Ni tanto que queme al santo…
Por: Rafael Antonio Mejía Afanador
El poder de la palabra es, sin lugar a duda, un excelente tópico para expresar algo en lo que el presidente Petro puede ser un maestro, pero también un desastre.
Es innegable que nadie nace aprendido y que el camino es tan largo que aún en el lecho de muerte el ser humano algo habrá de aprender.
Uno de esos cursitos, que a veces se hace por la vía más difícil, es cómo llegarle a la gente, a la gente del pueblo, del común. Cómo será de vital lo de la comunicación efectiva que –recuerden- un pequeño desliz en un debate le costó la presidencia a Horacio Serpa en 2002. En el discurso oral el cómo es algunas veces más importante que el qué.
Viene a mi memoria con mucho cariño mi primera maestra en Paz de Río, la señora Emma Rangel de Hernández, quien, además de enseñarme a leer y escribir, me enseñó cómo sentarme, cómo coger el libro, cómo saludar en el salón de clases, cómo mirar a nuestro interlocutor etc. Esas actitudes transmiten a los demás algo muy por fuera del mensaje verbal. La forma de sentarse, la forma de tomar el micrófono, la forma de mirar a los demás le dice a la otra persona cómo la estoy ‘leyendo’. Algo así como el llamado “amor a primera vista”.
Este es, a mi juicio, uno de los lunares del presidente Petro: no ha sabido ‘venderse’. Si bien en la plaza se defiende como un león y hace temblar la galería, hay otros escenarios que valen la pena tener en cuenta. Por mucho que llene la Plaza de Bolívar, no llega a más de 55 mil personas, en cambio la señal incidental de TV (por antena) le puede llegar a millones que la tienen como su única ventana al mundo, sin Twitter, sin YouTube y demás redes sociales, pero con mucho Caracol, RCN y demás alimañas. Menuda diferencia.
Sus asesores de imagen deberían aconsejarle un lenguaje más popular, más cercano al pueblo. No todos en los estratos populares saben qué son las expresiones “poder de facto”, “praxis”, “disyuntiva”, “catarsis” y otras que parecen sacadas del diccionario filosófico Voltaire y expresadas durante una sustentación de tesis de posdoctorado en la Sorbona. Estoy exagerando, pero por poco.
Si bien es cierto que los discursos deben ser ‘aterrizados’, el lenguaje, la forma como se expresen las ideas es fundamental para no parecer pedante o sobrador. Es muy fácil enviar mensajes equivocados cuando se pretende explicar algo sencillo con palabras complicadas. El objetivo (target) debe estar enfocado hacia las personas que creen en el discurso pero que también quieren entenderlo.
Javier Milei en Argentina barrió con el establecimiento utilizando un lenguaje que le llega a la gente, que produce el efecto deseado en la galería. No es que el presidente se ponga a manotear con la cara exaltada y los ojos desorbitados para llegarle a su pueblo, ¡no! Es expresar las ideas con un lenguaje asertivo y directo que espante en los escépticos la idea de que es un tirano soberbio que se va a agarrar con “patas y manos” del solio presidencial y a sacar las reformas a la brava.
El célebre sicólogo estadounidense Daniel Goleman, en su best seller La inteligencia emocional, le dedica un buen segmento a la comunicación asertiva que no es otra cosa que “expresar tus ideas, pensamientos y sentimientos de una manera adecuada, en el tiempo oportuno, y con un modo adecuado” (el subrayado es mío).
Para todos es evidente que al presidente le falta un equipo que le maneje la imagen y, obvio, que se deje asesorar, porque por los resultados en este aspecto, parece que él tiene siempre la razón y la última palabra.
Lo populachero, al mejor estilo de alias “el ingeniero” o del nuevo magnate de los votos en argentina son el extremo opuesto al lenguaje de nuestro presidente. Ni tanto que queme al santo ni tanto que no lo alumbre, dice el dicho.
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