beatles o los Rolling Stones, con sus versiones criollas de los Speakers y la moda Go Go y Ye Ye.
Pero con el tiempo han surgido voces que nos han gritado desde lo más profundo ¡despierta! y como despertando efectivamente de nuestra enajenación, un Jorge Veloza ha dicho ‘Yo también soy un boyaco’ o ‘boyaquito sigo siendo, boyaco de Boyacá, boyacense dicen unos, pero a mi me gusta más’ y así y del lánguido bambuco salió la alegre carranga que traspasó fronteras y comenzó a construir identidad, esa que nos ha faltado a todos los colombianos.
En cuanto a los mandatarios, cual más cual menos, han sido de una abyección lacaya nunca disimulada, que aceptó siempre la doctrina Monroe, conocida por estos lados como ‘política del gran garrote’. En General se han aceptado las imposiciones gringas sin chistar, bien poniendo al ejército a matar huelguistas como en el caso de la Masacre de las Bananeras, o poniendo nombres de presidentes norteamericanos a barrios emblemáticos como el caso de Kennedy, o mostrando una reverencia conventual por una invitación a cenar a la Casa Blanca como lo hizo Andrés Pastrana en su momento como presidente.
Pero hoy, y por eso el título de esta columna, tenemos un Presidente que se ha sabido parar en la raya; no se inclina humillado a cumplir las órdenes de fumigar con Glifosato o ametrallar campesinos con planes Colombia, ni vota en Naciones Unidas como le gustaría al lado políticamente correcto de los norteamericanos. No. Este Presidente ha dicho: la política de drogas, su política, ha fracasado y nosotros ponemos los muertos en nuestros países y los presos en sus cárceles. Además, se ha levantado, casi solitario al comienzo, para llamar genocidio al genocidio sin eufemismos ni abalorios. Y ahora donde vaya es reconocido como quien abandera la lucha por el cambio climático. Petro nos ha devuelto un poco la dignidad que otros mandatarios han regalado a cambio de unos dólares condicionados, la mayoría de las veces, una palmadita en la espalda con la frase humillante sigue así que así vas bien.
Pero esto es apenas la cuota inicial de un proceso que tiene que continuar. Mucho ha sido el daño que el narcotráfico y, sobre todo, la corrupción le ha hecho a la sociedad el culto al dinero. Lo que Petro ha plantado es necesario regarlo, abonarlo y protegerlo, porque negros nubarrones se ciernen en un futuro cercano si prospera la trampa y la calumnia y la derecha logra mediante el poder de su dinero recuperar el gobierno que tanta sangre, sudor y lágrimas le ha costado a este sufrido pueblo.